El sol comenzaba a descender, tiñendo la habitación con un resplandor rojizo que se colaba entre las cortinas. Aomine estaba sentado en el borde de la cama, el sonido suave de su respiración llenando el aire, mientras miraba de reojo la figura de Kagami que lo observaba desde la puerta.
El desayuno había sido un intento de relajarse, pero ni el café ni las palabras suaves de Ainara habían logrado calmar los pensamientos que martillaban la cabeza de Aomine. Había aceptado estar allí, había accedido a intentar aprender a controlar esa bestia interna que lo hacía perder el control, pero el accidente del día anterior aún pesaba sobre él.
Kagami, siguiendo la petición de Ainara, se ofreció a ayudarlo a aprender a controlarse. Pero su manera de hablar solo había enfurecido más a Aomine.
—Escucha, no soy tu amigo, y no estoy aquí para hacerte sentir cómodo —dijo Kagami, con el tono duro y directo, lo cual solo sirvió para irritar más a Aomine—. Pero si vas a quedarte bajo este techo, hay reglas. Primero, necesitas aprender a controlar esa... "bestia" que llevas dentro. Es lo único que te va a mantener con vida. O te controlas o te voy a tener que tratar como un peligro.
Aomine apretó los puños con fuerza, su respiración se volvió irregular, y algo dentro de él comenzó a hervir. No podía creer que ese tigre lo tratara como si fuera una especie de animal, sin siquiera conocerlo.
—No tienes idea de lo que estás diciendo —dijo con voz grave, intentando mantenerse calmo—. No sabes nada de mí.
Kagami no se detuvo, presionando cada vez más. Su tono se mantuvo firme y autoritario, sin darse cuenta de que sus palabras solo lo empujaban más al límite.
—Lo que sé es que te estás autodestruyendo. Necesitas aprender a controlarte, ¿o quieres terminar como el resto de los que se dejaron consumir por su instinto? —replicó, sin darse cuenta de que la situación estaba comenzando a desbordarse.
La sangre de Aomine empezó a hervir. Sintió la furia recorrerle las venas, la rabia, la necesidad de hacerle pagar a Kagami por sus palabras. Sentía que estaba perdiendo el control, y no pudo evitar que su mirada se volviera más salvaje, más peligrosa. En ese momento, las voces en su cabeza comenzaban a aumentar de volumen, sus instintos animales asomándose con fuerza.
—¡No tienes ni idea de lo que dices! —gritó, su voz cargada de ira—. ¡No soy un maldito animal!
Kagami lo miró con desdén, sin notar la intensidad de la lucha interna que se estaba desatando dentro de Aomine. Y en ese momento, Aomine sintió que la furia lo dominaba por completo. Intentó resistir, pero su cuerpo ya estaba cediendo. La transformación comenzó a apoderarse de él, y los cambios físicos fueron inmediatos: sus ojos brillaron con una luz dorada, su respiración se aceleró, sus caninos mas grandes que de costumbre y sus garras comenzaron a alargarse.
Fue en ese preciso instante cuando Kuroko irrumpió en la habitación, alertado por el sonido del gritar. Observó rápidamente la situación, y su rostro se tornó tenso al ver la expresión de furia de Aomine.
—¡Kagami! —gritó Kuroko, con voz de preocupación—. ¡Cálmate, Aomine, respira!
Kagami, al ver cómo Aomine comenzaba a perder completamente el control, entró en pánico, sin saber cómo manejar la situación. Era claro que su actitud directa solo había avivado la furia de Aomine, y en ese momento, ni él ni Kuroko tenían idea de cómo detenerlo.
En medio del caos, Ainara apareció en la puerta, como si hubiera sentido la tensión en el aire. Su rostro se tornó pálido al ver a Aomine transformado, completamente fuera de sí.
—¡Aomine, cálmate! —gritó Ainara, pero su voz tembló, llena de miedo.
Aomine la vio, y el miedo en los ojos de Ainara fue como un jarro de agua fría sobre él. En un instante, la furia que había consumido su mente se mezcló con una desesperación aún mayor: ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué había llegado a este punto?
Desesperado por no perder el control completamente, Kaleth comenzó a luchar contra sí mismo. Su mente estaba dividida, como si una guerra interna estuviera ocurriendo dentro de él. Por un lado, sentía los instintos animales pidiendo salir, y por otro, la imagen de Ainara mirándolo con miedo lo aterraba más que cualquier otra cosa.
Intentó retroceder, pero el miedo de ver a Ainara así lo empujó más allá de sus propios límites. Un grito de frustración salió de su garganta, pero, por suerte, no atacó. Sabía que no podía herirla.
—¡No quiero hacerle daño! —se dijo a sí mismo, tratando de aferrarse a la humanidad que aún le quedaba.
Kagami, aún en pánico, no sabía qué hacer. Intentó interponerse entre Aomine y Ainara, pero eso solo lo empeoró.
—¡Sal de ahí, Kagami! —gritó Kuroko, ahora preocupado por su amigo, sabiendo que si la situación continuaba así, Aomine podría perderse por completo.
Con todo el esfuerzo que le quedaba, Aomine finalmente logró calmarse lo suficiente para dar un paso atrás. Sus garras se retractaron y su respiración se estabilizó, pero la mirada de Ainara lo seguía, y esa expresión de miedo aún le quemaba por dentro.
Respiró hondo, cada músculo de su cuerpo tenso por la lucha interna que acababa de vivir.
—Perdón —dijo, su voz quebrada, mientras su cuerpo temblaba por el esfuerzo.
Ainara, aunque aún temerosa, se acercó lentamente, pero sin tocarlo. Sus ojos seguían buscando algo en él, algo que le demostrara que aún quedaba humanidad en él.
—No tienes que pedir perdón —dijo con suavidad, pero su voz aún traía un dejo de miedo—. Solo... solo tienes que aprender a controlarte, Aomine.
Un rato después, Aomine se encontraba nuevamente en la habitación, esta vez más tranquilo, pero con la carga del miedo y la vergüenza aún pesando sobre él. Kagami estaba allí también, aunque en silencio, y Kuroko se acercó con calma, su presencia siempre reconfortante.
Kagami se cruzó de brazos, observando a Aomine con una mezcla de frustración y una leve preocupación.
—Vas a tener que aprender a controlar esa furia. No va a ser fácil —dijo, de nuevo en su tono rudo, pero sin la misma dureza de antes—. Si lo logras, tal vez puedas quedarte.
Aomine asintió lentamente, aún con el corazón agitado por el recuerdo del momento en que casi atacó a Ainara. La guerra interna que había sentido lo dejó exhausto, pero también había algo en él que lo impulsaba a seguir adelante.
—Lo intentaré —dijo, esta vez con un tono más seguro.
Al final del día, había algo que había cambiado en él. Sabía que no podía dejar que esa bestia lo controlara, porque si lo hacía, perdería todo lo que tenía por ganar. Y entre ese todo, estaba la pequeña chispa de esperanza que había sentido cuando Ainara lo miró, no con desprecio, sino con la preocupación de quien aún cree que puede salvarlo.
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