Epílogo

234 10 3
                                    

―Esa fue la primera noche que él despertó entre gritos y llanto―suspiré mirando al psicólogo, él también me miraba, con la misma atención de las últimas diez visitas―. Y siempre es el mismo sueño recurrente: gente en una multitud, un disparo y despierta entre lágrimas, llorando, gritando.

―Está reviviendo lo que pasó ese día cuando casi te pierde, a ti y a su madre.

―Sí, él también lo sabe.

―¿Y qué hay del funeral de tu padre?

―No sé, no fui, ni nadie fue. Sólo pagaron todo para enterrarle y una vez hecho, a nadie más le importó más nada.

―¿Crees que le afectó a Harry eso?

―Quizá. Pero yo estoy con él, y él está conmigo y para nosotros es lo único que necesitamos para estar bien. Creo que ha quedado demostrado con el pasar de estos meses.

―Quizá debería pensar la idea de venir a visitarme ¿no? De todos modos tú iniciaste las sesiones con la idea de tener una visión exterior de todo lo que estaba ocurriendo en tu vida.

Reí por lo bajo―. Sí bueno, él no es así...―negué con una sonrisa en la cara. Miré el reloj sobre la pared y vi que éste marcaba cinco para las doce del mediodía―. Hoy es un año de conocernos.

―Veintinueve de marzo. Hoy es el gran día.

―Sí―mi sonrisa se ensanchó mirando la ropa blanca que cubría mi cuerpo.

―Entonces dejemos esto hasta aquí, estoy más que seguro que prefieres ir con tu chico a estar aquí ahora. De todos modos sólo nos quedan cinco minutos.

―Sí―me levanté de inmediato, emocionado―. Gracias, por todo―le sonreí de forma amable y luego de estrechar nuestras manos, salí de la consulta casi corriendo.

Caminé por el pasillo hasta encontrar las escaleras y bajé los cuatro pisos corriendo, la sonrisa nunca abandonó mi rostro, tanto así que podía sentir mis mejillas doler. Una vez abajo me despedí de la recepcionista y corrí afuera saliendo por las puertas de la clínica. Alcé mi vista y ahí le vi apoyado contra su moto a unos diez metros de distancia de mí, fumando y vestido de blanco tal como yo, me miraba con su porte de superioridad y las personas que pasaban por su lado le miraban también, quizá le reconocían, quizá le temían mirando cómo tiraba el sobrante de cigarro al suelo y lo aplastaba con la suela de su bota. A mí me daba igual, a mí me daba igual que las personas le temieran a mi chico, él era mi vida y más que esa postura de chico malo, era el ser más hermoso que mis ojos habían visto alguna vez. Bajé los cuatro peldaños de la entrada y corrí los metros que me separaban de él hasta que nuestros cuerpos colisionaron y se unieron formándose uno. Le abracé por la cadera y me alcé sobre las puntas de mis pies para alcanzarle la boca, comenzando a besarle. Él rodeo mis hombros con sus brazos y me correspondió con la misma necesidad. Su boca sabía a tabaco y vodka, pero su piel olía a él, lo supe cuando hundí mi rostro en su cuello para besarlo, oliendo su esencia que emborrachaba mis sentidos de manera tan deliciosa.

―¿Estás listo?―susurró besando mi frente.

―Siempre y cuando esté contigo―alcé mi rostro a él y le besé los labios brevemente. Se rió y me soltó, subiendo a su moto. Prendió el motor y me dejó subir tras él, me abracé a su cintura y vi cómo acomodaba la pañoleta roja sobre su nariz y boca. Se puso sus Rayban y comenzó a conducir por la calle hasta la carretera que nos llevaría a la costa. Apoyé mi mejilla en su espalda y cerré mis ojos, confiando en lo absoluto en él, en todo él. Comencé a acariciar su abdomen por sobre su camiseta blanca, sonriendo ampliamente, sintiendo su corazón bajo la palma de mi mano cuando pude tocarle el pecho. Cuando abrí mis ojos a mi derecha solo se divisaba el mar, y en el horizonte azul me fijé en esa línea donde el mar se junta con el cielo y se vuelven uno. Suspiré y me aferré con fuerza a su cuerpo, sintiendo cómo él recibía ese abrazo con las mismas ganas que yo se lo entregaba. No había nada como tenerle en mis brazos, abrazarle y sentirle tan cerca de mi cuerpo, porque en algún momento del viaje habíamos comprendido que la libertad no significa nada si no tienes con quién compartirla y él era la única persona con la cual quería compartirla, porque por peligroso que me resultase poner mis dedos sobre su piel, cada vez que lo hacía saboreando esa peligrosidad tan dulce y amarga al mismo tiempo, sentía que ese era el lugar donde pertenecía: a su lado en una carretera abierta, donde nadie te juzga, ni nadie te mira, donde todos te abrazan y todos te cuidan, donde todos somos iguales sin importar sexo, raza, edad, o preferencia sexual. Solo importaba que en mi lugar podía escuchar los pájaros en esa brisa de verano que estaba por empezar, y a mi alrededor las personas desaparecían con rapidez atemorizante, en esa costa vacía y abierta, en ese lugar donde todo lo hermoso tiene su espacio y su residencia.

Diecinueve Veranos |Larry Stylinson|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora