Capítulo Quince

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Los días que vinieron luego de mi confesión fueron los días más tranquilos y plenos que había tenido en mi vida. Harry había comenzado a comportarse de una forma tan normal que complementaba su anormalidad común en él, aunque había días que el humo de marihuana invadía mi hogar y las botellas de vodka rodaban por el piso, tal como esperaría de él alguien que le conociera, el resto del tiempo me cocinaba y se preocupaba hasta del último detalle de mi bienestar. Me acompañaba al trabajo y se quedaba sentado en un rincón fumando cigarrillos, abrazado a sus rodillas y mirando a lo lejos cada paso que yo daba, cada persona con la cual hablaba y así a lo lejos podía divisar sus muecas de fastidio cada que una chica guapa deslizaba su número por la barra, pero no había algo peor que algún chico se acercase a mí. Eso le enfurecía, podía verlo por la forma en la que se reacomodaba en su asiento y sus nudillos se ponían blancos por la fuerza que ejercía en su vaso repleto de jugo de durazno. De durazno y sin vodka, lo cual me sorprendía, pero él lo pedía así.

Melinda era otra que disfrutaba haciendo sentir celoso a Harry, pero varias veces le había visto hablar con él, ofreciéndole tragos. Harry decía que sí, e incluso comieron juntos una vez. ¡Eso me volvía loco! Sabía que lo hacían por molestarme, entonces yo me enojaba y le coqueteaba a alguien y Harry se enojaba y ahí volvía el círculo vicioso de "tú me celas, yo te celo, tú te enojas, yo me enojo, nos pedimos perdón". Incluso Matt se había dado cuenta del temperamento de Harry y agradecía de cierto modo que él no fuese un problema y se mantuviera alejado de todo el mundo. De hecho él no hablaba con nadie que no fuese yo o Melinda eventualmente. Harry estaba siendo alguien normal, y aunque no sabía cuánto le duraría, definitivamente eso nos tenía bien a ambos. Llevábamos dos semanas bien, ambos. Sin gritos ni peleas, ni llantos o insultos, simplemente estábamos. Y estábamos bien. Y nos gustaba. Y se notaba.

Era de madrugada, la luna aún entraba por mi ventana como cada noche cuando sentí una mano acariciar parte de mi trasero y mi espalda baja. Estaba durmiendo sobre mi abdomen, mi rostro al lado contrario del dueño de esa mano que me había despertado, mano que de pronto se metió bajo mi ropa interior. Fue entonces cuando giré mi rostro, apoyando mi mejilla izquierda en la almohada. Mi rostro quedó frente a frente con el suyo.

―Harry...

―No...no hemos hecho nada desde hace mucho tiempo―susurró con su mano grande de dedos largos y delgados tomando mi nalga izquierda. Mordí mi labio. Él sabía exactamente dónde poner sus dedos en mi cuerpo para hacerme reaccionar incluso si al principio yo no quería. Pero yo no estaba listo aún. Me giré en la cama acostándome sobre mi espalda, deshaciéndome del contacto de su mano y haciéndole gruñir ante mis movimientos.

―Aún no, Harry. Aún es pronto―le miré. Él resopló y asintió, acostándose sobre su espalda.

―Pero...pero no es como si fuese la primera vez que lo hacemos. Quiero decir, la primera vez no te costó mucho que digamos y...

―¿Me estás diciendo fácil? ―le interrumpí alzando mi voz solo un poco en forma de advertencia.

―¡No! Pero te digo que...ah―resopló sentándose en la cama pasando sus dedos por su cabello―. Te necesito ¿vale? Es...joder, por la mierda―volvió a acostarse esta vez dándome la espalda. Suspiré. Ahí estaba el temperamental Harry que se había perdido.

―Harry...

―No...sólo no me hables, no ahora.

―Me despiertas a las...―miré el reloj y volví mi vista a su espalda― a las cuatro de la madrugada tocándome el culo porque quieres follarme, te digo que no e intento darte mis razones y me mandas a la mierda.

―¡No digas groserías!

―¡Me importa un cojón y medio! Me vas a escuchar y me vas a mirar ¿entendido? Mírame―esperé a que se girara y cuando lo hizo volví a hablar―, no estoy listo aún. La primera vez que lo...hicimos, yo era más...―tomé aire, intentando no quitar mis ojos de sobre los suyos― yo era más guapo, más seguro de mí mismo y mi autoestima hablaba por mí. Luego de...todo lo que pasó, todo se fue al infierno y...―puse mi mano sobre mis ojos, ahora no era momento de llorar.

Diecinueve Veranos |Larry Stylinson|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora