Concepciones extrañas y preguntas incómodas

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¡Muy bien! Como lo prometido es deuda, aquí está el segundo capítulo, ¡lleno de más cosas chungas -amo esa palabra- de las que probablemente quieran escuchar o leer!

Sin más por el momento, ¡espero que disfruten estas divagaciones!

Psd: la idea original fue de un amigo mío.

Concepciones extrañas y preguntas incómodas

A nadie le sorprendía que los adolescentes pelearan de cuando en cuando con sus padres. Era algo común, casi esperado, para resumir, incluso estaba en todos esos molestos manuales de autoayuda que se vendían al dos por uno: la adolescencia era una etapa difícil.

Sin embargo, eso se llevaba a un nivel completamente distinto dentro del Campamento Mestizo.

También era común, por mencionar algo más, que las calificaciones y la escuela fueran motivos de discusión entre padres e hijos.

Y bueno, aunque en el Campamento Mestizo abundaban historias sobre semidioses que habían dicho algo incorrecto en presencia de un dios y habían terminado mal, los padres, aunque divinos, tendían a ser un poco más permisivos cuando se trataba de sus propios hijos.

Aunque, a veces, eran esos mismos hijos, como ocurría en la cabaña 6, los que preferían no decir nada para no meterse en problemas. Es decir, había ocasiones en las que Annabeth Chase, y cualquier otro de los hijos de Atenea, no podía evitar las ganas de llamar a gritos a su madre y preguntarle por qué demonios no podía haber sido alguien más normal.

Una cosa era que los hijos de Atenea heredaran sus conocimientos y capacidades como estratega –lo que llegaba a ser una suerte de carga cuando había semestrales por llegar y todos querían que los campistas de la 6 resolvieran sus dudas, por ejemplo–, pero cuando se sacada a colación el hecho de que Atenea había jurado castidad eterna igual que Artemisa y aun así tenía hijos... Bueno, eso era otro asunto completamente.

Cualquiera con dos dedos de frente habría sido capaz de entender que ése era un tema delicado para los hijos de Atenea, pero eso no impedía que los hijos de Hermes –siempre curiosos más allá de lo que era sano–, o los de Apolo –más preocupados por la anatomía de la diosa y de sus hijos que del chisme en sí mismo–, se interesaran por la cuestión.

Incluso los hijos de Hécate creían que era interesante la manera –desconocida, por cierto– en que Atenea concebía a sus hijos, aunque su interés giraba más en torno de la magia que Atenea usaba que en el mero hecho de que eso era humanamente imposible. Estaban tratando con dioses, después de todo, y tras algunos años como mestizos, cualquiera se acostumbraba a aceptar lo imposible.

Lo cierto es que aquello no era para menos.

Ya era bastante malo el ser hijo de un ser divino, pero serlo sin que hubiera un enlace físico real o que al menos pudiera comprobarse era... más sobrenatural que todo a lo que estaban acostumbrados en el campamento, por decir lo mínimo.

Y, si debían de ser honestos consigo mismos, la verdad era que los hijos de Atenea también tenían algunas preguntas que no se habrían atrevido a formularle a su madre de frente por temor a que los desintegrara.

Es decir, ¿podía ella usar algún método anticonceptivo si lo quería? La pregunta sonaba de los más burda y chusca, incluso trillaba, pero, realmente, ¿cómo era que se embarazaba? ¿Se enamoraba de un mortal y decidía tener un hijo con él para recordarlo en los años por venir o la noticia la sorprendía casi tanto como al propio mortal?

Más aún, ¿cómo era que los semidioses de Atenea poseían rasgos físicos de su progenitor mortal cuando su madre no había tomado material genético de su padre? Aunque, bien visto, ¿qué les aseguraba que no lo había hecho?

Quizás Atenea había conseguido el ADN necesario como para engendrar un hijo del padre mortal de éste, sólo que no de la manera tradicional, ¿y qué quería decir eso, que Atenea le había arrancado un cabello a cada uno de los progenitores mortales de sus hijos?

Esa insólita hipótesis sin duda hacía que las cosas parecieran más extrañas que bajo la luz de la explicación de una «unión intelectual que había concluido en la concepción de un niño», como Atenea gustaba decir.

Y, en todo eso, si Atenea realmente decidía cuándo y con quién tener descendientes, ¿decidía ella también cómo serían sus futuros hijos? ¿Se sentaba la gran diosa Atenea y escribía una historia sobre su futuro hijo o hija, agregando las características, tanto física como mentales que quería heredara del progenitor mortal?

¿Qué tan improbable era, después de todo? Es decir, Zeus, el padre de Atenea había embarazado a la madre de Perseo con la forma de un rayo de luz; Atenea misma había salido de una herida abierta en la cabeza de su padre, y Cronos se había tragado vivos a sus cinco primeros hijos, quienes habían sobrevivido y crecido dentro del titán, ¿qué era realmente imposible en un mundo así?

Finalmente, los hijos de Atenea –y el campamento entero– desconocían muchos detalles acerca de su concepción y, con toda sinceridad, a veces pensaban que así era mejor.

Sin embargo, sí tenían una respuesta para todas las preguntas incómodas que algún indiscreto les hacía de cuando en cuando: al menos Atenea no se comía a sus amantes mortales como había hecho el propio Zeus cuando Metis se había embarazado de Atenea. Al fin y al cabo, las extrañezas e imposibilidades estaban a la orden del día en el Campamento Mestizo.

Así que díganme, ¿qué opinan?

Prometo actualizar esta historia y la colección de one-shots de Solangelo con frecuencia, así que esperen un capítulo más dentro de un par de semanas, máximo.

No olviden que pueden hacerme llegar sus propias Dudas existenciales y puede que las vean publicadas por aquí, con su respectivo crédito, por su puesto.

¡Nos leemos!


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