Capítulo 25.

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Sólo dame un verso que te llene

O una palabra que describa

Los sentimientos que en tu alma se arriman.


-Me gritan que corra; me gritan que llore; me gritan que saque todo lo que hay dentro de mí; me gritan que escape de todo esto. Mis voces me gritan que siga adelante, que no preste atención a lo que dicen los demás sobre mí o sobre lo que sea, gritan para ser escuchadas, pero no por alguien más, sino por mí. Me piden que las escuche y que les haga caso, que libere los demonios que se aferran a mi interior como si fuera su casa, como si pudieran hacer conmigo lo que quieran, y lo peor es que los dejo, lo peor es que dejo que me controlen, que me guíen, que vivan por mí. Tengo miedo de enfrentar mis voces porque tengo miedo de equivocarme, de caerme y perder todo lo que tengo. Pero, al final, ¿qué es lo que tengo? No he podido hacer nada por eso, porque no llevo mi vida como debería, porque no la controlo yo. ¿Son ellas la solución? Tal vez, pero nunca lo sabré porque tal vez nunca las seguiré.

Su vista estaba fija en el suelo. De un momento a otro, se puso totalmente serio y soltó todo esto. Un silencio abrasador de apoderó del momento. Yo seguía mirándolo, sin temor a que sus ojos encontraran los míos, sin vergüenza a nada. Sólo lo contemplé en su momento de debilidad, agradecida por que me lo mostrara. No sabía qué decir, y creo que no había nada que decir. El silencio lo decía todo.

-¿Escuchas a las estrellas? –Pregunté- Ahora, quiero decir.

Levantó la vista lentamente, primero hacia mí, luego la dejó en el cielo.

-Sí –susurró.

-¿Qué te dicen?

-Que aún hay esperanza.

No pude evitar sonreír al escucharlo decir eso. Cree que está perdido, pero se da cuenta, por sí solo, de que está a salvo.

-¿Y por qué no corres y te liberas? Vivir con miedo no es vivir. Te consume hasta los huesos y se adueña de ti. No dejes que termine de controlarte, no llegarás a ninguna parte. Hazle caso a tus voces, sin temor a equivocarte; el que te señale, que coma mierda y se vaya a otra parte, no ha de importarte. Creo... creo que tú no comes con sus opiniones.

Ahora me miró, y la sonrisa de lado apareció. Que la envidia de las estrellas se apiade de esa sonrisa, porque te llena más que ellas. Respondí a su sonrisa con una mía, una sonrisa sincera. Sus ojos seguían sobre los míos, y me gritaban que no apartara la mirada.

-Qué bonito silencio –dijo luego de un rato.

-Proviene del cielo.

-O tal vez de la luz que se apaga...

-Cuando el invierno la abraza –completé.

Rió sonoramente.

-Un bonito verso.

Estaba embriagado, embriagado de las estrellas y la luna. Su mirada se perdía constantemente y suspiraba cada dos minutos. Sus ojos brillaban. Y, diablos, yo no podía despegar los míos de él.

-¿Alguna vez estuviste en medio de una tormenta? –preguntó de repente, volviéndome a la realidad.

-Sí. En varias, de hecho –se quedó en silencio, mirándome, así que continué-. No tormentas... literales –no metas la pata, Luz- , sino... de esas que se forman dentro de ti, las que, al final de todo, terminan siendo ocasionadas por ti mismo.

-Entiendo –asintió con la cabeza-. A eso me refería, de hecho.

-¿Has sentido miedo de ahogarte? –le pregunté- Quiero decir que... En tu propio mar de sentimientos, cuando una ola te inunda el pecho y te impide respirar del todo bien... ¿Has sentido el miedo verdadero de ahogarte en ti mismo?

Luz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora