Capítulo 15: El Precio de la Victoria.

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Alice Bonnet

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Alice Bonnet.

Los ecos del tren aún resuenan en mi mente. Las luces del incendio, el humo que ennegrecía el cielo, y el sonido de los disparos quedaron grabados como cicatrices invisibles. Habíamos logrado lo imposible: robar el armamento más avanzado del Imperio Alemán, una hazaña que pasará a la historia... pero que también dejó una sombra.

Francia me había recibido como una heroína silenciosa. Los líderes y mafiosos que habían financiado la misión me ofrecieron sonrisas falsas y palmadas en la espalda. Para ellos, yo no era más que una herramienta. Y una herramienta se desecha cuando deja de ser útil.

En una reunión convocada en una mansión en el corazón de París, todo quedó claro. Alrededor de la mesa se encontraban aquellos que habían puesto su dinero y poder político en la misión: Étienne Dumont, un hombre robusto con una barba gris que era el rostro visible del contrabando de armas en Francia; y Camille Marchand, una mujer joven, calculadora y peligrosa, que manejaba los negocios de opiáceos en el sur del país. Ambos tenían sus propios intereses en el robo, pero ninguno estaba dispuesto a admitirlo.

Étienne fue el primero en hablar, su voz retumbando como un trueno. —El golpe fue brillante, Alice, no hay duda. Pero no podemos ignorar la tormenta que se avecina. Los Ackerman no son enemigos comunes. Si deciden que tú eres la responsable, el peso caerá sobre todos nosotros.

—¿Por qué lo dices como si fuera un problema mío?— respondí, cruzándome de brazos. —¿Acaso no compartimos todos este riesgo?

—Compartimos el éxito,— intervino Camille, con esa voz suave y venenosa. —El riesgo es otro asunto. Tú lideraste el ataque. Tú tomaste el armamento. Y ahora los Ackerman tienen tu nombre.

—Oh, se los aseguro. Los Ackerman también tienen el nombre todos nosotros,— respondí, mirándola fijamente, —Y sin mí, ni siquiera estaríamos teniendo esta conversación. Ese armamento estaría camino al ejército alemán, y ustedes seguirían quejándose de las desventajas en el comercio internacional. Así que ahórrense los reproches.

Camille me sostuvo la mirada por un momento antes de soltar una pequeña sonrisa, como si estuviera evaluándome. Étienne resopló, pero no replicó. En su interior, sabía que tenía razón.

—Esto no es una cuestión de orgullo,— dijo finalmente. —Es supervivencia. Si Madeleyne estuviera aquí, te lo diría ella misma.

—Pero Madeleyne no está aquí, —respondí. —Y hasta que regrese, soy tan socia de esta organización como cualquiera de ustedes. Así que si quieren debatir estrategias, hablemos. Pero no vuelvan a poner en duda mi lugar en este país.

Un silencio tenso llenó la habitación, pero no se atrevieron a contradecirme. Sabían que detrás de mis palabras había algo más que valentía: una amenaza.

En este mundo, las alianzas no se forjan
con palabras, sino con sangre. Antes de
que se hablara de "democracia" entre los
líderes y mafiosos de Francia, todo era
caos. Cada familia peleaba por el poder, y
las lealtades cambiaban con la misma
rapidez con que caían los cuerpos en las
calles. Era un juego interminable de
traiciones y venganzas, donde los líderes
de cada familia no duraban más de un mes
antes de ser enterrados.

Recuerdo aquellos días como si fueran un
mal sueño. Madeleyne y yo éramos un
equipo letal. Luchamos juntas,
sobrevivimos juntas, y matamos a muchos
para mantenernos de pie. Ella siempre
tenía ese fuego en la mirada, esa mezcla
de coraje y determinación que hacía que
incluso sus enemigos la respetaran... o la
temieran.

El punto de quiebre llegó con la muerte de
un hombre que cambió todo: el padre de
Paul Ackerman. Madeleyne lo mató con
sus propias manos, en un duelo que fue
tanto una declaración de guerra como una
obra maestra de estrategia. Fue entonces
cuando la balanza comenzó a inclinarse a
nuestro favor.

