Acantilado

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Bueno, y ahora, ¿qué?

He llegado a este sitio, parece (aunque no es cierto) que está en mitad de la nada; solo se extiende el mar frente a mí, moviéndose con aparente tranquilidad, gris oscuro, a juego de las nubes que, con intención de descargar en mí (como todo el mundo hace, descargar su maldad) toda el agua. De ahí en ambiente sombrío, el aire cálido y pesado, y las nubes que se ciernen desde el horizonte hasta llegar a mí, de manera agobiante.

Maldita sea, parece que el tiempo ha cambiado desde esta mañana. Al despertar el sol me cegaba. Pero a partir de la tarde, y con los gritos, mi estado de ánimo, y ya por no llevar la contraria, el mismísimo tiempo, habían cambiado drásticamente. Aunque estas cosas en el norte, y en mi vida, son habituales.

¿Que cómo he llegado aquí? Es obvio que no he podido disfrutar de una larga y agradable caminata. Y menos con el sendero lleno de piedras. Pero he venido andando, sí.

Lo primero que he hecho ha sido coger el único billete que tenía (y que conservaba con exacerbada cautela, por las emergencias) de debajo de la mesilla de noche. No daba para mucho, pero me había dado para coger en las tiendas al final de la calle una botella, un papel, y un bolígrafo.

Me quedé mirando las bolsas, con la mente casi en blanco, como anestesiada. Nadie me veía desde aquí, así que era un buen sitio para venir, aunque solo había subido la montaña un par de veces. Las suficientes para hacerme una idea, algo nublada, pero al fin y al cabo, suficiente, para llegar hasta allí tras solo haber dudado dos veces en por dónde seguir. En el fondo, no había sido tan... complicado. Lo tenía que haber hecho antes. Mucho antes, pero, ay, estúpida de mí, que he alargado el momento hasta ahora. Y con creces lo he pagado.

Pero ese no es el caso, no. Yo no estoy aquí para hudirme aún más en la niebla. En realidad estoy aquí para huir de ella, antes de que me trague del todo. Había llegado a pensar que la cosa no podía estar peor, pero, sí, puede. Y por eso me he marchado. Porque algo dentro de mí se ha despertado al fin y se ha dado cuenta de que no es manera de vivir, entre mentiras, y mentiras y más mentiras; historias falsas y sonrisas de imitación para ocultarlo todo, como si fueran una máscara veneciana de hermosura sin parecido, tratando de ocultar al mismísimo demonio de la crueldad, dentro. Lo que no termino de decidir es si el que se esconde detrás es él, o soy yo. O si me ha hecho creer que yo soy la que se oculta, y al final me he autoconvencido de su propia mentira, como ha pasado con el resto de las cosas.

Ya no sé ni distinguir la verdad de lo que no lo es. Maldición, yo antes podía sentir que algo estaba mal, pero hasta hace poco, no lo he pensado realmente, no me he dado cuenta de que había que cambiarlo. Me he dejado convencer y me he transformado en un monstruo. Y los monstruos no tenemos arreglo. O al menos eso pienso. Que soy como el monstruo del doctor Frankenstein, manipulado para ser como otra persona exigía, incapaz de encontrar el final feliz que todos tienen. Y cada vez voy a peor, esto ya es genial. En serio, si consiguiese escapar de esto, cosa que creo imposible, aunque escapase de aquí ¿quién amaría a alguien como yo? Nadie. Porque nadie quiere a una persona rota. Y yo estoy hecha a cachitos tanto interior como exteriormente.

¿Qué me hace pensar que si me marcho, todo va a ir a mejor? Nada. Lo sé, tampoco sé si puede ir a peor, ni siquiera sé si volviendo antes de que nadie se enterase haría algo. No lo creo. Por eso he llegado hasta aquí. Porque vivir allí encerrada me está matando. Si es que viví alguna vez.

Me dejo caer, dejando a mi lado las compras, y suspiro, cansada. ¿Espero, o...?

- Siempre supe que eras valiente.

La voz tras de mí apenas me ha pillado por sorpresa, mas no hago ningún tipo de movimiento para recibir a aquella persona que acaba de encontrarme. No puedo, no con los ojos llenos de lágrimas. No quiero que me vea así.

- Huir no es valiente -corrijo, mirándome las manos, dejando que el pelo me tape la cara.

Siento a la chica sentarse a mi lado, cerca, pero sin atreverse a acercarse mucho, por si acaso hacerlo me hace sentir peor. Siempre pensando en mí, y yo... Yo aquí, llorando.

- Cambiar las cosas, lo es.

- Calla. No.

Se queda en silencio un rato, procesando aquello. Supongo que de algún modo, mi tono y mis respuestas le han dicho más de lo que en realidad las frías palabras significan, porque me mira durante unos segundos, mientras que yo no me muevo en absoluto, haciendo como si no me estuviese observando fijamente. Pero dos lágrimas se me caen de los ojos, y tengo que mirar a otro lado; mis hombros tiemblan fuertemente y me echo a llorar.

La siento abrazarme, al fin,y me dejo rodear por la calidez de sus brazos, apoyándome en su hombro, asustada, temblando.

La escucho susurrar palabras para tranquilizarme. Apenas las oigo, pero sé que las está diciendo, y le agradezco que me las esté diciendo, porque, de algún modo, me recuerdan que ella está allí, y que me quiere, y me apoya. Y no me va a dejar caer.

Al cabo de un rato, su voz se apaga, y suspiro, dejando de llorar, pero cogiendo aire agitadamente, como cada vez que lloro con ansiedad, y siento su pelo moverse con el viento, enredándose con el mío, y sonrío.

- No deberías beber eso -susurra, al cabo de un rato-, ni escribir nada.

-Lo sé -admito, tras meditarlo levemente, y cierro los ojos con fuerza-. Sería mejor no escribir nada porque nadie quiere leer las últimas palabras de alguien como yo.

Sé que me he pasado, y que aquello le ha hecho daño, simplemente, está quieta y no reacciona. Y enseguida me siento mal por ser así de brusca. Y siento las lágrimas de nuevo.

- Tienes razón -me sorprende que diga eso, pero luego añade-, yo no querría leer las últimas palabras de alguien como tú, porque significaría que...

No puedo deternerme, y levanto la vista hacia ella y le digo cuánto.

- De nada, y yo también. Mucho.

Cuando las luces se apaganDonde viven las historias. Descúbrelo ahora