XXXXII

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20 de diciembre, 2009.


Algo anda mal, no lo he vuelto a ver desde aquella vez. Tengo un mal presentimiento. He vuelvo con la maldita ansiedad de saber qué pasa por su vida, espero que quiera compartir conmigo todo lo que le quema, porque yo estaré ahí para impedir que se vuelva cenizas.

Quiero más vidas de las que tiene un gato para nosotros, aunque no sé cuántas nos vamos gastando ya. Creo que esta es nuestra séptima vida, la última.

Le he llamado, pero no contesta mis mensajes.

He decidido ir a su casa a ver qué demonios pasa.


(Después)

He llamado al timbre varias veces, hasta que sale un Noah totalmente consumido, con ojeras, con la mirada perdida y sus ojos secos —como el desierto— (como si hubiese llorado todas sus lágrimas).

Tenía que actuar rápidamente, porque si no lo hacía, Noah iba a morir pronto.

—No quiero verte más, no porque no te ame, sino porque no quiero que te apagues como lo estoy haciendo yo: llama por llama. Me apago lentamente. —Su voz se escuchó demasiado débil, su mirada estaba débil, su cuerpo estaba por colapsar.

—No puedes alejarme demasiado de ti, porque aún no entiendes que estamos destinados a ser, no algo, pero sí alguien, y eso es a lo más alto que pueden ascender dos almas: a ser una única y agarrarse de los clavos ardiendo del otro. ¿Porque de eso se trata, no?

—Entiéndeme, no quiero que salgas víctima de este maldito infierno en el que he vivido. Lo intenté, créeme, lo intenté —su voz rota—, tal parece que a algunos siempre nos persigue el maldito agujero. Vete, soy un maldito abismo. Soy un mal chico para ti, no te convengo, voy a hacerte mucho daño.

—Y a mí siempre me gustaron los chicos atrevidos, sabiendo que quizás nunca podrán acertar, lo intentan. Yo te amo, Noah, con todo y tus demonios, con todo y tus adicciones, con todo y tus manías, con todo y tus inseguridades, con todo y tus miedos, con todo incluido: con tus espinas, tus raíces, tus ramas, todo.

Sus ojos brillaron, después de haberlos visto tan apagados.

Brillaban como dos perlas.

Lo abracé, tal parece que el tiempo se detuvo, que el mundo se paró.
Quería quedarme a vivir en aquel momento.

Ojalá me hubiese quedado atorada en aquel abrazo.

El Diario de AnnalisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora