Quiero contaros una historia que acabo de recordar. Trata sobre un niño dulce que odiaba vestirse con adjetivos, dejémoslo ahí. Durante el camino de su infancia tropezó con varias piedras, tropezó con la mentira que le hizo daño y le corrompió, tropezó con la injusticia de las personas, tropezó con la mala suerte encarnada en sus carnes, tropezó con unos ojos malos, tropezó con una enfermedad vergonzosa, tropezó consigo mismo, tropezó con la ausencia de su hermana, tropezó con la ausencia injustificada de su abuelo, tropezó con la falta de familia, tropezó con una madre enferma, tropezó con un padre al que no puede sentir del todo, tropezó con un corazón roto, tropezó con un amor envenenado, tropezó con la barrera entre su corazón y su mente, tropezó y tropezó hasta romper todos los huesos de sus fríos pies de niño rubio. Tropezó con las drogas, tropezó con el gusto de tropezar, tropezó con sus lágrimas sin un destino exacto. Lloró por cada piedra como si de un trozo de su alma se tratase, a día de hoy no ha encontrado un camino libre de obstáculos, pero sí se ha prometido una cosa, va a hacer todo lo que tenga en su mano por ser una buena persona.
