XXXI

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15 de noviembre, 2009.


Noah ha salido del centro de rehabilitación, y lo primero que hizo al verme en la puerta de salida fue correr para abrazarme, luego me dio un beso que pareció el más eterno de todos, porque realmente lo necesité tanto y él me necesitó tanto, también.

Está más delgado, incluso pude sentir sus clavículas.

—Te eché de menos como no tienes idea. —Me dijo, y me abrazó más fuerte

Sentí cómo su pecho estallaba contra el mío y sentía la arritmia cardíaca.

—Yo también —dije—, pero ahora ya estamos aquí, recuperándonos mutuamente.

—Ahora toca enfrentar la parte más difícil: abstenerme. Joder, los malditos demonios tienen que dejarme en paz de una vez por todas.

—Merecemos ser felices, pero no lo quiero ser sin ti. —Dije

—No podemos decidir esas cosas. Puedes ser feliz contigo, yo siempre estaré aquí, eso no lo dudes.

Sonó un poco a despedida.

—¿A qué te refieres? Pregunté

—No podemos saber qué pasará el día de mañana, simplemente porque no se puede predecir el futuro, pero yo ya he hecho un gran hueco en ti, Annalisa. Y tú has hecho un gran hueco en mí. Y esos huecos son los imposibles de llenar por alguien más.

Y lo que él no sabía era que ya había ocupado mucho espacio en mí.


Caminamos, y caminamos, y caminamos.

Subimos a nuestro pequeño rincón, nuestro lugar desde aquella noche.

Vimos el atardecer.

Callados.

Tomados de la mano.

Mirando cómo el mundo se destruía

y nosotros como dos psicópatas riéndonos.

El Diario de AnnalisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora