IX. Capítulo Veintiocho

131 10 2
                                    

IX. Historias Sin Contar

No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando abrí mis ojos me vi obligado a cerrarlos de nuevo cuando la brillante luz de una habitación blanca brilló con tal fuerza que produjo que mis ojos dolieran. Tomé aire por mi nariz y llevé mi mano a mi rostro cuando noté algo en él. Mangueras de oxígeno. Intenté abrir mis ojos otra vez, esta vez teniendo éxito y fue cuando noté dónde estaba: un hospital. Rápidamente todos los recuerdos y hechos anteriores vinieron a mi cabeza y pude sentir mi corazón latir con fuerza en mi pecho.

―¿Mamá...?―susurré apenas siendo capaz de hablar, pero las lágrimas comenzaron a caer de mis ojos sin que yo pudiese evitarlo. Una puerta se abrió entonces y por ahí entró una rizada cabellera que por un momento me costó reconocer, pero cuando ella estuvo a mi lado y se sentó junto a mí, sus ojos no los pude confundir con nada. Unos segundos después entró un doctor y comenzó a revisarme, yo no dejé de mirar a Lana en ningún momento.

―Todo parece ir bien contigo, Louis. Felicidades―dijo el doctor con su voz cargada de tranquilidad, misma tranquilidad que me hizo querer gritarle―. Unos días más aquí y podrás irte caminando por la puerta. ¿Te duele algo?―negué con mi cabeza―. Mandaré a que te pongan un analgésico, eso te hará dormir. Cualquier cosa sólo llámame―sonrió, pude verlo de soslayo. Lana le agradeció casi en un susurro y el doctor sin decir nada salió de la habitación dejándonos a solas.

―Lana―sollocé sin ser capaz de moverme. Me sentía bien, sólo estaba cansado y sentía un extraño dolor en mi costado.

―Louis, mi vida. No llores, cariño―se inclinó sobre mí y besó mi frente―. Tu madre está bien, Harry está bien. Estamos todos bien.

―Pero...el disparo...sangre, mi madre―sollocé.

―Operaron a tu madre y está fuera de peligro, despertó hace unas horas.

―¿Y Harry?

―Harry...pues, Harry estuvo en prisión por la noche, pero lo soltaron sin cargos luego de que Mark y algunos abogados hablaran con la fiscal. Cerraron el caso rápidamente por la tarde y...

―¿Qué? ¿Cuánto estuve dormido?

―Ya son las ocho del día siguiente, Louis.

―Dios...

―Estás en bastante mal estado. Te dispararon en tu costado―murmuró la chica poniendo su mano gentilmente sobre la herida de la cual ahora tenía total conciencia―, estabas drogado, y pasaste la noche atado a una silla, así que...―rió un poco―estabas bastante jodido.

Reí un poco con ella y volví a cerrar mis ojos, suspirando. Me hice a un lado con lentitud y cuidado, dejando un lugar para que Lana se acostase junto a mí. Ella así lo hizo, abrazándose a mi abdomen. Su mentón estaba en mi hombro derecho y podía sentir su respiración en mi mejilla.

―¿Él está bien?

―Harry está bien...sólo necesita tiempo para procesar todo lo ocurrido. Estará aquí por la noche.

―Mató...a Tomlinson.

―Para protegerte. A ti y a tu madre―susurró. Negué con mi cabeza, intentando cambiar de tema.

―Nunca...me dijiste por qué...por qué comenzaste a vivir como haces.

―Esa es una muy larga historia, pequeño Louis.

―Tengo tiempo―susurré dejando que ella me abrazara un poco más.

―Ya hace varios años atrás, yo era una cantante...no una muy popular. El blues se fue haciendo viejo ¿sabes? Así que mis sueños se fueron haciendo pedazos poco a poco. Comencé a volverme loca, comencé a odiar mi vida, a odiar quien era. Un día luego de un pequeño concierto en Los Ángeles, volví a un hotel en Nueva York y comencé a llenar mis venas de Jim Beam. Necesitaba olvidar la asquerosa persona en la que la fama me estaba convirtiendo―suspiró, sus largas uñas comenzaron a acariciar mi brazo que descansaba sobre mi abdomen―. Yo nunca fui una chica común ¿sabes? Antes que llegara Mike a mi vida, yo estaba segura que había nacido para ser la otra mujer, la amante. Estaba acostumbrada a que los hombres se aprovechasen de mí, de mi...belleza―rió negando con su cabeza―, de mi cuerpo más bien y yo les dejaba, por sentir algo, por sentir a alguien. Hasta que perdí mi norte, y esa noche veinte pastillas atravesaron mi garganta intentando darle fin a mi existencia. No recuerdo muy bien qué pasó, sólo sé que escuché muchos gritos, una ambulancia, y luego nada. Desperté varios días después en esta misma habitación de hospital y en esa esquina―señaló a nuestra izquierda, pude sentirlo―, en una silla, sentado con una bata blanca había un guapo doctor que comenzaría a arreglar mi mente rota. Michael. Mike, dueño de este gigante hospital, se quedó día y noche a cuidar mi cuerpo casi sin vida, hasta que desperté.

Diecinueve Veranos |Larry Stylinson|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora