Capítulo 8.

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-Hola, Blythe -Bruce arrastraba las palabras, siendo incapaz de hablar bien. Ella, en cambio, estaba más serena.
-Bruce, ¿cuánto has bebido? -dijo dejando escapar una carcajada.
-Un poco solo -de sus labios salió una sonrisa tierna que le derritió el corazón, haciendo que pensase que en esos momentos él parecía un niño pequeño.
-Ya lo veo. Anda, siéntate aquí.
-Nooooooooo Blythe, ¡bailemos! -dicho esto se puso a saltar y a mover los brazos mientras cantaba- ¡HEEEY CHIPIRÓN, TODOS LOS DÍAS SALE EL SOOOL CHIPIRÓN!
Ella reía como hacía tiempo que no lo hacía. Le estaban saltando las lágrimas y le empezaba a doler la barriga.
-Tú sí que eres un buen chipirón, idiota.
-Me rompes el corazón -se hizo el dolido mientras se sentaba a su lado cansado ya de bailar y ofrecer un espectáculo digno de grabar. - Tengo mucho sueño.
-Pues venga, te acompaño a casa.
Empezaron a andar, ella siguiéndolo a él y él yendo por un camino que no sabía si le llevaría a casa solo por estar unos minutos más con ella. Media hora más tarde llegaron. Sus amigas estarían histéricas, no les había dicho que se iba.
-Tengo un problema, no puedo abrir la puerta.
-Trae.
Bruce casi no se mantenía en pie, el alcohol y el sueño le habían dejado fuera de combate. Le ayudó a llegar hasta su cama.
-¿No están tus padres?
-No, no quiero hablar de eso.
-Vale, -le dio un beso en la mejilla de despedida- buenas noches.
Sin previo aviso él tiró de su brazo, haciendo que cayese a su lado, encima de la colcha y totalmente desconcertada.
-Quédate.
Ella estaba dispuesta a negarse inmediatamente hasta que se fijó en sus ojos y no pudo ver más que miedo, miedo al abandono y esperanza, esperanza de que alguien le eligiera a él por encima de cualquier otra cosa, de ser la prioridad. Siguiendo su corazón y silenciando su cabeza se quitó los zapatos y se acomodó en la cama de ese chico que apenas conocía pero que tanto se había metido bajo su piel. Se durmió en el mismo instante en el que él la rodeó con un brazo. Esa noche durmió en paz, protegida, sintiendo que podía contra todo, que no estaría sola.
Ya era tarde cuando se removió un poco y abrió los ojos siendo muy consciente en ese momento que su almohada no era la misma en la que se apoyó cuando quedó rendida la noche anterior. Su almohada era él. El chico perdido de ojos grises que parecía que fuese a comerse el mundo con esa sonrisa que dejaba entrever su ego. El chico que se vendía a sí mismo como despreocupado, deseando que se fijaran en todo menos en sus ojos. Esos ojos que te permitían tocar su alma si sabías leerlos, esos ojos que gritaban que no era feliz, que le faltaba vida, que alguna pieza estaba rota o perdida.
-Sé que soy guapo Blythe, pero deja de comerme con la mirada -soltó mientras ladeaba una sonrisa que le ponía el corazón a mil. No supo que contestar, no era consciente que le miraba de esa forma hasta que él habló.
-Yo... Eh... No, no estaba haciendo eso... -contestó mientras gritaba que se la tragase la tierra. Había estado despierto todo el rato y no había dicho nada.
-Ya, claro... -se le escapó una carcajada que hizo que se sonrojase más si cabía- En fin, buenos días, chipirón.
-¿Cómo que chipirón?
-Me acuerdo de todo Blythe, nunca olvido.
"Nunca olvido".
No sabía a qué se refería pero Bruce le parecía una persona de las que no perdona fácilmente, de las que arrastran el pasado allí donde van.
-Bueno, mh, entonces... ¿Tienes resaca?
-No, por suerte. Vamos a desayunar, me muero de hambre.
-¿Qué comerás? -Blythe también tenía hambre pero nunca estaba de más preguntar a un chico adolescente que acostumbraba a comer para desayunar, a ella le bastaba con un vaso de leche.
-He encontrado algo que devoraría sin pensarlo dos veces -dijo mirándola- pero creo que con un par de tostadas y un vaso de leche tendré que conformarme.
-Sí, un vaso de leche, eso me parece estupendo, magnífico. Un vaso de leche es lo que necesitamos. -contestó Blythe intentando no pensar en lo que había dicho y esa mirada tan significativa que de momento prefería no interpretar.
Ninguno de los dos se lo esperaba pero desayunaron entre risas, sonrisas robadas y miradas furtivas. Las paredes eran los únicos testimonios que tenían, sus manos eran pinceles queriendo trazar todo tipo de arte en los lienzos que eran sus cuerpos. De sus labios salían palabras sin sentido a las cuales no prestaban atención, solo se fijaban en el movimiento de esas puertas que sellaban una promesa de cariño que no sabían si podían robarse el uno a la otra. Toda la magia se esfumó cuando el reloj avisó de la hora, recordándoles que todo termina, que nada es para siempre y que por eso son esos momentos los que valían porque quizás mañana no los tendrían.
-Dios mío, qué tarde es, qué tarde es. Mis padres me matarán y encima no tengo batería. Me encantaría quedarme pero me tengo que ir ya pero ya.
-Sí, claro, lo entiendo.
-Gracias, por todo.
-No, gracias a ti, por ayudarme, por quedarte.
Empezó a andar hacia la puerta cuando creyó oír algo más.
-Por no dejarme solo.
El corazón le dio un vuelco y le miró. Le miró como nunca antes lo había hecho. Como si todo lo que sus ojos pudieran contemplar fuese él. Y le sonrió, le sonrió como si no supiese hacer otra cosa, dejando escapar sentimientos que aún no sabía que sentía. Le regaló una sonrisa que Bruce deseó poder atrapar para guardarla, guardarla y nunca dejarla ir.
-Oh vamos, ven aquí.
No sabían quién lo había dicho, quién pronunció las palabras que los dos pensaban.
De pronto sus brazos se protegían mutuamente, sin querer dejar escapar nunca al otro. Fundiéndose. No sabiendo dónde terminaba uno y empezaba el otro. Ese abrazo les pareció más íntimo que cualquiera de los besos que se podrían haber dado. Ese abrazo desprendía protección y preocupación, deseo y temor, frío porque sabían que debían separarse pero calor porque estaban juntos.
Cuando Blythe llegó a casa poco le importaron los gritos, los castigos, los mil mensajes de sus amigas, poco le importaba el mundo porque el suyo aún estaba en los brazos de ese chico.

Blythe.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora