Levanté la mirada, desconcertada, y me quité un auricular para poder escuchar.
- ...día con esos cacharros enganchados a tu oreja, ¿tú me estás oyendo, o sigues escuchando esos chillidos que tanto te gustan?
- Sí, madre.Agaché la mirada, cansada. No hacía daño a nadie escuchando para mí sola las canciones de My Chemical Romance o de Black Veil Brides. Pero mi madre se había quedado con aquella canción en la que Oliver Sykes hablaba sobre patear una silla. Desde entonces, "solo escucho gritos y soy un asco de hija". Bueno, a esto segundo no me opongo. Lo reconozco, más bien.
- No, no me escuchas. Nunca lo haces. Mira qué pintas: ¿esa camiseta? ¡da grima!, ¿esos pantalones? ¿Quién lleva pantalones largos y negros en verano?
- Hace frío hoy. La camiseta no da grima. Solo es una camiseta negra más.
- Ya, seguro. Maldita amargada. Cuando eras pequeña, eras más alegre, y daban ganas de abrazarte. Ahora eres una estúpida sosa.
- ¡¡¡Uggh!!! -gruní, encondiéndome entre mis brazos cruzados sobre la mesa- Me quiero morir.No va en broma. A veces lo pienso. Pienso en qué pasaría si yo de pronto los abandonara a todos, si me fuese a cualquier otro lado que no tengo muy claro porque a saber qué pasa tras la muerte; pero, ¿y los que se quedan aquí? ¿Realmente se molestarían? ¿Llorarían el no poder volver a verme, o celebrarían el no tener que aguantar mi visión cada día? Y mi madre. ¿lloraría por perderme, como cualquier madre por su hijo? No lo sé. No he llegado a comprobarlo, pero la verdad es que todo apunta a que a nadie le importaría si le diese mi vida a la muerte. Ni siquiera se inmutaron cuando vieron mi muñeca arañada, ni cuando encontraron todos aquellos dibujos de muñequitos de trapo colgados de una cuerda. Nada. De hecho, había ignorado aquel último comentario por completo.
- No pareces mi hija.
Me levanté, cansada, dejando mis brazos caer por su peso y, con la cabeza gacha, me encaminé al baño. 《Ni tú mi madre, pero qué puedo decir》Mi voz sonó en mi cabeza, irónica y triste y fría, agotada del mundo, agotada del todo.
Cogí las cuchillas que había guardado en mi maletín de maquillaje, el cual nadie toca nunca, y las observé por una largo, muy largo tiempo. Tres. Tres brillantes plateadas joyas en mi mano, resbalando de la misma hasta caer en la taza del váter. 《Esto ya no me sirve》
No, hacerme daño así no iba a servir de nada. No valía si segía viva aún después de hacerlo. Porque ya estaba tocando fondo casi, tenía que parar la caida. Así que, esperé a oir a mi madre salir de la cocina a mi cuarto, me colé en la cocina, cogí un cuchillo y, con él bien sujeto en un puño, volví al baño. Nadie se dio cuenta del cambio que acababa de hacer. Mi hermana seguía jugando en su cuarto, mi padre leyendo el periódico, mi madre haciendo la cena, critcando que me pasaba horas en el baño.
Cerré con pestillo, y cogí el teléfono que llevaba en el bolsillo de los pantalones.
- Aquí yo al cachivache este, dime -la voz detrás del móvil me respondió tan feliz, que me quedé desconcertada al principio.
- Tienes que ayudarme -respondí en un susurro.
- No. NO. Dime que no -la voz se elevó, alarmada. Mi tono lo decía todo.
- Sí, aquí nada me soporta.
- Yo sí -sentí cómo se apagaba la voz, seguro para poner los ojos en blanco y luego quedarse en blanco, preocupada- Escucha, vamos a salir de esta, ¿vale? Espérame, y a las once y media paso a recogerte. ¿Me escuchas, o...?Sacudí la cabeza. Era obvio de ella darme esperanzas y un motivo por el cual seguir adelante. Y en cierto modo, se lo he agradecido siempre.
- Te quiero -susurré al micrófono el móvil, para que solo ella lo oyera.
- Y yo a ti, anda, cena algo. Y asegúrate de que no esté envenenado.Podría haberlo estado. Pero no, por desgracia, no lo estaba. Aunque cada vez quue pensaba algo negativo, venía su imágen a mi cabeza, y me sentía más fuerte, y mis pensamientos se callaban, y podía respirar y seguir comiendo, lentamente, hasta llenarme el estómago con un cuarto de plato, y multitud de miradas fijas y descontentas de mis padres. Esto era por no "haber comido lo suficiente". Que yo estaba llena, pero nunca era suficiente para ellos.
Me senté en la cama después de revolverlo todo en mi cuarto y meter un par de cosas importantes (el móvil, los ahorros y el reproductor de música), trasteando con el móvil, demasiado débil como para querer pensar en nada; hasta que unos golpes me sobresaltaron.
- Eh, ¡Victoria!
Me asomé a la ventana, y allí estaba, con la capucha negra por encima, y una sonrisa al verme que hacía que me temblaran las manos.
No termino de entender cómo mis padres me dieron un cuarto cuya ventana da la facilidad de saltar aun árbol y escapar. O quizá solo esperaban que me fuera y los dejara en paz, que también era lógico.
Me agarré a la rama, salté con cuidado a otra más abajo,y finalmente aterricé a su lado, d8onde ella enseguida me abrazó.
- Se ha acabado -me susurró, cuando mis hombros empezaron a temblar y mis ojos liberaron lágrimas que pensé que ya no me quedaban.
- ¿Nos vamos, de verdad?La noté asentir y solté el aire, respirando después el oxígeno frío de la helada de la noche. Libre, al fin. Llevé mis labios a los suyos, y la besé. Ella me devolvió el beso, con ternura, y sonrió porque no paraba de temblar.
- ¿Estás segura? -me dijo al cabo de un rato, cuando me llevó a su coche, usando un tono suave.
Observé mi reflejo en el cristal. Bajita, con el pelo castaño muy oscuro, los ojos escondidos tras el pelo, y los labios mordidos casi hasta la sangre. Y ella seguía estando a mi lado incondicionalmente, a pesar de que yo no era... tan hermosa, tanto de aspecto como de personalidad.
- Tengo edad para hacer lo que quiera, nadie aquí me va a echar de menos, y si me quedo, va a ser mi perdición. ¿Segura? Necesito que me saques de aquí.
Asintió, sonriendo, y se sentó en el asiento del conductor, para arrancar el coche, no sin antes coger mi mano y apretarla con cariño.
- ¿Libertad?
Pensé en las heridas. En las físicas, en las morales; en todas y cada una de ellas. Las cicatrices; solo quería que desaparecieran de una vez. Los cortes, los malos comentarios, las mordidas, las miradas de decepción... Y pensé en su sonrisa al verme en la ventana, su beso tranquilizador, cada palabra que me había dicho, cada vez que me había ayudado. Y sonreí anchamente.
- Libertad.
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Cuando las luces se apagan
RandomCuando las luces se apagan, una llama en su mente se enciende. Y es entonces cuando todo arde. [Minirelatos y frases]