Capítulo 24: La verdad que quema

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La calle estaba desierta, o al menos eso parecía desde el asiento del conductor del coche de Alex. No importaba la hora, ni si el sol ya estaba casi oculto. La ciudad seguía su curso como si nada hubiera cambiado, pero para Alex, nada era igual. El peso de la revelación sobre su abuelo aún lo paralizaba, como una sombra que no se desvanecía, un eco que retumbaba en su mente. A cada kilómetro recorrido, la verdad parecía más y más insoportable.

Con las manos aferradas al volante, Alex se mordía el labio, tratando de no desmoronarse en medio del trayecto. No estaba preparado para aquello. Nadie lo estaba. Su abuelo, el hombre que había sido la figura de seguridad en su vida, el pilar que siempre creyó que nunca fallaría, resultaba ser parte de la maraña que había llevado a la muerte de sus padres. ¿Cómo podría perdonarlo alguna vez? ¿O era que no podía perdonarse a sí mismo por no haber visto las señales antes?

El sonido del motor de su coche era lo único que conseguía arrastrarlo de su tormento mental. Sus pensamientos se entrelazaban en una espiral sin fin. El futuro parecía menos claro que nunca. ¿Qué debía hacer ahora? ¿Buscar venganza? ¿Perseguir la justicia? Las preguntas lo acosaban y, por un momento, su mente se nubló completamente.

Al llegar a la pequeña casa donde había estado viviendo con su abuela, se detuvo frente al portal. No sabía si entrar o seguir conduciendo sin rumbo. A veces, la huida era más fácil que enfrentar la realidad.

Daniel estaba sentado en el asiento del copiloto, mirándolo en silencio, sin saber qué decir. Había aprendido a leer los gestos de Alex, a entender sus silencios. No necesitaba palabras, porque entendía el dolor que lo consumía. Sin embargo, no podía quedarse ahí, callado, esperando que el tiempo curara las heridas que se abrían con cada pensamiento.

—¿Vas a entrar? —preguntó Daniel, su voz suave pero firme.

Alex lo miró, y sus ojos estaban vacíos, como si todo lo que había conocido hubiera sido desmoronado de un solo golpe. No le contestó de inmediato. Lo que pasaba por su cabeza no podía expresarse con palabras.

Al final, salió del coche sin decir una palabra. Caminó hasta la puerta de la casa, el sonido de sus pasos resonando sobre la acera vacía. Daniel lo siguió, sin presionar. Sabía que Alex necesitaba tiempo, y no lo interrumpiría.

Cuando entraron a la casa, el ambiente estaba más oscuro de lo que Alex recordaba. La luz que entraba a través de las cortinas era tenue, como si el día mismo se hubiera apagado con la revelación. Alex se dejó caer sobre el sillón, mirando el espacio vacío frente a él, como si buscara alguna respuesta en las paredes desgastadas de la casa.

—Mi abuelo... —dijo finalmente, su voz cargada de incredulidad y rabia contenida—. No sé qué hacer con esto, Daniel. No sé cómo continuar.

Daniel se sentó a su lado, no para intentar darle respuestas, sino para estar allí. A veces, el simple acto de estar presente era lo que más necesitaba alguien que estaba roto por dentro.

—No tienes que tener todas las respuestas ahora —respondió Daniel con suavidad—. Es normal no saber qué hacer, pero lo importante es que ahora lo sabes. Y con esa verdad, tienes más poder del que crees.

Alex levantó la cabeza, mirándolo, como si fuera la primera vez que escuchaba algo sensato en medio de su caos.

—¿Poder? ¿Qué clase de poder tiene uno cuando la persona que te cuidó... que te crió... era parte de todo esto? ¿Qué clase de poder se obtiene de la traición? —su voz se quebró, pero no permitió que las lágrimas cayeran. Era un esfuerzo titánico no romperse en ese momento.

Daniel lo miró con una mezcla de compasión y comprensión, pero también con una firmeza que hizo que Alex lo mirara de una manera diferente.

—El poder de decidir qué hacer con esa verdad. El poder de usarla para cambiar las cosas, no solo para ti, sino para todos los que aún necesitan justicia. No estás solo, Alex. Yo estoy contigo, siempre. No importa lo que haya hecho tu abuelo. Tú eres más fuerte que todo eso.

Alex cerró los ojos, sintiendo el peso de las palabras de Daniel. La confianza de su amigo, la seguridad con la que hablaba, le daba algo que no había tenido en mucho tiempo: esperanza. Quizá, después de todo, sí podía seguir adelante. Quizá había una forma de hacerle frente a todo esto, de buscar un propósito en medio de la oscuridad.

—¿Y si me pierdo? —preguntó Alex, su voz apenas un susurro.

—No te vas a perder —respondió Daniel, seguro de sí mismo—. Porque yo te encontraré. Siempre.

El silencio se instaló entre ellos por un momento, pero ya no era un silencio pesado. Era un silencio cómodo, uno que los unía de alguna manera. Alex sabía que, aunque la verdad lo había golpeado con fuerza, no estaba solo. Y en ese momento, la oscuridad no parecía tan aterradora.

Finalmente, Alex levantó la mirada hacia la ventana. El cielo ya comenzaba a oscurecerse por completo, pero en su mente, algo comenzaba a iluminarse. No podía cambiar el pasado, pero sí podía decidir lo que haría con él. Y con Daniel a su lado, sabía que tenía una razón para seguir adelante.

—Voy a descubrir la verdad —dijo, con una determinación que no había sentido en mucho tiempo.

Daniel sonrió ligeramente, sintiendo la fuerza que Alex comenzaba a recuperar. Sabía que lo que venía no sería fácil, pero si alguien podía enfrentarlo, era él. Y si alguien podía ayudarlo a seguir, era él también.

Ambos se quedaron allí, mirando la noche caer lentamente, con la promesa de que, aunque el camino fuera duro, no estarían solos en él.

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