No tengas miedo de venir
Sólo vives una vez
Entra y encuentrame
Deja que te destroce.-Luz, hija, despierta.
Abrí los ojos, mi corazón estaba acelerado y mi cabeza recostada de la ventana. Vi a papá, sus ojos no se parecían a los que tenía en mi sueño.
-Llegamos, Luz -dijo mientras desabrochaba su cinturón y abría su puerta.
Terminé de abrir mis ojos por completo, lo único que quería era dormir hasta olvidar aquel feo sueño. Abrí la puerta y un viento frió me recorrió los huesos, la llovizna se había convertido en una lluvia torrencial en tan solo segundos. Tomé mi teléfono y lo metí en el bolsillo de mi chaqueta, subí mi capucha y apenas escuché lo que decía papá empecé a correr hacia la casa, mientras se acercaba Desiré con un paraguas mas grande que ella. La saludé y seguimos avanzando hasta papá, que estaba en la parte de atrás del auto buscando mi maleta. Mientras él estaba en eso, mis ojos se fueron a otro lugar. Una sombra, una persona o lo que sea, completamente oscura, nos observaba desde lejos, en la esquina. Mis ojos se clavaron allí, pero Desiré me sacó del trance cuando salí del espacio del paraguas para acercarme a la sombra, que, de algún modo, me llamaba insistentemente. Parpadeé, vi a Desiré y luego miré de nuevo a la esquina. Sólo el agua corriendo por la acera y unas cuantas luces encendidas era lo que allí se mostraba.
Cuando entramos y ya me había duchado, nos sentamos los tres a la mesa. El lugar seguía siendo tan bonito como lo recordaba: las paredes color crema y los salones iluminados hacían que todo se viera brillante y hermoso, y la cerámica pulida le daba un aspecto más limpio. Bajé la vista a la mesa de cristal, podía ver mis medias blancas y mis piernas cubiertas por mi pijama, luego vi a papa, que sonreía mientras su vista iba de mí a Desiré y a la comida (olía delicioso), luego observé a Desiré, su sonrisa no desaparecía, pero seguía notando algo raro en ella.
-Estoy contenta de que estés aquí, Luz -dijo ella mientras me miraba a los ojos.
Sonreí y miré a papá. Él también sonreía. Seguimos hablando por un rato y, cuando ya estaba bien entrada la noche y la lluvia seguía cayendo por la ventana corrediza que estaba en el cuarto que me dieron, tomé mi teléfono casi muerto y revisé WhatsApp. Aún no le llegaba el mensaje a Adam, pero tenía uno de mamá en el que me preguntaba cómo estaba. Esa noche dormí bien, no tranquila, pero bien, libre de pesadillas, pero sin quitarme el peso de encima de no haberle dicho a Light que me iba, preocupada por que no le haya llegado el mensaje aún, e incómoda por la sensación de ser observada.
Al día siguiente, cuando vi la hora y me sentí horrible por haber despertado a las 11:43 a.m., corrí a lavarme los dientes para disculparme con papá por la hora. Dios, qué mala primera impresión después de tres meses.
-Tranquila, Luz -lo encontré en la sala, leyendo el periódico y tomando café. Un millón de recuerdos de él en la sala de casa con una botella de Whisky medio vacía en la mano mientras se tambaleaba y gritaba babosadas llegaron a mi mente- . Necesitabas descansar -su sonrisa era hermosa- , pero me gustaría que te dieras un baño y comieras algo, quiero que los vecinos te conozcan.
Bueno, la idea no me mató, pero ya qué, no podía decirle que no, además, me prometí a mi misma que aprovecharía cada momento con él. No me importa ya lo que haya hecho antes, no lo odio, pues, las noches que pasé llorando por él no las puedo dejar solo en lagrimas, necesito que él las seque con su presencia, que me quiera, necesito recompensar todos esos desvelos y pensamientos horribles de mí para con él y para conmigo misma. Así que sólo asentí y sonreí.
Cuando salimos de casa, Desiré llevaba un vestido color rosa, bastante bonito y sencillo; quería que me pusiera uno, y, con todo mi ser, le dije que no. Los vestidos conmigo son... no van bien, en nada. Tocamos a la primera puerta, que estaba junto a la casa de papá. Qué horror, conocer gente nueva, de esta manera, que me mire, que me evalúe, que me mire, que pueda juzgarme, que me mire y que... me mire, no me atraía. Sólo quería que aquello que ni siquiera había comenzado terminara de una vez. Puse mi alma y el amor que le tenía a mi padre para sonreír cuando me presentó al Señor Ramirez; era alto, muy alto, y su cabello era completamente negro, sin asomo de canas a pesar de tener como cuarenta y tantos. El señor Ramirez tenía dos hijas, una de cinco y otra de once, eran más que tiernas, y sus cabellos eran largos, amarillos, como un rayo de sol a plena tarde. Su esposa falleció en cuanto nació Clarissa, la de cinco, y desde entonces, él y María, su otra hija, cuidaban de ella; obvio que María asistía a la escuela y recibía cuidados, él dijo que al principio tuvo que dejar el trabajo, pues su madre no podía cuidar de sus nietas y sus hermanos vivían fuera del país, ya luego, encontró una niñera y hasta el día de hoy, era ella quien lo ayudaba con las niñas. No le vi sentido a toda esta historia, es decir, sólo necesitaba saber sus nombres, pero, el señor Ramirez se mostró muy conversador y sus ojos querían que alguien más supiera de la desdicha y los tiempos difíciles que le había tocado vivir.