Capítulo 14: El Ingenio del Lobo.

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Paul Ackerman

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Paul Ackerman.

La guerra no se gana con armas ordinarias. Ese pensamiento, afilado y frío como una hoja recién forjada, me acompaña mientras estoy sentado en mi oficina, rodeado de libros polvorientos, maquetas incompletas y herramientas dispersas. Mis dedos tamborilean sobre el escritorio mientras observo un lienzo en blanco, un simple papel que pronto será el nacimiento de algo mucho más grande que cualquier arma en el arsenal de los Ackerman.

"La fuerza bruta solo te lleva hasta cierto punto," pienso. Los franceses han probado su astucia con el ataque al tren, pero los Ackerman no solo somos poderosos; somos visionarios.

Tomo un lápiz con precisión casi quirúrgica y comienzo a trazar líneas. Cada trazo es metódico, calculado. Mi conocimiento en ingeniería, alimentado por años de formación y perfección, se mezcla con mi fascinación por el arte. Una estructura comienza a emerger en el papel: un vehículo aerodinámico, diseñado para volar. Será capaz de lanzar proyectiles y bombas, un arma imparable que dominará los cielos.

El día transcurre como un suspiro. Apenas noto cómo el sol cae más allá de las montañas, tiñendo el cielo de un rojo profundo. Mis manos están manchadas de grafito y mis ojos arden por el cansancio, pero frente a mí hay algo tangible: bocetos y planos rudimentarios, el comienzo de una revolución.

De pie, observo mi creación con una mezcla de satisfacción y ambición. Pero esto es solo el principio. Necesito más. Necesito a los mejores ingenieros y científicos, y ellos están en Ackerman Industries ubicada en Essen, nuestra joya de la corona, el corazón de nuestra maquinaria de guerra.

Doblo cuidadosamente los planos y los guardo en una carpeta de cuero negro, asegurándome de que nadie más tenga acceso a ellos. Mis movimientos son lentos, deliberados, porque incluso el más mínimo descuido puede dar ventaja a nuestros enemigos.

Con un gesto, llamo a uno de mis hombres. — Prepara mi caballo. Voy a Ackerman Industries. Nos iremos en quince minutos.

El hombre asiente sin hacer preguntas. No necesitan entender mis intenciones; su única tarea es obedecer.

Poco después, estoy en el patio de la mansión. Mi caballo, un corcel negro de ojos inteligentes y musculatura perfecta, espera con impaciencia. Subo a la montura con la misma determinación que utilizo en cada aspecto de mi vida. Cuatro hombres, armados hasta los dientes, me escoltan. Son soldados entrenados para proteger lo más valioso que tenemos: el futuro de la familia Ackerman.

La noche es fresca, y el aire parece cargado de promesas. Cabalgamos en silencio, el sonido de los cascos golpeando el suelo marcando un ritmo constante. La guerra ya no será como antes, pienso mientras el viento acaricia mi rostro.

"No es suficiente superar a tus enemigos," reflexiono mientras cruzamos los terrenos de la propiedad. "Debes dejarlos sin aliento, mostrarles algo que nunca hayan imaginado, y hacer que el miedo sea la única emoción que les quede."

Ackerman Industries me espera. El lobo está a punto de construir alas.

El aire fresco de la noche se transforma en el ambiente industrial y cargado de humo de Ackerman Industries. Las chimeneas escupen columnas de vapor hacia el cielo, y el sonido de martillos y máquinas resonando como un eco interminable. Este lugar no duerme nunca; aquí se forjan las armas que mantienen a Alemania en la cima del poderío europeo.

Al llegar, dos figuras me esperan al pie de las puertas principales: los hermanos Stein, los mejores ingenieros de toda Europa. Ambos, vestidos con ropa de trabajo cubierta de polvo metálico, parecen cansados, pero sus posturas rígidas reflejan respeto. Franz Stein, el mayor, de cabello grisáceo y rostro marcado por arrugas de concentración, da un paso adelante. A su lado, Wilhelm, el menor, más joven pero igual de brillante, se ajusta los lentes mientras intenta leer mi expresión.