Pero no fue solo su habilidad con la
espada o la pistola lo que la elevó por
encima de todos. Fue su capacidad para
ver más allá del presente. Mientras otros
se ahogaban en la venganza y la avaricia,
Madeleyne tenía una visión. Convirtió ese
caos en un alto al fuego. Se ganó la
confianza, e incluso el respeto, de sus
enemigos.

No porque quisieran seguirla, sino porque
entendieron que nadie más podía mantener
el equilibrio. Su corazón de hierro y su
valentía la convirtieron en el pilar de esta
"democracia" que ahora mantenemos. Por
supuesto, no todos están contentos.
Camille y Étienne, con sus egos inflados y
ambiciones mal disimuladas, sienten celos
de ella. Pero a Madeleyne y a mí eso nos
trae sin cuidado.

Ellos pueden tener sus celos y sus intrigas.
Nosotras tenemos el poder, y lo que es
más importante, la lealtad de aquellos que
realmente importan.

Pero no puedo evitar sentir un caos interior a veces. He matado tanta gente, tanto en mi país como en Inglaterra, que ya no se si en verdad no sea yo la villana de esta historia.

---

Horas más tarde, en la costa de Normandía.

Thomas estaba apoyado contra una baranda de madera mirando el océano, fumando uno de sus cigarrillos. Su sombrero de ala ancha le cubría parte del rostro, pero pude ver que su mirada estaba perdida en el horizonte. Incluso en reposo, Thomas tenía esa presencia imponente, como un lobo solitario que había visto demasiado del mundo.

Me acerqué con el bolso que contenía su paga: dólares y oro. "Es tuyo," le dije, tendiéndoselo.

Él miró el bolso, luego a mí, antes de soltar un leve suspiro y tomarlo. —Doce mil por un tren lleno de locos y alemanes gritones. Debí haber negociado un poco más por todo esto.

Sonreí por primera vez en días. —Creí que los hombres del Oeste cobraban más por el honor que por el oro.

—Honor, ¿eh?— dijo, apagando el cigarrillo bajo su bota. —Honor es lo que dicen los muertos cuando ya no tienen nada que perder. Yo sigo vivo, Alice, porque aprendí que el oro pesa más que las palabras bonitas.

Se giró para mirarme con esos ojos cansados, marcados por un sinfín de aventuras y desastres. —Aun así, agradezco el trabajo. Es raro encontrar a alguien con más agallas que cerebro.

—¿Es un cumplido?

—Tal vez,— dijo, sonriendo apenas.

Nos quedamos en silencio un momento, escuchando las olas romper contra la costa. Thomas colocó el bolso en su caballo, asegurándolo como si fuera un tesoro.

—¿Qué harás ahora?— le pregunté.

—Volver a casa,— dijo, ajustándose el sombrero. —Estados Unidos tiene su propio tipo de infierno, pero al menos es el infierno que conozco. Y tú... bueno, tú pareces hecha para esta guerra, Alice.

—Yo no elegí esta guerra.

— Eso es lo que decimos todos.

Lo acompañé hasta el muelle donde lo esperaba un pequeño barco francés. Mientras él cargaba sus cosas, me miró por última vez desde el puerto.

—Ten cuidado,— dijo, con esa voz rasposa que parecía ocultar más de lo que decía. —El mundo está lleno de lobos disfrazados de aliados.

—Lo sé. Pero no me asustan los lobos.

—Eso es lo que me gusta de ti, Alice,— dijo antes de subir al barco. —Suerte... la vas a necesitar.

Cuando el barco se alejó, me quedé observando hasta que desapareció en el horizonte. El mundo que Thomas dejaba atrás era el mismo que yo estaba dispuesta a enfrentar. Una guerra que apenas comenzaba, y en la que los Ackerman no tardarían en mover sus piezas.

No quedaba espacio para los errores.

BAD LIFE (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora