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Pasé mis días como si todos fueran iguales, eran cuadriculados como yo. Todo era rutinario. Mi tía nunca criticó mi vida, me comprendió y de alguna manera, trató de ser mi figura maternal. Las vecinas llevaban comentarios sobre mí a nuestra casa, pero, ella siempre me dijo "¿qué importa cuántos amantes tengas o que quizá tendrás, qué importa si te ven mal, qué pasa si piensan eres cualquier cosa que puedan deducir erróneamente o inventar?, no me importan, ni ellos ni sus aportes sobre ti, sigues siendo mi pequeña de doce años, mi única hija, la única que amo y amaré, eres mí tesoro, Sol. No dejes que la vida te dañe".

Siempre, siempre dejé que me dañara, los comentarios sobre todo, todo de mí...

Lloré, siempre lloré cada crítica o mirada despectiva. Un día simplemente ya no aguanté.

Extrañaba mi vida de antes, ser niña y sentir el amor más puro que nunca, palpable y maleable. Como si fuese una idea que podía moldear a mi propio parecer, así era el amor para mí, así era mi vida, yo la creaba, yo la realizaba, así fuera sólo en mi mente. Pero, cuando cumplí mis dieciocho, olvidé ser feliz.

¿Qué demonios?, ¿quién más ha olvidado ser feliz?

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⏰ Última actualización: Sep 24, 2015 ⏰

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