— Señor Ackerman, —dice Franz con un leve asentimiento. — Es un honor recibirlo aquí a estas horas.

— Necesito hablar con ustedes dos. En privado,— digo, sin rodeos.

Ellos intercambian una mirada rápida, pero no cuestionan mi orden. — Por supuesto,— responde Wilhelm. — Acompáñenos a la oficina.

Subimos unas escaleras metálicas que conducen a una oficina en el segundo piso, desde donde se tiene una vista panorámica de la fábrica. El ambiente está lleno de planos, modelos a escala y partes de maquinaria desmanteladas. Una vez dentro, cierro la puerta tras de mí y coloco la carpeta de cuero sobre la mesa central.

— Necesito que vean esto,— digo, abriendo la carpeta y extendiendo los bocetos frente a ellos.

Ambos se inclinan sobre los planos, sus ojos recorriendo cada línea con atención. Franz entrecierra los ojos, mientras Wilhelm ajusta sus lentes y murmura algo ininteligible.

—Esto...— comienza Franz, levantando la vista hacia mí. — Esto es... increíble.

— Es un vehículo diseñado para volar,— explico, con un tono calmado pero firme. — Capaz de lanzar proyectiles y bombas desde el aire. Lo que ven aquí es una idea primitiva, un concepto que necesita perfeccionarse. Ustedes son los únicos que pueden hacerlo realidad.

Wilhelm, visiblemente emocionado, señala uno de los dibujos. — El diseño es... ambicioso, señor Ackerman. Pero lograr que algo como esto despegue requerirá un motor con una potencia excepcional. Además, el peso de los proyectiles y las bombas será un desafío crítico. Mantenerlo en el aire por un tiempo prolongado...

— ¿Es posible o no?— interrumpo, mi tono cortante.

Franz, siempre más pragmático, se cruza de brazos. — Difícil, pero no imposible. Necesitaríamos desarrollar un motor completamente nuevo, mucho más potente que cualquier cosa que exista actualmente. Y eso tomará tiempo.

— ¿Cuánto tiempo?

Wilhelm y Franz se miran entre sí, calculando mentalmente. — Si trabajamos sin descanso y contamos con recursos ilimitados, podríamos tener algunos prototipos funcionales en unos meses, —dice Franz finalmente. —Pero serán rudimentarios, y no podrán permanecer en el aire más que unos minutos.

—Lo suficiente para probarlos y mejorar,— añado, mi mente ya planeando los siguientes pasos.

—Exactamente,— dice Wilhelm, ahora más confiado. —Pero necesitaríamos más ingenieros, acceso a materiales avanzados y libertad para experimentar sin restricciones.

—Lo tendrán todo,— declaro. —No importa el costo, ni la cantidad de personas necesarias. Este proyecto es prioridad absoluta.

Los hermanos asienten, impresionados tanto por el proyecto como por mi determinación.

—Lo quiero listo cuanto antes,— continúo. —Y no quiero excusas. Cada segundo que los franceses tengan ventaja es un segundo perdido para nosotros.

—Entendido, señor Ackerman,— dice Franz, su tono reflejando respeto y compromiso.

Recojo los planos, asegurándome de que queden protegidos en la carpeta. —Confío en ustedes, Stein. No me decepcionen.

—Jamás, señor Ackerman,— responde Wilhelm con firmeza.

Salgo de la oficina dejando a los hermanos inmersos en discusiones técnicas sobre materiales y motores. Mientras bajo las escaleras hacia la salida, no puedo evitar sentir una punzada de anticipación.

La guerra no se gana con armas ordinarias. Se gana con innovación. Con visión.

Y pronto, los cielos serán míos.

BAD LIFE (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora