Capítulo 5: La guerra inicia.

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Paul Ackerman.

La luz tenue de las velas danzaba sobre la madera oscura de la mesa, creando sombras que parecían conspirar en silencio. Mi familia, leales y astutos, se encontraba reunida en la penumbra de nuestra mansión familiar. Las paredes estaban cubiertas con exquisitos tapices de seda y terciopelo, bordados con motivos florales y escenas mitológicas. Los muebles, verdaderas obras de arte, eran de madera tallada: sillas y sofás con respaldos altos y cojines de brocado. Grandes candelabros de cristal colgaban del techo, reflejando la luz de las velas. Las lámparas de gas y otras más pequeñas de electricidad, con pantallas de vidrio esmerilado, proporcionaban una iluminación suave y cálida. El suelo estaba cubierto con alfombras persas tejidas a mano, sus colores vibrantes y patrones geométricos añadían calidez y sofisticación. En una esquina, una imponente chimenea de mármol se alzaba desde el suelo hasta el techo, el fuego crepitaba, arrojando destellos sobre los retratos familiares y los espejos dorados. Estatuas de mármol y otras de bronce se alzaban en las esquinas, y los relojes de pie, con esferas de porcelana y péndulos oscilantes, marcaban el tiempo con elegancia. Las librerías estaban llenas de libros encuadernados en cuero, algunos con páginas doradas. Los detalles en oro y marfil adornaban los marcos de los espejos, las patas de las mesas y los tiradores de los cajones. En esta sala, el tiempo parecía detenerse, y la opulencia se respiraba en cada rincón. A mi derecha, mi hermano mayor, Viktor, con su mirada fría y calculadora, sostenía una copa de vino tinto. A mi izquierda, mi hermano menor, Heinrich, apretaba los puños con impaciencia. El primo Ernst, con sus gafas de montura dorada, hojeaba los registros financieros con meticulosidad, mientras mi prima Elise, de ojos verdes y sonrisa peligrosa, jugueteaba con su abanico de encaje.

- Los Leroy han cruzado la línea - murmuré, inclinándome hacia adelante. - Financiaron el ataque en nuestras tierras, y eso no quedará impune. Hay que dejarles en claro a los franceses que nosotros seguimos siendo superiores a ellos.

Viktor asintió, su mandíbula tensa. - París es su refugio. Debemos golpear allí donde menos lo esperen.

Heinrich se aclaró la garganta. - ¿Y si utilizamos a sus propios hombres en su contra? Tenemos el suficiente dinero para comprar su lealtad. Francia ya no es lo que era antes y seguro algunos de ellos están descontentos con el liderazgo de los Leroy.

Ernst levantó la vista de los números. - Podríamos filtrar información falsa, sembrar la discordia entre sus filas. Hacer que se enfrenten entre sí.

Elise se inclinó hacia mí, su perfume dulce y peligroso. - O podríamos atacar directamente a su familia. Un mensaje claro y contundente. Unos cuantos hombres fuertes y leales serán suficientes.

Sonreí. - Exactamente, querida prima. Pero no debemos apresurarnos. La venganza es un plato que se sirve frío. Esperaremos el momento adecuado, cuando estén distraídos, cuando crean que están a salvo.

La sala estaba cargada de tensión, como si el aire mismo se hubiera vuelto más denso. Las voces de mi familia resonaban en las paredes tapizadas, y sus miradas se clavaban en mí como dagas afiladas. Heinrich, siempre el pragmático, había propuesto un ejército de cincuenta hombres para el ataque contra los Leroy. Pero yo, Paul, el líder de la mafia alemana, no estaba dispuesto a seguir ese camino.

- No - mi voz cortante llenó la habitación, y todos se giraron hacia mí. Mi mirada se encontró con la de Viktor, mi hermano mayor, quien siempre había sido más cauto. - Tantos hombres solo nos complicarían las cosas. El gasto sería exorbitante, y llevar todo ese armamento sería aún peor. Además, un ataque de esa magnitud podría desencadenar una guerra a gran escala, arrastrando a Inglaterra y al imperio Ruso. No es el momento adecuado.

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