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El sonido de las olas llenaba el silencio que había quedado entre nosotros. No era incómodo, más bien parecía necesario, como si ni él ni yo quisiéramos romper la magia del momento con palabras innecesarias. Sentía la arena bajo la manta, cálida todavía por el calor del día que había terminado hacía horas. La brisa suave del mar traía consigo ese aroma salado y fresco que tanto me gustaba. Alexis estaba recostado a mi lado, mirando al cielo con una expresión tranquila. Mientras tanto, yo lo observaba de reojo, preguntándome qué era exactamente lo que estaba ocurriendo dentro de mí.

No era solo la calma del lugar o lo hermoso de la noche. Había algo más, algo que no lograba definir del todo. Una sensación desconocida pero reconfortante, como si en ese instante no existiera nada fuera de esta playa, de este momento, de nosotros dos.

—¿En qué piensas? —preguntó de repente, rompiendo el silencio con su voz baja y suave.

Me tomó desprevenida, tanto que tardé unos segundos en responder. Giré la cabeza hacia él, encontrándome con su mirada curiosa. Había algo en su expresión que me hizo sonreír sin darme cuenta.

—En que esto parece de película. —Respondí con sinceridad, aunque en mi mente aquello no alcanzaba a describir lo que sentía.

Él soltó una risa breve, esa que tenía la capacidad de hacerme sentir cómoda incluso en los momentos más inesperados.

—¿Eso es algo bueno o malo? —preguntó, inclinando la cabeza ligeramente.

—Bueno. Muy bueno. —Dije, sin dudarlo esta vez.

—Entonces estamos de acuerdo. —Su sonrisa se hizo más amplia, y por un instante pensé que no era posible que alguien tuviera una sonrisa tan contagiosa.

Se incorporó un poco, apoyándose en un codo, y me miró con una intensidad que me hizo sentir un cosquilleo en el estómago. Desvié la vista por un segundo, intentando mantener la calma.

La conversación volvió a fluir, aunque ahora parecía más ligera. Alexis comenzó a hablarme de su infancia, de los veranos que pasaba con su familia en la casa de su abuela, de las noches como esta, bajo el cielo estrellado, cuando todo parecía más simple. Me contó cómo su mamá siempre encontraba una manera de hacerlo reír, incluso en los días más difíciles, y lo mucho que extrañaba estar cerca de ella ahora que vivía lejos.

Yo también le conté un poco sobre mí, aunque al principio no sabía por dónde empezar. Le hablé de mi primer año en la universidad , de cómo me había sentido fuera de lugar al principio, y de las pequeñas cosas que me habían ayudado a adaptarme. Le conté sobre los paseos que daba por la playa cuando necesitaba despejar mi mente, y cómo había descubierto una cafetería cerca del muelle que hacía los mejores cafés a las rocas. Él escuchaba con atención, haciendo preguntas aquí y allá, como si cada detalle de mi vida le importara.

Pasaron las horas sin que ninguno de los dos se diera cuenta. El satélite que habíamos estado observando desapareció en el horizonte, y el cielo comenzó a cambiar lentamente. Fue entonces cuando Alexis se sentó y sacó algo de la cesta que había traído.

—No podía dejar que esta noche terminara sin esto. —Dijo con una sonrisa mientras levantaba un termo plateado.

—¿Qué es eso? —pregunté, intrigada.

—Chocolate caliente. —Respondió con orgullo, como si estuviera presentando un tesoro.

—¿Chocolate caliente en la playa?

—No es cualquier chocolate caliente. —Aclaró mientras servía un poco en un vaso pequeño y me lo pasaba. —Es una receta familiar. Mi abuela lo hace en noches especiales como esta.

Tomé un sorbo, y el sabor me sorprendió. Era dulce, pero había algo más, algo que lo hacía diferente a cualquier otro chocolate que hubiera probado antes.

—Esto es increíble. ¿Qué le pusiste?

—Es un secreto. —Dijo con una sonrisa misteriosa. —Mi abuela suele decir que el chocolate, como la vida, necesita un poco de amargura para que lo dulce sea especial.

—Sabias palabras. —Le devolví la sonrisa, disfrutando del calor del chocolate en mis manos mientras la brisa nocturna se volvía un poco más fría.

Seguimos hablando mientras terminábamos el chocolate. Las estrellas comenzaron a desvanecerse poco a poco, y el cielo empezó a teñirse de tonos suaves, anunciando la llegada del amanecer.

—No pensé que nos quedaríamos aquí toda la noche. —Dije mientras me estiraba, sintiendo el frío de la madrugada en mi piel.

—Yo tampoco, pero creo que no podría haber terminado de mejor manera. —Respondió Alexis mientras comenzaba a recoger las cosas.

—Tienes razón. —Me levanté y sacudí la arena de mi falda antes de ayudarlo a guardar lo que quedaba.

Cuando terminamos, me quedé mirando hacia el horizonte. El sol empezaba a asomarse tímidamente, iluminando el cielo con colores cálidos que se reflejaban en el mar. Era un espectáculo hermoso, y por un momento me olvidé de todo lo demás.

—Es increíble. —Susurré, casi para mí misma.

—Sí, lo es. —Respondió Alexis, aunque cuando lo miré, me di cuenta de que no estaba viendo el amanecer. Estaba mirándome a mí.

Mi corazón se aceleró de inmediato. Alexis respiró profundo, como si estuviera reuniendo valor para decir algo importante.

—Llevo toda la noche aguantándome, y siento que si no lo digo ahora, no voy a poder seguir callándome. —Dijo finalmente, su tono más serio que antes.

Lo miré, sin saber qué esperar. —¿Qué pasa?

—No sé si sea el mejor momento para decirlo, pero quiero ser sincero contigo. —Hizo una pausa, y luego, con una sonrisa nerviosa, agregó: —Quiero besarte. Pero no quiero hacerlo sin tu permiso.

Mi mente se quedó en blanco por un momento. Mi corazón latía tan rápido que podía sentirlo en los oídos. Alexis me miraba, esperando mi respuesta.

—¿Eso está mal? —preguntó, con una timidez que no esperaba de él.

Negué con la cabeza, sonriendo ligeramente. —No está mal... para nada. ¿Y si te digo que ya no tienes que pedir permiso?

Eso fue todo lo que necesitó. Lentamente, se inclinó hacia mí, dejando espacio para que lo detuviera si quería. Pero no lo hice. Cuando sus labios tocaron los míos, fue como si todo lo demás desapareciera.

El beso fue suave, lleno de emociones que no necesitaban ser dichas en palabras. Cuando nos separamos, él me miró con una mezcla de nervios y satisfacción. —Definitivamente no lo imaginé así de perfecto.

Solté una risa baja, todavía sintiendo el cosquilleo en mis labios. —Yo tampoco.

El camino de regreso fue tranquilo. No hablamos mucho, pero las miradas y las sonrisas que compartimos lo decían todo. Cuando me dejó frente a mi edificio, Alexis apagó el motor y me abrió la puerta, me miró con una expresión seria pero tranquila.

—Gracias por esta noche. —Dijo, con sinceridad en cada palabra.

—Gracias a ti por hacerla inolvidable. —Respondí antes de inclinarme hacia él para darle un beso corto, pero lleno de significado.

No fue un final. Fue un comienzo.

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⏰ Última actualización: 3 days ago ⏰

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