El Heredero [Resubida, sin terminar)

2

-Coge esas hojas, es mejor si hay muchas -dijo la anciana mientras le señalaba a un huerto escondido en el lateral de la torre.

Mientras Moira se acercaba al pequeño huerto, el viento balanceaba su largo pelo rubio, que no había trenzado esa mañana -ante la insistencia de su tía, alegando que así una dama era más educada - para poder sentir como ondulaba en su espalda. El vestido le quedaba ceñido a la cintura, su tela era desgastada y de color burdeos, herencia de su prima Lausanne, que tenía unos años más que ella. Aunque ya estaba habituada a vestir ropa usada, Moira no dejaba de crecer y de dejar atrás la mayoría de vestidos prestados. Pensó, y mientras lo hizo le corrió un escalofrío, que tendría que hablar con su tía Kayleigh que mandara hacer vestidos para ella, tal vez, los únicos no usados antes por su prima. Y aunque ese pensamiento no le pareciera agradable, tendría que intentarlo, pues la única opción que le quedaba era hacer sus tareas desnuda.

Cuando llegó al huerto, seleccionó las hojas más verdes y las depositó en el pequeño canasto que llevaba en las manos y entonces notó una brisa muy fría, que le agarrotó los dedos a la canastilla. Volvió la mirada hacia donde se encontraba la anciana. Pero no estaba, ni la anciana ni la torre del castillo, solamente la oscuridad. Y oyó cascos de caballos que avanzaban hacia ella, y un jinete se acercaba raudo y encapuchado, sin poder moverse del sitio y engarrotada, Moira vio como se acercaba y de repente desaparecía.

Y entonces la anciana le agarró de la muñeca y la balanceó. Moira parpadeó rápidamente un par de veces y miró a la anciana, todavía con los ojos asustados.

- ¿Ha sucedido otra vez?

Moira asintió con la cabeza pues se veía incapaz de articular sonido alguno.

-Ya tenemos suficiente de todo -le dijo la anciana-, vamos a las cocinas y te prepararé una infusión reconfortante.

Moira, siguió a la bajita anciana y, juntas, entraron en el castillo.