Capítulo 5

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Dejamos el baño cuando me sentí más relajada. Tener una amiga en quien confiar era algo fantástico. Con ayuda de Susan teníamos un plan. Primero mantenernos alerta por si veíamos a Tom, le mostré una foto de él a Susan y le explique cómo estaba vestido. Si lo veíamos le avisaríamos de inmediato a Richard. Si resultaba que no volvía a ver al sujeto que podía ser Tom, igual le diríamos a Richard pero al día siguiente, y veríamos si podía averiguar si había estado en la fiesta. También le contaríamos lo de la llamada.

– No me has contado si te pidió salir o no. – Comentó Susan mirando a la escena que se desarrollaba frente a nosotras.

Richard estaba en el mismo lugar que lo habíamos dejado. Tres personas se habían unido al grupo. Un chico- hombre, lo que sea, de entre veinticinco a treinta años, que vestía como si fuera parte de la tripulación de un barco pirata, pañoleta roja en la cabeza, pantalones negros y camisa blanca. Su disfraz iba a juego con el de sus acompañantes, un par de chicas que sujetaban a Richard de cada brazo, vestidas de piratas, botas de cuero negras casi hasta la rodilla, sombrero de ala negro, minifaldas sueltas negras con blanco, corsé, inclusive llevaban espadas cortas y pistolas. Sus disfraces eran idénticos, pero donde el de una llevaba verde el de la otra llevaba azul. Las chicas medían casi lo mismo, tenían cabello rubio y aunque no pudiera ver sus rostros sus disfraces hacían que resaltaran cuan hermosas y perfectas eran. Y si eso no era suficiente indicativo las miradas que les dirigían tanto los hombres como las mujeres ayudarían a llegar a la misma conclusión.

Suspire pesadamente. Richard era perfecto y merecía salir con alguien igual de perfecto que él. Ella no era ni por asomo competencia para el par de chicas frente a ella. – Creo que ya no importa. – Le dije por fin a Susan.

– ¿Cómo que ya no importa? – Le frunció el ceño. – Primero me vas a contar que te dijo y luego me dirás por qué piensas que ya no importa. –

– Si mi madre te viera fruncir el ceño así te daría una charla sin fin sobre lo negativo de eso y lo que te costará quitar las marcas que deje. – Le comenté. Susan no me hizo caso así que le dije lo que quería escuchar. – Me dijo que le gusto, luego Trevor llamó y antes de marcharse me dijo que quisiera, pero que yo decido. – Tomé una respiración profunda. – Míralos, – señalé con un gesto la dirección en que estaba Richard. A su grupo se había unido ahora otra chica rubia, esta disfrazada de griega con una corona dorada en la cabeza. – Haría una pareja perfecta con cualquiera de ellas. Y seguro que ellas no tardarían en decirle que quieren ser sus novias. No soy competencia para chicas que se ven así. –

Susan me miraba como si hubiera perdido la cabeza y todo lo que salía de mi boca eran incoherencias.

– Vamos, Susan. Admítelo. No tengo ninguna oportunidad cuando se trata de competir contra chicas como esas gemelas. – Dije con resignación.

– ¿Gemelas? No mi querida mortal, estas equivocada. – Dijo una profunda voz con acento extranjero a nuestro lado.

El chico nos sonreía con su cabeza ladeada un poco hacia la izquierda. Sus ojos chocolates mostraban curiosidad y diversión.

– Así que tú eres Poseidón. – La declaración de Susan me hizo dejar de mirar el hermoso rostro del chico y ver su disfraz. En efecto, él era Poseidón. Con todo y tridente. Iba vestido casi de igual manera que la chica en el grupo de Richard y las piratas, solo que su pecho quedaba al descubierto mostrando su bronceada tonalidad y músculos. En ambos bíceps y muñecas llevaba brazaletes dorados.

– Sí. Algunos me conocen como Poseidón, pero mis padres en Grecia me nombraron Aristo, esa que ven allí. – Señaló hacia la chica vestida de griega. – Esa hermosa griega es mi prometida, Gabriela. –

Increíble (Una historia sobre Quimeras 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora