CAPÍTULO 1•

5.4K 81 16
                                    

El amor verdadero solo se encuentra una vez, no dos ni tres, sólo una vez.

Eso fue lo que me pasó con Ross Stanley.

Lo conocí cuando yo tenía 19 años de edad, fue en un verano en California.

Mi padre nos había llevado de vacaciones a la playa, ya que quería disfrutar sus días de descanso junto a su queridísima familia.

Mi padre era un gran empresario, un muy rico, que dirigía una de las empresas más grandes y reconocidas del mundo.

Era una persona muy dedicada y apasionada con lo que le gustaba y amaba. Además de que era un padre muy celoso con sus hijas, pero sobre todo conmigo.

No dejaba que saliera con chicos a ninguna parte, no podía hablar con ninguno, ni mucho menos cruzar miradas.

Tal vez era así porque no tenía remedio, siendo yo la menor de sus hijas no quería que cometiera los mismos errores que mi hermana mayor.

Encontrar al hombre que ella creía indicado, salir a escondidas de casa con él, dejar de estudiar, abandonar la casa para vivir con él, cortar todo contacto con la familia, casarse con aquel chico para que al último terminara embarazada y con un esposo alcohólico y drogadicto.

¿Un gran error, no?

Mi cumpleaños se acercaba, así que mis padres me organizaron una pequeña fiesta en la playa con algunos parientes y amigos, quienes habían volado desde Washington.

Salí a la playa para mi fiesta, vestía el vestido color rosa pálido que mamá me había regalado por mi cumpleaños junto con mi cabello largó golpeando mi rostro cada vez que el viento se cruzaba.

Estaba cumpliendo 19 años de edad y aún no decidía que hacer con mi vida.

Mi padre no me dejaba salir con nadie, no conocía a nadie y no sabía hablar con nadie.

El distanciamiento de las personas afectaron un poco en mi adolescencia. No tenía amigas (sólo compañeras del colegio) que me dieran concejos.

No tuve novio en la secundaria y ni mucho menos había dado mi primer beso.

Caminaba pensando en que hacer con mi vida, cuando sentí un golpe que hizo que cayera al suelo arenoso.

-¡Lo siento!- dijo alguien, quien intentó ayudarme a levantar.

-No. No hay problema- sacudí mi cabeza un poco aturdida por el golpe y levanté la mirada. Me encontré con unos ojos verdes que me miraron con preocupación. Me sonrojé al tenerlo muy cerca de mi.

-¿Estas bien?- me preguntó ofreciendo su mano para levantarme.

-Si, gracias.- tomé su mano y me levanté.

-Realmente lo siento, no te vi y pues...-se rascó la cabeza.

-negué con la cabeza- No te preocupes, estoy bien. Gracias, me tengo que ir...- quité mi mano de la suya y me dispuse a irme.

-Espera... ¿Cómo te llamas?

-Ana- dije conteniendo la respiración y poniéndome más colorada de lo que ya estaba- adiós.

Me apresuré a irme a mi fiesta de cumpleaños.

Dios, era muy guapo. ¡DIOS, era la primera vez que hablaba con un chico!

Me sentí feliz. Por primera vez mi padre no me detuvo.

Gracias Dios.

Mi familia gritó que le mordiera al pastel. Mordida. Mordida.

Una corta historia de amor (Sin Editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora