Capítulo 15: Una carta

152 12 5
                                    

Ya habían pasado dos lúgubres y eternos días desde que... se presentó el ataque al palacio.

Estaba rebuscando en mi armario unos pantalones holgados para estar cómodo, que sabía que tenían que estar por algún lado, aunque Gerard se encargaba de organizar mi ropa siempre, yo tenía una pila secreta de desorden en uno de los compartimentos.

- ¡Oliver, caballito! –grito mi hermana Ella, tirándose sobre mi espalda.

Normalmente no me hubiera costado nada sostenerla, pero como me había tomado por sorpresa y en mala posición, termine cayendo con ella encima mío.

También resulto un poco desconcertante verla de tan buen humor, con lo que acababa de pasar, pero tenía el presentimiento que se estaba haciendo la fuerte y divertida, para intentar alegrarnos a los demás.

- ¡Ups! Se cayó el caballito –dijo con una sonrisa pícara-. Y también su chaqueta –señalo la chaqueta de mi traje favorito, y que ahora se encontraba en el suelo.

- Si como no, ups... -negué con la cabeza-. Ahora tú tendrás que limpiarlo.

- ¿Pero qué dices? ¡Si no le ha pasado nada! Solo hay que sacudirla un poquito y ya está –dijo revoloteando la chaquete por el aire.

Estaba a punto de pararme para atacarla con cosquillas, cuando note que algo caía bajo mi cama. Gateé para ver de qué se trataba y lo levante. Una carta.

- Para la familia Staad –leyó Ella, sobre mi hombro-. Creo que deberíamos mostrársela a mamá y papá.

Asentí y me puse en pies, tome a mi hermanita de la mano, y camine directamente al cuarto de mis padres.

Sabía bien que no tendría que preguntar dónde se encontraban, mamá se había negado a moverse de la cama desde que nos dijeron sobre la muerte de Tove, ella lo apreciaba muchísimo, y según he escuchado nunca tuvo la oportunidad de estar de luto por la abuela Elora, como uno supondría que haría una hija, así que supongo que todo esto también le trae recuerdos de aquella época, ya que ambos murieron de la misma manera, debilitados por el sobre uso de sus poderes.

Y aunque papá lo llevaba un poco mejor, no se despegaba de mamá, ha estado todo este tiempo acompañándola y cuidando de ella. También se ha pasado para ver como lo tomamos nosotros, pero nada se compara con el estado en el que se encuentra mamá.

Llegamos a la habitación, y me paro junto con mi hermana frente a las puertas, compartimos una mirada, aprieto un poco su mano, dejo salir un fuerte suspiro y toco la puerta suavemente.

Escucho los pasos de papá hasta la puerta, seguido por el sonido del picaporte al girarse.

- Hola, chicos, vamos pasen –nos incita con un gesto de la cabeza, ofreciéndonos una leve sonrisa.

Él tenía el cabello desordenado, la camisa abierta y arrugada, y se alcanzaba a ver que no había dormido bien por sus ojeras. A pesar de eso estaba en un estado mucho mejor que el de mamá.

Pasamos por el pequeño espacio entre la puerta, y tan pronto la veo en la cama, me quedo de piedra. Sé que últimamente no he estado en mis mejores días tampoco, y que de hecho no he hecho el mínimo esfuerzo por verme mejor, ya sabes, todo eso de que lo que sentimos se refleja en nuestros rostros. Pero ella lucia, como decirlo... terrible.

Tenía los ojos y la nariz rojos por el llanto, la piel de alrededor de los ojos irritada, unas ojeras inmensas, su cabello estaba hecho un total desastre, como nunca lo había visto, y además llevaba puesta una sudadera de mi padre que le quedaba demasiado grande.

Un Cuento TrylleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora