Capítulo 2: Soy el Alfa.

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Paul Ackerman

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Paul Ackerman

El segundo piso del edificio era un santuario de poder, un reino elevado donde solo los más influyentes y acaudalados señores del inframundo podían pisar. Las luces tenues y los murmullos de conversaciones confidenciales llenaban el aire con una tensión palpable. Allí estaba yo, Paul, el anfitrión no oficial de esta asamblea de ambición y avaricia, disfrutando de la compañía de Thomas, el enigmático mafioso estadounidense cuya fama cruzaba océanos.

Max, mi mano derecha, se deslizó en la habitación con la discreción de una sombra. Su presencia apenas registrada, pero su lealtad, inquebrantable.

- Ya me llegó la noticia de que le ganaste la pelea al soldado ruso - Mi voz era un eco de poder, firme como las balas de una revolver, mi tono de autoridad chocando contra el cristal de mi vaso.

- Sí, señor Paul - respondió con una mezcla de respeto y orgullo -. Al principio se me complicó un poco, pero luego la pelea se me hizo fácil.

Guardé silencio, permitiendo que el humo de mi cigarro se entrelazara con las intrigas que flotaban en el ambiente. La llama de mi encendedor parpadeó brevemente, iluminando mi rostro con un brillo siniestro.

- No cantes victoria aún - dije, exhalando una nube de humo -. Esa pelea no fue más que un juego y lo sabes.

Max asintió, consciente de la verdad en mis palabras. Había enfrentado a cientos de hombres en tiroteos, cada victoria una nota más en la sinfonía de su brutal existencia.

- Quédate con el dinero de la apuesta - continué, mi tono tan frío como el acero -. Solo quería ver si estabas completo. Y por amor de Dios, compra un traje nuevo lo antes posible. Aunque el traje sea de color negro, las manchas de sangre se ven y no te hace lucir bien. Eres un alemán; trata de mantener la imagen de tu país.

Max asintió una vez más antes de retirarse, su figura desapareciendo tan silenciosamente como había llegado.

- Se ve que es un hombre muy leal - comentó Thomas, observando la escena con un interés calculador.

Aspiré profundamente del cigarro, dejando que el humo llenara mis pulmones antes de responder.

- Sí - dije con desdén -. Pero es solo un perro, un animal. Mi padre lo rescató de los bajos mundos de Alemania entre los pobres. La pobreza es una enfermedad hereditaria; los pobres son animales, y hay que tratar a los de la clase baja como tal.

Thomas me miró, su expresión una mezcla de horror y fascinación. Mis palabras eran duras, pero reflejaban una verdad que muchos temían admitir. La pobreza era una plaga, y aquellos marcados por ella llevaban su estigma como una maldición.

Con un gesto, desvié la conversación de vuelta a los negocios. La luna, apenas visible a través de las cortinas, bañaba la habitación en una luz fantasmal. Yo, Paul, me erguía como un monarca entre mis iguales, mi mano adornada con joyas que desafiaban la oscuridad con su resplandor.

BAD LIFE (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora