"Por favor, no pierdas tu fe
Por favor, no pierdas tu fe en mí".
-Así que... en conclusión: todo el mundo cree que estoy loca –dije gesticulando ligeramente con las manos.
Dos días después de... lo sucedido, papá se decidió por fin a explicarme lo que pasó exactamente. Sí vi a Iván, sí me dejé llevar por sus ojos avellana, pero nadie de ojos negros me tomó entre sus brazos. Mientras veía a Iván, mientras mi mente vagaba, de un momento a otro caí inconsciente en el asfalto. Iván fue por mí, intentó despertarme pero al ver que no lo hacía, decidió levantarme, no pudo, llamó a papá, me llevaron a casa de Joel y me dejaron en esa hermosa habitación, papá quería llevarme al hospital, como me dijo Iván, pero lo convencieron de que estaría bien, además, Martha es enfermera así que todo iba a ir excelente, pero, no terminó así. Todo eso pasó alrededor de las 4:36 p.m., y para la 1:53 a.m. yo empecé a gritar, como si estuviera teniendo una pesadilla, como si mi vida estuviera en riesgo; cuando papá llegó a esa parte, pude ver cómo se aceleraba su respiración, decidí hacer como si no lo hubiera notado, puesto que, después de ver cómo no quería llorar frente a mí cuando desperté, sabía que él no quería que yo viera cómo se desmoronaba. Me dijeron que mientras estaba dormida, inconsciente, o lo que sea, gritaba como si me estuviera quemando en el mismo infierno (bueno, esa última parte la agregué yo), que por eso me dolía la garganta; ya luego, me calmé a los treinta minutos de eso, después, no pasó nada más, hasta que desperté por primera vez.
Ahora estamos en la cocina, hablando sobre esto, pues resulta, que todos creen que estoy chiflada.
-Luz –empezó papá- , no creemos que estés loca, simplemente nos parece lo correcto el que te llevemos al psiquiatra.
Estaba sentado frente a mí en el comedor de cristal para seis personas, en la punta contraria a la mía. Desiré estaba a su izquierda, tomando su mano. Él me miraba con seriedad, tenía el ceño fruncido y, desde el espacio que había entre nosotros, pude notar cómo se mordía las mejillas internas.
Suspiré. No quería ir al médico, no quería que todos pensaran que estaba loca. No estoy loca, simplemente, escuché una voz dentro de mi cabeza que me susurraba intensamente poemas que me gustaría haber escrito yo.
-¿Por qué quieres llevarme allí? –le pregunté cruzándome de brazos.
Él también suspiró, frustrado. Sabía que la situación no era fácil para nadie, pero no creo que necesite ir al loquero.
-Luz, esto no es normal, nunca te había pasado.
-Sólo me desmayé, motivo inexplicable, grité, motivo inexplicable, dejémoslo así, nadie tiene por qué saber nada.
-Hablé con tu madre.
No. No. No. No. No hizo eso. Lo miré con los ojos como platos.
-Papá... –empecé.
-Le dije que te habías desmayado, le pregunté si te había pasado antes y, obviamente, me dijo que no. No lo dije lo de los gritos, me pareció que ya se había preocupado mucho con lo anterior. Quería hablar contigo, pero le dije que estabas descansando. ¿Por qué no quieres que tu madre sepa nada de lo que te pasa? –concluyó.
-No es... no es que no quiera que lo sepa, bueno sí, pero... no. Es decir, sólo no quiero que se preocupe, ella está más tranquila sin saber las cosas que me pasan, sin saber el desastre que soy. No necesita más preocupaciones.
Me sostuvo la mirada unos largos segundos, yo me mordía el labio y la apartaba de vez en cuando, él se quedaba de piedra con sus ojos clavados en mí. Al final, dijo: