Sin un adiós

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Había pasado exactamente un día desde que Nash me había mordido, y en esas 24 horas sentía que en verdad me moriría, mi cuerpo me dolía tanto que no me podía mover y si lo hacía, mis huesos crujían con cada paso o movimiento, no sabía que ser vamp...

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Había pasado exactamente un día desde que Nash me había mordido, y en esas 24 horas sentía que en verdad me moriría, mi cuerpo me dolía tanto que no me podía mover y si lo hacía, mis huesos crujían con cada paso o movimiento, no sabía que ser vampiro —o neonato, como me llamaban los sirvientes de Nash—, resultase ser tan doloroso, además...

—¡¿Por qué no puedo regresar?!

Nash endureció la mirada y miró mi cuerpo, me encontraba totalmente desnudo pero no me importaba, incluso podría bajar y dejar que todos miraran mi cuerpo y no me importaría ni un comino, ahora mismo estaba enojado, más que enojado: estaba furioso.

Era la primera vez que sentía un gran coraje hacia Nash y sus estúpidas reglas y órdenes.

Después de que pasara todo aquello, por la mañana Nash me obligó a bañarme y con la misma había regresado a la cama y seguí durmiendo, desperté cuando recordé que había olvidado algo, más bien a alguien: Jean, pero jamás conté con que mi cuerpo me dolería demasiado...

—Porque eres un neonato.

—¡Quiero ver a Jean! —grité.

—¡Él es un cazador! ¡¿Acaso te das cuenta que estás yendo directo a la boca del lobo?!

—¡Es mi mejor amigo!

—Tu cuerpo se está adaptando al cambio, Kaydenn, si te mueves mucho podría ser peligroso.

—No, mi cuerpo me duele porque me has roto prácticamente la cadera —le dije furioso, Nash se encogió de hombros y bufé malhumorado.

—Kaydenn...

—Quiero ver a Jean.

—No puedes.

—Entonces que él venga a verme.

—No lo permitiré.

—¿Al menos está bien? ¿Bass está bien?

—Lo están, eso tenlo por seguro.

—Nash... quiero ir con Jean...

No tenía ni la menor idea de que los vampiros podían llorar, no hasta que sentí que las lágrimas caían por mis mejillas y llevé mi mano hasta ella. Eran rojas, las lágrimas que salían de mis ojos rojos eran de sangre.

—Jean no me hará daño... —farfullé—. Él entenderá que quiero estar contigo y aunque no lo haga... al menos debo decirle lo que soy ahora... yo... no lo quiero perder...

—No hace falta que vayas —Nash caminó hasta la ventana y se asomó por ella—. Vienen en camino.

—¿Qué?

—Debes vestirte.

—No me puedo parar —mascullé, irritado por el dolor de cuerpo.

—¡Pero para eso existe la silla de ruedas! —Jay entró de pronto y miré que traía a Jimmy sentado en la silla. Traían una silla...

El destino y la muerte - Alma InmortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora