Aominese quedó tumbado en la cama, mirando el techo, con el sueño aún grabado en su mente.
Era absurdo.
Se pasó una mano por la cara, intentando disipar la sensación de calor que aún recorría su piel.
Ainara.
¿Por qué demonios soñó con ella?
No era la primera vez que alguien le parecía atractiva, pero nunca había sentido algo tan intenso. Claro, en su antigua vida hubo mujeres, incluso algunas que le coqueteaban, pero él nunca les prestó atención. Nunca le había interesado alguien de esa forma.
Y ahora, con Ainara, todo se sentía diferente.
Se removió en la cama, molesto consigo mismo.
Era porque no tenía experiencia con mujeres, se dijo. No era más que su instinto reaccionando a la cercanía de alguien del sexo opuesto. Sí, debía ser eso.
Pero entonces, ¿por qué recordaba con tanta claridad la forma en que ella le sonrió? ¿Por qué su risa todavía resonaba en su cabeza como un eco? ¿Por qué sintió ese maldito cosquilleo en el pecho cuando ella pasó los dedos por su cabello en su sueño?
Maldición.
Se sentó en la cama, frotándose la nuca con frustración.
Intentó pensar con lógica.
Ainara era atractiva. Eso era un hecho. Su personalidad fuerte y su forma descarada de hablarle lo mantenían en alerta constante, y en cierto modo, eso le gustaba. No le trataba con miedo ni con cuidado excesivo, como si fuera un animal a punto de perder el control. Lo enfrentaba de igual a igual.
Tal vez eso era lo que lo tenía así.
Sí, tenía sentido. No estaba acostumbrado a que una mujer lo tratara así.
Pero...
No era solo eso.
Era la forma en que lo miraba a veces, con esa chispa juguetona en los ojos. La forma en que no retrocedía cuando él la desafiaba, sino que se acercaba aún más. La forma en que su presencia parecía llenar el espacio con facilidad, como si fuera imposible ignorarla.
El problema no era Ainara.
El problema era lo que él sentía por ella.
Y eso lo aterraba.
Se levantó de golpe, decidido a despejar su mente con algo más productivo.
Pero mientras caminaba hacia el entrenamiento con Kagami, sabía que no importaba cuánto intentara ignorarlo.
Ainara ya se había metido en su cabeza.
Y peor aún... en su piel.
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El golpe del balón contra el suelo resonaba con un ritmo constante, pero Aomine apenas lo escuchaba.
Se suponía que jugar con Kuroko lo ayudaría a despejar la mente, pero su concentración estaba por los suelos. Se movía por la cancha improvisada con la agilidad de siempre, su cuerpo reaccionaba automáticamente, pero su mente...
Su mente estaba en otra parte.
O mejor dicho, en alguien más.
—Estás jugando como un anciano —comentó Kuroko de repente, atrapando el balón con facilidad después de que Aomine fallara un pase.
Aomine le dirigió una mirada afilada.
—Cállate.
Kuroko sonrió con diversión y botó el balón un par de veces antes de hacer un tiro que, para su desgracia, rebotó en el aro y cayó fuera.
—Tch, maldita sea.
Aomine rodó los ojos, recuperando la pelota. Se inclinó un poco, flexionando las piernas, y con un movimiento fluido, se elevó en el aire, hundiendo el balón en la canasta con facilidad.
Kuroko chifló.
—Mira nada más. Aún distraído sigues siendo un prodigio.
Aomine bufó, dejándose caer con un movimiento ágil.
—Juega en serio.
—Dímelo tú —Kuroko cruzó los brazos, mirándolo con una ceja en alto—. Estás raro.
Aomine apretó la mandíbula.
—No estoy raro.
—Sí lo estás.
—No lo estoy.
—Sí. Lo. Estás.
Aomine gruñó, pero Kurko solo sonrió aún más, como si se divirtiera con su irritación.
—Déjame adivinar... —Kuroko fingió un gesto pensativo—. ¿Alguien te está rondando la cabeza?
Aomine tensó los hombros.
Error.
Kuroko lo notó de inmediato.
—Oh... espera. ¿Es por Ainara?
Aomine chasqueó la lengua.
—No digas estupideces.
Pero Kuroko no le creyó ni por un segundo.
—No puede ser—dijo con una risa burlona—. Extrañas a Ainara.
—No.
—Sí.
—Que no.
—Que sí.
Aomine sintió que la sangre le hervía.
—Voy a arrancarte la maldita lengua.
Kuroko simplemente echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
—Eres un libro abierto, hermano.
Aomine quería golpearlo. O mejor dicho, quería negarlo, pero la verdad era que Kuroko tenía razón.
Durante todo el entrenamiento con Kagami, su mente había divagado constantemente. Entre golpes y esquivas, su subconsciente lo traicionaba con recuerdos sueltos: la forma en que Ainara sonreía, el sonido de su risa, la manera en que su cabello caía sobre su rostro...
La forma en que su presencia llenaba la casa.
Y ahora que ella no estaba... se sentía jodidamente vacía.
—Mira, no te culpo —continuó Kuroko con una sonrisa ladina—. Ainara es guapa, es divertida, y lo mejor de todo, no tiene miedo de ponerte en tu lugar. Tiene sentido que te guste.
Aomine entrecerró los ojos.
—No me gusta.
Kuroko chasqueó la lengua, divertido.
—Claro, claro. Y yo soy un gato doméstico.
Aomine le lanzó el balón con fuerza, haciéndolo tambalearse hacia atrás.
—¡Oye, oye! No necesitas ponerte violento, hombre. Solo digo lo obvio.
Aomine resopló, apartando la mirada.
—Cállate y juega.
—Como digas, loquito enamorado.
Aomine gruñó y cargó contra Kuroko en un intento de quitarle el balón, pero el maldito lobo solo siguió riendo.
Y lo peor de todo era que su risa le taladraba la cabeza con la verdad que no quería aceptar.
Porque sí, por más que intentara negarlo, por más que intentara distraerse...
Extrañaba a Ainara.
Y no tenía idea de qué hacer con eso.
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