Tráeme de vuelta la calma.
Llévate la tempestad.
Lavame y quitame,
Las lágrimas demás.El suelo de mi habitación está frío, como siempre, aunque el sol entre por las ventanas. Después de horas tirada en él, decido levantarme y darme una ducha para limpiarme las lágrimas y la sangre a resultado de mis cortadas.
-¡Luz! -grita mi madre desde abajo, luego de haberme duchado.
-¡Ya voy, mamá! -le respondo.
Me pongo un swetter negro para ocultar mis rasguños y bajo a la cocina.
-¿Qué pasa? -le pregunto.
-Necesito que vayas a comprar las frutas.
-Dame el dinero -le digo con indiferencia.
Me entrega el dinero con la lista de frutas y me dice:
-¿Has estado llorando?
-No -le respondo apartando la mirada.
Me mira por un segundo y luego se va. Siempre es lo mismo. Me mira y no me pregunta más nada. Los padres creen que porque tienes sólo dieciséis años y aún estás estudiando no tienes más problemas que la escuela. Ellos creen que tus únicas preocupaciones son tus notas, que nada más te atormenta. Se equivocan, aunque no deberían.
Meto el dinero en el bolsillo de mis pantalones y tomo las llaves de la casa. La frutería está un poco lejos, como a veinte minutos a pie. No me gusta pensar, pero me gusta caminar. Antes de salir busco mis audífonos y los conecto a mi teléfono. Dejo que la música se adueñe de mí y me lleve a cualquier lugar que no sea éste.
Cuando llego a la frutería le entrego la lista al chico que atiende.
-¿Qué escuchas? -me dice sonriendo.
Finjo no escucharlo y me quedo mirando las manzanas.
-Sé que me estás escuchando -dice, aún sonriendo-. Si no me respondes no te atiendo -dice dejando lo que estaba haciendo.
Hago caso omiso y lo ignoro. No quiero hablar con nadie.
-Sé que me ignoras, Luz -dice mirándome.
-¿Cómo sabes mi nombre? -le pregunto sin pensar, al tiempo que me quito los audífonos.
-Sabía que escuchabas -dice riendo.
-Contéstame.
-Sólo lo sé.
-No puedes sólo saberlo -le digo levantando los brazos, furiosa.
-Pues, yo creo que sí, porque sólo lo sé -dice con una sonrisa de satisfacción.
Ruedo los ojos y no digo nada más.
-No te pongas así, Luz -dice. Y sigue sonriendo.
Me cruzo de brazos y miro a otra parte.
-Eres muy linda. No deberías llorar tanto.
Pongo los ojos como platos y lo miro a la cara.
-¿Cómo sabes eso?
-Acabas de admitir que lloras mucho -dice señalándome con el dedo. Y adivinen qué: aún sonríe.
-¿Podrías por favor terminar de darme las frutas? -le pregunto molesta.
-Cuando me respondas qué escuchabas.
-Lo haré. Cuando me respondas cómo sabes mi nombre -le digo, con una mirada desafiante.
-Yo pregunté primero -me dice sonriendo.