Prólogo

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Segunda parte de esta historia, "Salvajes".

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"Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar, indefectiblemente te encontrarás a ti mismo y ésa, sólo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas." ―Pablo Neruda.

Harry

Era año nuevo. Dos de la madrugada del primero de Enero de un nuevo año que comenzaba. Dos mil trece. No tenía esperanzas en ese año. Ya no tenía esperanzas en nada. Me reacomodé en la arena, mi brazo derecho tras mi cabeza, mi brazo izquierdo rodeando el cuerpo a mi lado, mis ojos mirando la fogata que se consumía frente a mí.ñ, el calor del fuego rozando la piel de mi rostro. La morena a mi lado se abrazó a mi torso con su largo y delgado brazo rodeando mi cintura, su mentón sobre mi pecho mientras me miraba. Bajé mi propia mirada a la suya y solté una pequeña risa, ella rió produciendo que sus rizos cayeran sobre sus ojos, los cuales ella misma devolvió a su lugar con sus largos y delgados dedos. ¿Que qué hacía ahí en esas fechas y a esas horas? La respuesta es fácil: yo no tenía un hogar, y ellos eran mi única familia.

―Parecen novios ¿saben?

Miré a mi costado derecho: Josh. Mi siguiente movimiento fue encogerme de hombros.

―Si no le hubieses sido infiel estaría contigo ahora mismo―soltó Lana sin preocuparse de herir los sentimientos del chico a mi lado.

―De todos modos eres muy mayor para él, nena.

―Solo nos separan siete años.

―Tú caminabas cuando él nació.

―Tú fuiste un idiota cuando él te dio un hogar con nosotros.

―Uh...Lana va tomando la delantera con dos puntos contra uno. Veamos cómo contraataca Josh esta vez. ¡Adelante Josh, toda tuya! ―vociferé relatando la discusión a la velocidad de la luz, sus miradas furiosas sobre mí―. ¿Qué?

―¿Te han dicho que eres un imbécil? ―gruñó ella, más su delicada voz no logró producir nada en mí excepto ternura.

―En variadas ocasiones―señalé estirándome, mi espalda sonó, mis vértebras doloridas.

―Pues tienen razón―vociferó de repente Josh. Me encogí de hombros otra vez como respuesta y me levanté, prácticamente de un salto, haciendo caer a Lana a mi lado sobre la bandera de Estados Unidos la cual nos protegía de la arena.

―Vamos a una fiesta―sentencié comenzando a patear la arena al fuego con el fin de apagar las llamas, ignorando las protestas de las dos personas conmigo.

Mi rebaño, mis reglas. Mis decisiones, mis órdenes, mis deseos.

Subí el cierre de mi chaqueta de cuero y caminé los metros que me separaban de mi motocicleta, me subí a esta y la encendí. Deslicé mis mirada a ambos chicos, Lana doblando con sumo cuidado su bandera y Josh la nuestra de Inglaterra.

―Ya, vamos―alcé la voz. Lana asintió y corrió hasta mí, se subió atrás en mi moto y rodeó mi cuerpo con sus largos y delgados brazos, sosteniendo aún la bandera entre sus manos. Esperé a que Josh llegase a su propia motocicleta y cuando hubo guardado la bandera y prendido el motor, puse sobre mi nariz y boca mi pañoleta roja y aceleré a toda velocidad. La libertad de conducir por la costa la sentía pocas veces, nuestro rumbo siempre nos conducía al desierto o algún lugar lejos de la playa hacia el campo o una laguna en algún bosque, pero en invierno y épocas festivas, todos aquellos con una familia iban con sus familias y nosotros, nos quedábamos juntos por ahí, o en un motel, o en cualquier lugar. Juntos nosotros tres.

La fiesta tenía lugar en una de las mansiones más grandes de Los Hamptons, no sabía quién era el dueño de esa casa, solo oí de una buena fiesta con mucho alcohol y donde había alcohol, estaba la fiesta. Hasta allí conduje a toda velocidad, pasando autos hasta estacionar frente a la gran puerta de esa casa. De inmediato la música inundó mis oídos y la gente se hizo presente. Chicas y chicos salían de esa gran casa, riendo, gritando, bailando.

