Capítulo 8: La muerte de un Traidor.

46 25 9
                                    

Driedrich

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Driedrich

Salí de mi casa ataviado con un elegante traje, como era mi costumbre. El sol se alzaba en una hermosa mañana berlinesa, y mientras caminaba por las calles, sentía la alegría y la satisfacción de alguien importante. Mi fortuna crecía mes a mes gracias a los encargos que realizaba para el señor Ackerman, quien, por cierto, había regresado de Francia hace apenas dos días tras una victoria increíble. Mi fiel camarada Max había acompañado al señor Ackerman en esa misión crucial, y aunque me molestaba no haber sido considerado para tan importante tarea, decidí llevar mis días con tranquilidad y alegría. Administrando mis negocios y mis ingresos, permitiéndome algunos caprichos que podía costear.

— Buen día, señor Driedrich — saludó mi asistente Ronald, parado en la esquina con su imponente bigote, ofreciéndome dos tazas de café.

— Buen día, Ronald — respondí con mi característica sonrisa carismática, aceptando la taza con gratitud.

Al otro lado de la calle, se encontraban Noah y Ludwing, dos policías que me seguían desde hacía un año. A pesar de sus esfuerzos, no podían tocarme gracias a la protección de los Ackerman.

— ¡Hola, muchachos! — me acerqué a ellos con una sonrisa — ¿Cómo están? Les he traído una taza de café. ¿Gustan?

Ambos me miraron con odio, pero guardaron silencio.

— ¿No? — insistí — Vamos, ¿por qué esas caras largas? ¿Acaso estamos en las calles de Francia? ¡Anímense un poco! — Continué hablando y les ofrecí nuevamente café — Este café está bien cargado, les ayudará a despertar. Seguro han estado aquí parados toda la mañana.

— Vete al diablo, Driedrich — soltó Noah.

No pude evitar reír al escucharlos.

— Claro, claro — respondí — No quiero quitarles más tiempo. Estoy seguro de que tienen muchos criminales que atrapar, cosas de policías, ¿verdad, Ludwing?

Ambos permanecieron en silencio, mirándome con odio y deseando dispararme.

— Está bien, está bien. Los dejaré en paz — dije, derramando el café en sus zapatos — Mis disculpas por eso. Espero que tengan un buen día. Por cierto, esas manchas de café no se quitarán fácilmente, así que si quieren, pueden pasar por aquí esta noche y les regalaré un par de zapatos nuevos. Después de todo, gano mucho más que ustedes.

Regresé hacia Ronald y le hice la pregunta.

— ¿Dónde está Jonas? Debería estar aquí con mi caballo.

— Amaneció enfermo hoy, señor Driedrich. No pudo venir — respondió Ronald.

— No importa — dije encogiéndome de hombros —. Voy a caminar; es un hermoso día. Visitaré a mi padrino, que llegó hace unas semanas. Está a solo unas cuadras de aquí. Mientras tanto, encárgate de los inútiles de la charcutería a quienes presté dinero el mes pasado. Deben pagarme hoy o, como muy tarde, mañana, sin falta.

BAD LIFE (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora