Ainara tenía dos cosas claras: la primera, que la gente podía ser increíblemente idiota; y la segunda, que prefería la ciudad al trabajo de campo. No era una queja, solo una observación basada en sus gustos y preferencias. Le encantaba ayudar a híbridos y animales por igual. Para ella, los híbridos eran fascinantes, no solo por sus características visibles —como orejas o cola—, sino por las diferencias intrínsecas en su fisiología. Por ejemplo, su estructura ósea: cuatro muelas menos que los humanos para dar espacio a colmillos más grandes y funcionales.
Desde niña había sentido una curiosidad especial por ellos. Su primer encuentro con los híbridos fue a través de un drama televisivo, donde el protagonista tenía uno como mascota. En aquel entonces, Ainara pensó que era algo emocionante: un ser que podía acariciar y, además, hablar. Pero al crecer, descubrió la oscura verdad. Los híbridos no eran mascotas por elección, sino creaciones humanas destinadas al entretenimiento, al trabajo o a la guerra. Cuando entendió el sufrimiento detrás de su existencia, tomó una decisión. No podía cambiar el mundo, pero podía cambiar algo para ellos.
Así, con apenas 17 años, se inscribió en una carrera emergente dedicada al estudio de los híbridos. Terminó su formación en dos años y pasó los tres siguientes involucrándose en fundaciones y proyectos de rescate. Ahora, a sus 22 años, estaba en una aldea de híbridos en medio de una selva remota. Sin señal de teléfono, con el calor haciéndola sudar hasta los huesos, picaduras de insecto y caspa en su cabello, pero, nuevamente, feliz. Porque, aunque echaba de menos algunas comodidades de la ciudad, amaba lo que hacía.
Ainara estaba terminando de enyesar la pierna de un pequeño híbrido cuando un sonido lejano rompió la tranquilidad. Los pájaros huyeron de los árboles, graznando con alarma. Todo se detuvo. La madre del pequeño lo tomó en brazos y subió rápidamente a un nido en lo alto de un gran árbol.
—Voy a ver qué sucede. Escóndanse y no salgan hasta que regrese. Tomen todas las precauciones —ordenó con firmeza.
Su tono serio indicaba que no estaba para juegos. Ainara empezó a caminar hacia el origen del ruido, lo atribuia a su sentido del deber y no su curiosidad. Tal vez solo era un animal cazando, y si era así, observaría desde lejos y regresaría para avisar. Pero cuando llegó, encontró algo que no esperaba, se puso nerviosa.
Dos hombres armados enfrentaban a un híbrido que se movía sobre cuatro patas como si fuera un animal salvaje. Su cuerpo musculoso y ágil reflejaba desesperación y furia. Ainara se detuvo, separo sus labios hipnotizada por la escena. Algo en ese híbrido era diferente. No podía apartar la vista de él, hasta que un resbalón la delató.
El ruido atrajo la atención de los hombres, desconcentrándolos. Aprovechando la oportunidad, el híbrido lanzó a uno de ellos contra un árbol con una fuerza brutal, dejándolo inconsciente. El otro levantó su arma, pero Ainara, sin pensarlo, gritó tan fuerte que desvió el disparo. La bala apenas rozó el hombro del híbrido, que rugió con tal intensidad que un escalofrío recorrió todo su cuerpo hasta la punta de los dedos, sus ojos se cristalizaron y su nariz pico.
Entonces, el híbrido se giró hacia ella. Sus ojos amarillos de pupilas rasgadas se clavaron en los suyos, y ella retrocedió un paso soltando un jadeo asustada, sintiendo un miedo que la paralizaba. Él se movió con un instinto depredador, aferrándose a su cabeza como si intentara controlar algo dentro de sí. Ainara aprovechó el momento para levantarse, pero apenas dio un paso cuando el híbrido saltó hacia ella.
En un abrir y cerrar de ojos, estaba sobre el suelo, con él inmovilizándola. Sus piernas atrapadas bajo su peso, sus brazos a los costados de su cabeza. El híbrido abrió la mandíbula, mostrando unos colmillos aterradores. Ainara gritó con fuerza, esperando la mordida. Pero no llegó.
El híbrido se quedó quieto, su mirada cambiando de amarillo salvaje a un azul profundo y humano. Respiraba entrecortado, sudando, mientras sus garras seguían clavadas en el suelo a los lados de su cabeza. Ainara no sabía qué hacer. Algo en esos ojos la detuvo.
Decidió arriesgarse. Con movimientos lentos, sacó un sedante de su cinturón y lo clavó en la pierna del híbrido. Él rugió con furia, pero segundos después cayó sobre ella, inconsciente.
El peso del híbrido presionaba contra su cuerpo. Ainara sintió su musculatura, su calor, incluso su respiración en su cuello que le envio un espasmo del susto. Su corazón latía desbocado mientras intentaba moverse. Finalmente, logró empujarlo con esfuerzo y salir de debajo de él.
Se quedó mirándolo. Era joven, no mucho mayor que ella. Su piel morena estaba cubierta de rasguños y moretones, y un collar apretado marcaba su cuello. Ainara apretó los labios, sintiendo una mezcla de rabia y compasión. Solto un suspiro mirando al chico y luego dirigio su mirada al suelo.
—No puedo dejarte aquí —murmuró.
Con determinación, lo arrastró hacia unas hojas grandes para esconderlo lo mejor que pudo. Luego corrió hacia la aldea. Necesitaba ayuda. Costara lo que costara, no lo abandonaría.
