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No voy a moverme, idiota.– respondió Charlotte cruzándose de brazos con su particular seguridad en si misma.

Algo que había heredado de Luke Flynn.

Él, alzó una ceja y su boca adoptó una mueca que no supo descifrar, ¿fastidio?
Kayla por otra parte tenía una expresión de asombro y temor, como si hubiera hecho algo terriblemente malo.

–¿No tienes bastante con la paliza que te dieron los Pringados del equipo de fútbol americano? – soltó de manera cortante.

Tragó saliva, la había visto pelear contra esos tipos.

–Vamos, Charlie. Será mejor que vayamos a la clase de historia. – sonrió Kayla estirándola del antebrazo, moviéndola del camino de aquél cretino de ropa oscura y tatuajes.
–Esto no va a quedarse así. – dijo Charlie humillada soltando el agarre de su amiga. –Puede que a ellos les des miedo, pero a mi no.– la gente contemplaba horrorizada la escena.

El esbozó una sonrisa ácida.
–Tu no le tienes miedo a nada, pequeña. – la estampó contra las taquillas dejándola sin respiración, apretando su hombro con fuerza. –Pero creeme cuando te digo, que deberías tenerlo. –
La soltó con repulsión y se fue por el pasillo, como si no hubiera pasado nada.

Se miró al espejo tras salir de una ducha rápida y relajante, y dejó de lado su pelo largo, moreno y liso, dejó aparte sus ojos verdes, su cara ovalada, sus labios demasiado carnosos para su gusto y su cuerpo delgado, pero fibrado.

Dejó de lado todo eso para ver a una chica que a pesar de su corta edad estaba cansada de la vida, se le veía de lejos.

Estaba cansada, pero no rendida.

Toc, toc, toc.

–Pasa. – dijo ella cortante mientras terminaba de ponerse el pijama, que consistía en una blusa de tiras holgada y negra y unos pantalones cortos del mismo color y material.

–¿Como ha ido tu primer día de escuela? – preguntó Arielle sentándose en la cama a su lado. Acababa de llegar del trabajo, trabajaba como enfermera en el hospital central, por lo tanto estaba muy ocupada la mayor parte del tiempo.

–Ha estado bien, mamá no te preocupes. – dijo Charlie esbozando media sonrisa. –El hecho de estar con Kayla lo hace genial. –
Arielle sonrió a su vez.
–Desde pequeñas sois inseparables. – dijo su madre. –No podías permitirte perderla así que has venido a Seattle para vivir cerca de ella y su tía. –
–Tampoco podíamos seguir permaneciendo en ése pueblo, mamá. – dijo Charlotte. –No después de lo que ocurrió. –
–Llevábamos una mala vida y... Tu padre hacía lo que podía para poder sobrevivir. – excusó ella mirando hacia otra parte.

–No lo llames así, llamalo por su nombre, él no es mi padre, ni el de Caleb. – soltó Charlie jugueteando con el móvil con nerviosismo. –No tenemos padre, un padre no abandona a su familia. –
Arielle se mordió el labio.
–Él esta enfermo, Charlie. Odio que pienses así de él. –
–¡¿Por eso estás aquí no?! – ésta vez Charlie se levantó de manera brusca. –¿¡Por que adoras a Luke?! ¿¡Por que apruebas lo que hace?! En el fondo sabes que ésto es lo mejor, por eso dejaste que yo os sacara de esa mierda a la que llamabas casa. –
–¿¡Donde te crees que vas?!– gritó Arielle yendo tras su hija que había salido de la estancia hecha una furia.
–¡A tomar el aire! – gritó abriendo la puerta de par en par, sin darse cuenta de que Caleb había intentado retenerla con una mano.

Para los once años de edad que llevaba como un abrigo viejo, era casi tan alto como su hermana.

Mi vida, mis reglas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora