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Fredd y yo estábamos en el jardín de su casa, ya habían pasado varios meses de habernos conocido, promediando los diez.

Él y su linda piel blanca, su perfecta sonrisa que trasportaba a mil lugares lejos y diferentes a la realidad. Él me empapaba de emociones sin saberlo si quiera.

Era tan niña, tan inocente, pero con tantas cosas por contar para descargar mi alma, esa misma que estaba invadida de tristeza, pero, todo el tiempo preferí verlo, sólo verlo. No me atreví a dañar aquella conexión sólo para contarle acontecimientos que me afectaban día a día, con él, sentía que eso era muy poco y que no valía la pena pensar en ello.

La sogaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora