Capítulo 17: Desesperanza aprendida

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Los chocolates eran deliciosos, los helados sabían a gloria, pero el sabor de los labios de Marcel bien podría compararse a lo que debía saber el paraíso.

Brisa no sabía si era por el tenue aroma a café o porque, simplemente, él tenía un buen sabor. Con calma, se dedicó a explorar sus labios y se adentró en su boca. Él se adecuó a su ritmo y acarició su espalda, lo que le gustó, sin embargo, ante la idea de que Marcel creyera que ese acercamiento daría pie a algo más, Brisa prefirió terminar con el beso. No tenía ganas de irse a la cama con él ni con nadie.

Pero quería seguir besándolo. Difícil decisión. Haciendo acopio de fuerza de voluntad, se separó de él y se puso de pie de un salto.

—Eres tú el que se ganó una cena —dijo con una enorme sonrisa—, en el mejor restorán de Santiago.

Marcel la miró con extrañeza unos segundos. Después sonrió, mientras se ponía de pie.

—Después hablaremos de a dónde me llevarás. Pasaré al baño y nos vamos.

Brisa convino y aprovechó de ordenar un poco la cocina antes de salir. Marcel, en tanto, se apoyó en el lavabo y se miró al espejo.

¿Qué diablos había pasado?

Brisa le había dado un beso, pero no uno cualquiera. Uno que le había remecido hasta el pelo, incluso las manos le habían sudado. Aunque había tenido a Brisa encima, el beso le había resultado... ¿tierno? Pues sí. Tierno... y hermoso.

¿A Brisa de verdad le había gustado besarlo? Por algo había mencionado lo de ella pagar la cena, ¿no? No lo sabía. Lo único en lo que podía pensar era en Javiera.

Un día cualquiera, cuando Marcel descubrió que su esposa le era infiel y exigió explicaciones, ella le gritó que su pobre desempeño sexual la había orillado a los brazos de otro. Sus besos, su forma de hacer, todo le había hastiado de él. La mujer que le juró una y otra vez su amor eterno destrozó su corazón, sus sueños y su seguridad en sí mismo.

Marcel pensó que había superado todo aquello, no obstante, que Brisa insinuara que le había gustado su beso, lejos de halagarlo, hizo saltar sus alarmas. ¿Y si ella mentía? Él le había prestado dinero, le había ayudado con los muebles. Tal vez Brisa solo había querido ser amable para no ponerlo en un apuro, para no avergonzarlo... Podía ser.

Recordó que el día del contrato ella salió con que necesitaría tiempo para volver a aceptarlo como amante, bajo la excusa de que había perdido la confianza en él.

¿Y si Brisa le había dicho eso porque se había dado cuenta de que él no era más que un lastre en la cama? Quizá necesitaba hacerse a la idea de estar con él para seguir gozando de la ayuda que él le brindaba... tal como hizo Javiera por años.

«¡Basta!», se dijo. Su corazón latía con fuerza. Miró a los ojos oscuros de su reflejo.

«A ella le gustas. De verdad le gustas».

** * **

Brisa esperaba a Marcel con una enorme sonrisa, ilusionada ante la idea de salir con él. Como habían comido recién, no tenía hambre, pero quería pasar tiempo a su lado.

Marcel salió del baño, tomó un poco de agua y se fueron al automóvil. Justo antes de que Marcel lo encendiera, sonó su celular. Brisa logró distinguir la voz de un hombre del otro lado de la línea, pero nada más.

—Entiendo, pero ¿no podemos hacerlo el lunes? —interpeló Marcel, saliendo del vehículo.

Durante unos minutos, él permaneció en la vereda, gesticulando y moviendo la cabeza. Después regresó con ella.

Sintiendo DemasiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora