Capitulo 12: El asalto al tren.

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Alice Bonnet

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Alice Bonnet

El sol se deslizaba lentamente por el horizonte, tiñendo el cielo de un anaranjado ardiente que se reflejaba en las tranquilas aguas del Sena. A medida que el barco avanzaba hacia el puerto de París, una oleada de emociones me invadió. Hacía un año y medio desde la última vez que mis pies tocaron suelo francés, y el regreso traía consigo un torbellino de recuerdos y un nudo en la garganta que no lograba deshacer.

—¡Mira, Alice! Ahí está.— La voz de Thomas, aunque grave y templada por los años de dificultades, tenía un deje de alivio al vislumbrar la orilla. Se inclinó ligeramente sobre la barandilla y sus ojos azules, que usualmente eran fríos y calculadores, brillaron por un instante con algo que casi podía confundirse con esperanza.

Asentí en silencio y me acerqué, apoyando las manos sobre la madera gastada del costado del barco. La brisa de la mañana traía consigo el aroma familiar de París: una mezcla de pan recién horneado, humo de las chimeneas y el leve rastro de las flores que creían en los jardines cercanos al río. Inhalé profundamente, dejando que aquel perfume embriagara mis sentidos y me transportara a un tiempo más sencillo, cuando la guerra y la violencia eran solo susurros lejanos cuando era solo una niña.

—Volver nunca es fácil, — murmuré, apenas consciente de que hablaba en voz alta.

—Eso depende de lo que dejes atrás.— Thomas me observó de reojo, su semblante endureciéndose de nuevo. —A veces, los fantasmas siguen esperando donde menos lo esperas.

Sus palabras trajeron una sombra a mis pensamientos, pero sacudí la cabeza y sonreí con amargura. París, mi ciudad natal. El puente de Notre Dame se alzaba majestuoso a la distancia, testigo impasible de los dramas de una ciudad que estuvo en conflicto. Las cúpulas de los edificios y los callejones que conocía como la palma de mi mano parecían tan familiares y, al mismo tiempo, extraños.

—Alice, ¿estás bien?— Thomas interrumpió mis pensamientos, sus cejas fruncidas con una preocupación que rara vez mostraba. No era de los que preguntaban por cortesia; si algo le importaba, se notaba en cada palabra.

—Lo estaré. Solo es… ésta es mi ciudad, Thomas. Todo lo que soy comenzó aquí, y todo lo que he perdido también.

—Lo sé. Pero no hemos venido para recordar; hemos venido para cambiar lo que viene.

Aquella frase golpeó mis pensamientos como un latigazo. La nostalgia se disipó como el humo, reemplazada por la determinación. La costa se acercaba rápidamente, y París, con sus secretos y sus peligros, nos recibía como solo una ciudad llena de sombras podía hacerlo.

— Tienes razón, Thomas. No hay espacio para fallos.

El barco finalmente tocó puerto, y con un último crujido de la madera, las cuerdas fueron lanzadas y aseguradas al muelle. El aroma a sal y humedad dio paso al olor más familiar: la mezcla de pan fresco, vino y un leve toque de humo de chimenea que se alzaba desde las calles adoquinadas de París.

BAD LIFE (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora