Capítulo 25: Un último sacrificio

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El aire de la madrugada estaba fresco, como si el mundo entero estuviera en pausa, esperando algo que no sabían lo que era. Las luces de la ciudad parpadeaban en la distancia, como pequeñas chispas en la oscuridad, pero Alex apenas las notaba. Su mente seguía atrapada en los ecos de la revelación que había cambiado todo: su abuelo, la conexión con la mafia, los secretos oscuros que había estado cargando sin saberlo.

En su habitación, las paredes parecían cerrarse a su alrededor. Estaba sentado en la cama, mirando la ventana, pero no veía nada. Su mente estaba demasiado ocupada, procesando lo imposible de entender. Había tenido momentos en los que pensó que todo lo que le había ocurrido no era más que una pesadilla. Pero no. La verdad era tan palpable como el frío que sentía al respirar. Su abuelo, el hombre que había sido su protector, el que lo había criado tras la muerte de sus padres, estaba involucrado en todo esto. La misma mano que lo había acariciado en su infancia, ahora lo arrastraba hacia el abismo.

La puerta de su habitación se abrió lentamente, y Daniel apareció en el umbral. No hacía falta que dijera nada; su presencia era todo lo que necesitaba. Como siempre, estaba allí, esperando sin presionar.

Alex levantó la mirada, su rostro una máscara de incertidumbre.

-No sé qué hacer, Daniel. -Las palabras salieron rasposas, cargadas de desesperanza-. Mi abuelo... ¿Cómo me enfrento a esto? ¿Cómo sigo adelante sabiendo todo lo que sé?

Daniel caminó hacia él y se sentó al borde de la cama, mirándolo con una expresión tranquila, pero firme.

-No tienes que tener todas las respuestas ahora, Alex. Pero tienes que elegir. Y lo que elijas será lo que determine tu futuro. -Daniel pausó, sus ojos fijos en los de Alex, buscando algo en su mirada-. Ya no estás solo en esto. Lo sabes, ¿verdad?

Alex asintió, pero la incertidumbre aún lo ahogaba. Era como si cada fibra de su ser estuviera dividida. Parte de él quería huir, dejar atrás todo, olvidarse de la verdad que lo quemaba por dentro. Pero otra parte, la más fuerte, sabía que no podía. No podía correr de sí mismo, ni de las sombras que lo perseguían.

-Tengo que confrontarlo, ¿verdad? A mi abuelo. Necesito saber por qué... -su voz vaciló, casi como si temiera escuchar la respuesta-. Necesito saber qué lo llevó a esto.

-Sí -respondió Daniel sin dudarlo-. Pero recuerda, no estás solo en esto. Yo estaré contigo. Siempre.

Alex suspiró, sintiendo la presión de la responsabilidad en su pecho. Esta no era la vida que había imaginado, pero era la vida que tenía. Y aunque todo estuviera destrozado a su alrededor, algo dentro de él se encendió. La decisión estaba clara.

-Voy a confrontarlo. -Las palabras salieron con más firmeza, como una declaración a sí mismo tanto como a Daniel.

El silencio se instaló entre ellos, pero no era un silencio incómodo. Era un silencio de comprensión mutua, uno que solo los que han vivido algo similar pueden compartir. En ese momento, sin palabras, Alex sintió una conexión más profunda con Daniel. No importaba lo que sucediera. Juntos lo enfrentarían.

El teléfono de Alex vibró en la mesa de noche, cortando la quietud del momento. Miró la pantalla. Era un mensaje de texto de la policía. "Nos vemos mañana. El tiempo se agota."

El reloj parecía haberse detenido en ese instante. "El tiempo se agota". Alex entendió la gravedad de las palabras. Tenía que actuar, y rápido. La cuenta atrás había comenzado.

-Es ahora -dijo Alex, poniéndose de pie, la determinación reflejada en su rostro. No había marcha atrás. Había llegado el momento de dar el paso que cambiaría todo. El momento en que debía enfrentarse a la verdad, a su abuelo, y desentrañar las últimas piezas del rompecabezas que había estado armando.

Daniel lo miró, y aunque sus ojos mostraban preocupación, también había un destello de confianza. Sabía que Alex iba a ser capaz de enfrentarlo, porque, a pesar del miedo, él también tenía la fuerza para hacerlo.

-Vamos a hacerlo -respondió Daniel, levantándose también. Sus manos se encontraron por un segundo, un contacto breve pero cargado de apoyo.

Juntos, dejaron la habitación, y aunque el mundo seguía su curso, en ese momento, todo lo que importaba era el siguiente paso.

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