- ¿Y qué te hace suponer que hay oro para tus caprichos? -dijo Kayleigh, que sentada en una silla y rodeada de sus damas de compañía, contemplaba a Moira con cara acusatoria.
La cara de Moira se tornó roja, tanto por el hecho de que su tía no cediera a sus peticiones, como por estar siendo observada y traspasadas por las miradas acusatorias.
-Tía Kayleigh, no es un capricho... ... -dijo Moira acelerada y consternada.
-Señora, llamadme señora -interrumpió Kayleigh. Si algo aborrecía de aquella mocosa, era el trato condescendiente que solía tener.
-Señora -dijo Moira corrigiéndose-, se me han quedado los vestidos pequeños.
Kayleigh miró a Moira con su ceja izquierda levantada e interrogante, y miró su atuendo de arriba abajo. El vestido azul de verano que llevaba, le quedaba corto por abajo, lo que dejaba a la luz una pequeña franja de los tobillos de la joven, que eran esbeltos y delicados. Moira llevaba las mangas dobladas hacia arriba, ya que no le llegaban a las muñecas, y una pequeña marca de nacimiento en forma de media luna, que atraía toda la atención de su mirada. El cabello estaba recogido en una redecilla sencilla, sin joyas, pero adornaba su cara dos mechones de pelo, que le daban un aspecto desgarbado y juvenil.
-Sin duda entiendo el motivo -dijo la tía de la joven con una voz inquisidora-, pero te repito que no hay oro para tu vestimenta -se formó una sonrisa torcida en su boca-. Puedes usar ropa de una de mis damas, o de cualquier campesino que tenga tu talla.
Varias de las damas de compañía soltaron pequeñas risitas que provocaron que Moira aumentara más el color rojizo de su piel. Sólo una de las damas mantenía una expresión reprobatoria hacia la señora del castillo. Nora se consideraba amiga de Moira, y no elogiaba los constantes rechazos y puestas en ridículo a las que solía someter a su sobrina.
-Ya se te ocurrirá algo, ¿a que sí? -dijo Kayleigh retándola. Moira ya no aguantaba más.
-Señora -dijo Moira mientras hacía una reverencia a su tía, y después se daba media vuelta con la cabeza baja en señal de vergüenza mientras salí de la sala. Cuando Moira hubo alcanzado el pasillo, echó a correr a toda velocidad, todo lo que le permitía el ancho del vestido y los zapatos gastados. Unas lágrimas se estrellaban contra su vestido, y Moira, ignorándolas, seguía corriendo a través de los corredores de suelo polvoriento, hasta encontrar las cocinas.
Allí la esperaba Caterina, la anciana bajita y extranjera, que era respetada por todo el castillo por sus dotes curativas y su conocimiento de las hierbas medicinales. Estaba preparándose una infusión cuando vio a Moira irrumpir en la habitación. La ayudó a sentarse y juntas se tomaron una infusión sin hablar.
Cuando el llanto de Moira había mitigado, las cocinas se habían llenado de empleados trabajando. Sin darse cuenta se había pasado toda la mañana llorando, y se dispuso a ayudar a picar condimentos con las demás cocineras. Para ella cocinar era relajante, ya que las cocinas era el único lugar en el que podía estar segura que no recibiría la visita de Kayleigh.
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El Heredero [Resubida, sin terminar)
Historical FictionBlaine Macintosh es el futuro señor del castillo Macintosh, pero tendrá que esperar a que llegue su momento de gobernar. Mientras tanto, su padre le urge para que concerte un matrimonio con un clan vecino y amigo, los Chattan, y así ganarse el respe...