Juntos nos encaminamos dentro de esa casa, de inmediato sintiéndonos inmersos en el ambiente de celebración que se hacía presente en el ambiente. Caminé por la pista de baile en busca de algún trago cuando un rubio de ojos azules como el cielo tomó de mi cadera. Reconocí de inmediato que estaba tan borracho como podías estar luego de beber una botella de whisky de ese barato. Pude comprobarlo cuando miré al objeto que chocaba con mi cuerpo en su mano derecha: estaba borracho.

―¡¿Bailas, guapo?! ―gritó por sobre la música acercándose a mi cara. Solté una risa juguetona, su acento era extranjero, pero no lo pude reconocer hasta unos segundos después.

―¡Dame información de la fiesta, guapo! ―respondí siguiendo sus torpes pasos de baile.

―¡Sigue la celebración por Louis! ¡Tomlinson!

―¡¿Dónde puedo encontrarle?!

―¡Allá viene! ¡Oye! ¡OYE, LOUIS! ―exclamó a todo pulmón caminando a las escaleras de ese lobby gigante, dejándome a solas entre toda la gente que bailaba. Comencé a caminar de espaldas, mis ojos siguiendo al rubio hasta que finalmente entre tropezones terminó a los pies del chico del cual hablaba. Ese fue el instante que dibujó una línea entre el pasado y el futuro en mi vida. Una línea entre lo negro y lo blanco, entre lo bueno y lo malo. Su sonrisa, la forma de sus ojos, su cuerpo menudito, y de repente cómo quería abrazarle, cómo quería besarle, y una corriente eléctrica recorrió toda mi espina dorsal. Sentí una conexión, de pronto todo encajó como en un rompecabezas, de pronto, mis decisiones, mis deseos, mis órdenes, todo iba indicando en su dirección. Mi norte.

―¿Harry? ―miré hacia mi derecha y le sonreí a Lana, tomando la botella de vodka que ella me ofrecía. Llevé la botella a mis labios, deslizando el frío cristal por mi labio inferior―. ¿Quién es él?

―¿Él? ―señalé a las escaleras con la misma botella en mi mano derecha.

―Sí.

Él es Louis.

Yo no era un monstruo, yo solo me escondía tras esa máscara. Frente a todo el mundo yo era malo, pero de algún modo él lograba ver tras el disfraz de un Halloween permanente que estaba adherido a mi cuerpo, pero yo no era malo. Ser malo no es una elección, de todos modos. No desde mi punto de vista. No desde mi experiencia. Yo no le trataba así porque quisiera. A mí me habían enseñado que nadie es fiel, en nadie se confía y todos te dejan. Nadie es malo porque sí. Siempre hay una razón detrás del mal comportamiento de una persona. Yo no era malo por amor al arte, yo era malo por miedo al arte que sus mejillas pronunciadas de Picasso y sus besos que sabían a poesía de Neruda me entregaban. Yo no era malo con mi amor porque no quisiera ser bueno, yo era malo con mi amor porque yo no sabía ser bueno. Yo...no sabía que era mi amor.

Louis

―En mi vida siempre fui yo el tranquilo, el que se quedaba en una esquina con una cerveza en la mano, mientras mis amigos se ligaban a cuanta chica pasaba por enfrente.

El hombre de pelo blanco y lentes caídos comenzó a anotar en su cuadernillo en cuanto mis labios se separaron para formular la primera frase. Dicen que cuando hablas de tus problemas con un extraño, todo toma una perspectiva diferente. Quise probar.

―Cuando mi vida cambió y dejé los vicios y demás estupideces, me convertí en alguien tranquilo...quizá incluso aburrido.

―¿Qué fue lo que cambió ahora entonces, Louis?―su vista se fijó en mis ojos tan rápido que me obligo a bajar la mirada hasta la pared de enfrente. Me acomodé mejor en el sillón de cuero y me crucé de brazos, pensativo.

―Hm...lo divido en algunos puntos.

Diecinueve Veranos |Larry Stylinson|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora