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-Bienvenidos a colina desierta -dijo Cameron, orgulloso señor del castillo Chattan-.

Blaine, Gowan y los guerreros habían llegado a colina desierta en menos tiempo de lo que esperaban. La amenaza MacAllister les hizo espolear a los caballos y alcanzar la colina en medio día. Mientras Blaine escuchaba los saludos de rigor entre los dos clanes, esperó paciente a que comenzara la verdadera conversación.

- ¿Y qué ha traído a mis amigos -a Cameron le salían unas arruguitas en los ojos al hablar- a mi hogar?

Blaine apretaba firmemente su vaso esperando el momento en el que la colisión se produciría, y a quien salpicaría todo.

-Nada malo amigo -aseguró Gowan con una sonrisa-. Te traigo una propuesta muy suculenta -dijo a la vez que abría desmesuradamente los ojos y la sonrisa en su cara se hacía más y más grande-.

-Tal y como lo dices, parece que no hay nada que perder -apuntó Cameron. Blaine se percató de que una mujer regia y con la nariz torcida entraba en la sala y se situaba al lado del señor del castillo-. Os presento a mi esposa, Kayleigh.

La mujer ni siquiera parpadeó al ser presentada, y tampoco cambió el gesto de la cara, solamente hizo una pequeña reverencia con la cabeza, algo imperceptible. Blaine observó cómo había un contraste atroz entre la expresión risueña y abierta de Cameron y la actitud altiva de su esposa, como si la gente que hubiera en la sala no fueran más que una piara de cerdos que no merecieran su atención.

-Bienvenidos seáis a mi hogar -saludó Kayleigh.

- ¡Ah! ¡Estás aquí! -dijo Nora al llegar a las cocinas-.

-Vine directa hacia aquí -dijo Moira sonriendo a Nora y ocupándose de un guiso-.

-Vengo a decirte que tenemos visita -dijo Nora acercándose a Moira para oler el guiso-.

- ¿Visita? ¿Mi tío esperaba a alguien? -Moira hablaba con tono confundido mientras fruncía el cejo al puchero-.

-Solo son los Macintosh -dijo Nora, acercándose más al guiso, disfrutando de su olor. Y a Moira se le resbaló la cuchara de madera dentro, y salpicó varias gotas a la cara curiosa de Nora.

- ¡Oh! -dijo apartándose y mirando a Moira-. Moira, ten más cui... -regañó Nora, pero se quedó callada al ver la expresión de su amiga. - ¿Qué... qué te pasa?

Moira miraba al guiso, y el vapor que había en las cocinas le hacía sudar. Paralizada, era incapaz de pensar en otra cosa que en la visita. Recomponiéndose, se secó las manos en el improvisado delantal que había confeccionado con un trapo de cocina.

-Nora -dijo, decidida-, tengo algo que comprobar.

Y diciendo eso, depositó el delantal en una mesa cercana y salió de las cocinas, dejando a Nora plantada y con cara de asombro. Sin perder el tiempo, salió detrás de ella, casi pisándole los talones.

- ¡Moira!

Moira avanzaba a pasos rápidos, y cada curva que daba en el revoltijo de pasadizos del castillo le soltaba un mechón rubio de la redecilla. Cuando ya solo quedaba un giro a la izquierda, Nora la agarró del brazo y paró su carrera. A estas alturas, las dos jóvenes habían perdido el aliento, y Nora, aunque seguía agarrada a Moira, estaba doblada recuperando el aire.

-No puedes...sabes que no debes...-decía Nora, entre aliento y aliento- ¡No salgas! -consiguió articular.

Moira miraba a Nora y su precipitada respiración, y miraba el recodo que quedaba para salir al gran salón. También con la respiración agitada, esperó a que el aire turbio de los pasadizos, le sirviera para llenar los pulmones para poder hablar.

El Heredero [Resubida, sin terminar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora