Capítulo 10: Confesiones en la azotea

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Daniel guió a Alex hacia las escaleras que llevaban al techo del instituto, un lugar al que rara vez subía alguien. El sonido del viento y el bullicio lejano del recreo fueron la banda sonora mientras ambos subían en silencio.

Cuando llegaron, Alex se cruzó de brazos, apoyándose en la barandilla con una expresión expectante.

—Bien, estamos aquí. ¿Qué ocurre?

Daniel no sabía cómo empezar. El peso de las palabras parecía clavarse en su pecho, dificultándole respirar. Finalmente, se obligó a hablar.

—He estado recibiendo mensajes extraños... amenazantes.

Los ojos de Alex se entrecerraron, su expresión cambiando de curiosidad a preocupación.

—¿Qué clase de mensajes?

Daniel sacó su móvil y se lo mostró. Alex leyó los textos en silencio, sus labios fruncidos en una fina línea. Cuando terminó, se quedó un momento inmóvil, como procesando la información, antes de mirar a Daniel.

—¿Desde cuándo te están llegando?

—El primero fue anoche, y otro esta mañana. No tengo idea de quién puede ser, pero... tengo mis sospechas.

—¿Sara? —preguntó Alex, casi como si pudiera leer la mente de Daniel.

Daniel asintió lentamente, aunque una parte de él todavía no quería creerlo.

—No sé por qué lo haría, pero su actitud hacia mí ha sido... rara. Y hoy me dijo algo que me puso los pelos de punta, como si quisiera advertirme que me aleje de ti.

Alex apretó los puños, su mirada fija en el horizonte.

—Voy a hablar con ella.

—No, por favor —interrumpió Daniel, agarrándolo del brazo—. Si lo haces, solo va a empeorar las cosas.

—Entonces, ¿qué sugieres? ¿Que me quede de brazos cruzados mientras te amenazan? —replicó Alex con frustración, aunque había un matiz de preocupación en su voz.

Daniel bajó la mirada, sintiendo que las palabras se le escapaban. No quería involucrar más a Alex, pero tampoco podía ignorar lo que estaba pasando.

—Solo... necesitaba que lo supieras. No quiero que esto se salga de control.

Alex suspiró, relajando los hombros.

—Mira, no me voy a quedar sin hacer nada, pero prometo que no haré nada impulsivo. De momento, si recibes otro mensaje, me lo dices de inmediato.

Daniel asintió, sintiendo una mezcla de alivio y miedo.

—Gracias.

Por un momento, el silencio se instaló entre ellos, pero no era incómodo. Era como si ambos entendieran lo que significaba ese momento. Daniel finalmente reunió el valor para hablar otra vez.

—Alex, yo... no sé por qué te importa tanto esto. Apenas me conoces.

Alex lo miró fijamente, su expresión suave pero seria.

—No sé cómo explicarlo, pero... me importas. Desde que llegaste, siento que... no sé, es como si no pudiera ignorarte.

El corazón de Daniel dio un vuelco. Sus ojos se encontraron, y por un instante, el mundo pareció detenerse.

Alex fue el primero en apartar la mirada, rascándose la nuca con un aire incómodo.

—Olvídalo, tal vez suena estúpido.

—No, no suena estúpido —replicó Daniel rápidamente, sintiendo que el calor subía a su rostro—. Solo... gracias por estar aquí.

Ambos sonrieron, tímidos, antes de que Alex rompiera el momento con un ligero golpe en el hombro de Daniel.

—Vamos, el recreo está por terminar, y no quiero que piensen que estamos tramando algo raro aquí arriba.

Daniel rió, sintiéndose un poco más ligero. Por primera vez en días, sentía que no estaba solo enfrentándose a todo esto.

Mientras bajaban, no se dio cuenta de que, desde la distancia, unos ojos los observaban con atención.

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