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Lo primero que hizo fue dirigirse a las cocinas, allí encontraría sin duda las fuerzas para enfrentarse a un nuevo día. Allí se encontró con Nora, una de las damas de la señora del castillo.

- ¿Dónde estabas? ¡Te estaba buscando! -Nora llegaba hasta ella sin aliento.

-Dime, ¿qué pasa?

-Kayleigh te está buscando -dijo sonriendo-, ha despertado a todas las costureras y necesitan tomarte medidas.

Moira, sorprendida alzó las cejas.

- ¿Tomarme medidas? Nora, ¿acaso te estás riendo de mí?

-Eso nunca Moira, es cierto -y enfatizó con un rápido movimiento de cabeza-. Hoy ha llamado a todas las costureras con una sola orden, renovar todos tus vestidos, y es de carácter urgente.

Nora parecía risueña y Moira se empapó de su alegría. ¿Sería verdad que su tía había cambiado de opinión?

Moira no podía creer en lo que estaba sucediendo. Más de diez costureras estaban trabajando ya en unos nuevos vestidos, todos de telas ricas en bordados de oro. Y eran todos para ella.

Tras el susto inicial, Moira estaba tan encantada con aquello que era incapaz de verle el lado malo. ¿Quizás el dinero de los vestidos saldría de las reliquias que le pertenecían por herencia?

De su padre Tyree, había heredado dos collares de piedras azules y varios adornos, todos ellos de oro. A Moira nunca le habían importado menos las artimañas de su tía como en aquel momento. Estaba feliz y eso era lo que importaba.

Lentamente, se paseó alrededor de las costureras. Había telas de color verde y azul, hasta había moradas, su color favorito. Si se acercaba mucho, podía ver la dedicación que cada costurera ponía en la confección de esos trajes. Por fin dejaría de enseñar mucho busto o sus delicados tobillos, que más de una vez habían provocado comentarios bochornosos de los hombres del castillo.

Salió feliz de la sala de las costureras, y se apresuró a realizar sus tareas, con una gran sonrisa adornando su rostro.

De camino a las cocinas, decidió subir a las almenas a dejar que el viento le azotara en la cara. Se quedó observando el campo de entrenamiento, donde los guerreros del clan Chattan ya sacaban música de sus espadas. Acordándose de los bellos ojos verdes y el amplio torso de Blaine, se propuso mirar un rato su figura musculosa entrenando, pero no veía a ningún guerrero Macintosh. Contrariada, siguió andando por las almenas y miró hacia la otra parte del castillo, donde un verde prado se extendía hasta el rio que servía de límite a los dos clanes amigos. Allí, reunidos los guerreros, comenzaban a alejarse y abandonaban el castillo de colina desierta, para su desesperación.

Vio marchar con pena a los Macintosh, y más desolada de lo que había estado al subir a las almenas, volvió a bajar hasta las cocinas.

El Heredero [Resubida, sin terminar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora