Se abrazó a ella, con fuerza, porque con ella, nada podía ir mal.
- Yo también -respondió, escondiéndose entre sus ropas para que no la viera.
La gente pasaba, y las miraba, porque en el fondo, en el fondo, era algo extraño. Cada una con el pelo de un color y un corte casi contrario, pero con las mismas gafas de pasta y la misma ropa negra del mismo grupo. No podían ser más iguales, en realidad. No podían entenderse mejor, ni amarse más. Y encima se besaban como si nadie las mirase. ¿Acaso es un crimen querer mucho a alguien?
Quizá tenían envidia. Quién no la tendría; no todos encuentran a su alma gemela, y son correspondidos, y son amados y salvados de las entrañas del infierno, como ellas. Que mirasen; p- envidiosos.
Se separó de sus labios, escondiéndose en su clavícula, con las mejillas sonrojadas, y sonrió contra su piel, abrazándose a ella con cariño, y una lágrima escurrió de su ojo al sentir que la abrazaba con la misma ternura de vuelta.
- Idiota, no llores.
Rió, con ganas, por una vez, y se separó muy levemente para secarse la lágrima con rapidez.
- No estoy...
- Sí -la cortó, antes de que terminara la frase. Poco era ya de extrañar detalles como aquellos. Para ella, su mente era un libro abierto.
- Nuuu... -se picó, riendo, y volvió a esconderse en su cuello de nuevo, aspirando su aroma.
Sintió que ella iba a rechistar, pero le calló la boca con rapidez, con la manoy sin mirar (demasiado hábil para ser ella), para darse tiempo a salir del cuello de su camiseta y callarla en condiciones con un beso que más hubiese querido cualquier director que se preciara haberlo incluido entre sus escenas.
- No -concluyó, casi riendo, haciendo caso omiso de la ancianita que se había sentado a su lado, con una expresión extraña. Aquello, en California, no-hubiese-pasado.
Pero esto aún era una parada más antes de llegar a su ansiado destino, y hacía calor para ir con aquella ropa, y la gente no paraba de observarlas; pero no le importaba lo más mínimo. Nada le molestaba con ella a su lado.
Y ella, resignada al fin, le dedicó un insulto solo moviendo los labios; el cual se tomó como una alabanza más que una ofensa. Sonrió y le sacó la lengua en respuesta, bromeando, y se echó a reir, reir de verdad, ya sin preocupaciones.
Porque las había conseguido olvidar, al fin, gracias a la felicidad que se sentaba a su lado. No, la ancianita, no. La chica que la amaba de vuelta tanto como ella lo hacía.
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Cuando las luces se apagan
RandomCuando las luces se apagan, una llama en su mente se enciende. Y es entonces cuando todo arde. [Minirelatos y frases]