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Tristemente, tuve que despedirme de Fredd, quizá para siempre...

Mi madre me necesitaba con ella, y yo lo entendía, tuve que abandonar la escuela. Mi tía fue quién me recogió para ir a aquella ciudad de la cual, no sabía ni el nombre.

Empaque todo, hasta eso que ni recordaba que existiese. Tomé mi ropa vieja, mis libros preferidos, mi perfume café canela, me empape de él y partí de mi hogar, ese que me vio crecer, partí, dejando todos mis mejores recuerdos en esa casa. Tenía a penas 12 años cuando eso sucedió.

Mi querido y muy amado amigo, lloró conmigo. Me tomó la mano fuerte y me guió hasta donde estaba la mamá de él. Me despedí de ella, me dio un abrazo sincero, me dijo cuánto me extrañaría y con sus ojos húmedos me dijo:

-Lo siento, sé fuerte como siempre e intenta serlo un poco más. Llora cuando te sientas sola, cuando ya no puedas, cuando sientas que es demasiado, sólo llora, es algo vital. No estará mal. Grita, y cuando lo hagas, hazlo fuerte. Adiós, mi Sol.

La abracé aún más fuerte y lloré, lloré por todo. Por el adiós, un adiós que no sabía si sería definitivo o inconcluso, por ese primer amigo, por los momentos, por los sufrimientos, por mi padre que nunca me quiso, por mi madre que fue lo más cercano a la perfección y por esas extrañas cosas que suceden todo el tiempo que algunos le llaman casualidad y muchos otros, destino.

La sogaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora