La tensión que Aomine había presenciado entre Ainara y Kagami no era algo nuevo. Desde el momento en que ella decidió llevarlo a casa, Kagami había dejado claro que no estaba de acuerdo. Para él, permitir la entrada de un híbrido desconocido—y uno como Aomine, cuya presencia desprendía un peligro latente—era un riesgo innecesario.
Pero Ainara no era alguien que pidiera permiso.
Después de dejar a Aomine en el cuarto, bajó las escaleras con una ligera sonrisa en los labios. Su último comentario la había divertido más de lo esperado. No pensó que respondería tan libremente a su broma sobre cazar afuera, y eso la hacía sentir más en confianza. Muchos híbridos se ponían a la defensiva con chistes así, pero Kaleth lo había tomado con naturalidad.
Sin embargo, su buen humor se esfumó cuando vio a Taiga esperándola al pie de las escaleras, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. La pregunta estaba escrita en su rostro antes de que abriera la boca.
—¿Por qué lo trajiste? —Su tono fue seco, cargado de una tensión que Ainara ya esperaba.
Ella suspiró. Taiga siempre la agotaba cuando se ponía así. Kuroko era más calmado, pero Taiga... Su instinto de protección, reforzado por su naturaleza de tigre, lo volvía territorial y posesivo. Lo entendía, y por eso le permitía ciertas actitudes, como la que hizo apenas la vio: se acercó, olfateándola con disimulo antes de pegar su cuerpo al de ella, impregnándola con su aroma. Ainara no se movió, acostumbrada a su comportamiento.
—No tiene a dónde ir. ¿Viste el collar en su cuello? Lo encontré en problemas y necesito quitarle eso rápido. Creo que puede ser una especie de collar de reprimenda o algo pareci—
—No es excusa. —La interrumpió con firmeza, su voz más profunda de lo habitual.
Ainara apretó la mandíbula, sintiendo la molestia subirle a la cabeza. Si Taiga no entendía la gravedad del asunto, entonces se había equivocado al ir con él.
—Bien. Me quedaré porque también es mi casa. Si no quieres ayudar, está perfecto, pero yo sí lo haré.
Se alejó sin darle oportunidad de responder, dejándolo con una vena hinchada en la frente. Esa mujer sí que era molesta.
Para calmarse, Ainara decidió encerrarse en su cuarto un rato antes de bajar nuevamente a la cocina. Nadie pensaba bien con el estómago vacío, y además, Aomine no había comido en horas. Mientras terminaba de preparar algo rápido, sintió un golpe suave en su cadera. Se giró y sonrió al ver a Kuroko, que la había tocado con su cola lobuna.
—¿Puedes avisarle a Aomine que baje?
Kuroko asintió sin decir nada y se marchó.
Taiga, quien iba entrando, aprovechó la oportunidad para acercarse y abrazarla por la espalda, apoyando su cabeza contra la de ella.
—No sabes nada de él. ¿Y si es una amenaza para nosotros?
Ainara se soltó con irritación.
—No sabía nada de ti cuando te conocí, y aun así aquí estás. No lo trates diferente solo porque no te agrada.
—Sabes que ese no es el problema... —intentó argumentar Taiga, pero ella lo cortó con un chasquido de la lengua.
—No me interesa saberlo, ahórratelo.
Fue entonces cuando escucharon la puerta abrirse. Kuroko entró junto con Aomine, y Ainara se relajó al verlo. Él no tenía la culpa de nada.
Aomine, por su parte, no prestó atención a la discusión, pero le llamó la atención la forma en que Ainara ignoró completamente a Taiga en cuanto él llegó. Su actitud segura, el control que tenía sobre la situación... Era extraño sentir algo parecido a admiración, pero allí estaba.
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