Gajes del oficio

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Muy bien, como lo prometido es deuda, ya estoy por aquí.

Ahora, ha llegado el temido momento... este es el último capítulo que tengo planeado para esta serie. Quiero agradecerles de todo corazón el apoyo que me brindaron, la paciencia con la que me esperaron, su entusiasmo para con esta historia. De verdad no esperaba que esta historia llegara a tener la popularidad que tiene, me alegra mucho que le hayan disfrutado.

Me explayaré a este respecto más abajo, por ahora los dejaré leer.

Gajes del oficio

El miedo no era algo desconocido para los semidioses. Vivían por el miedo, vivían del miedo. Era parte de ser un mestizo en sí.

Decían que valiente no era aquel que no tenía miedo, sino el que lo enfrentaba, pero esa cita célebre, en lugar de infundirles orgullo y hacerlos sentir mejor, sólo los motivaba a rodar los ojos con desprecio.

Una cosa era sentir miedo y otra muy distinta era vivir con miedo.

―*―*―

Thalia le tenía miedo a las altura; era no era ningún secreto para aquellos que realmente la conocían.

Bastaba ver la manera en que sus pupilas se dilataban y su respiración se volvía pesada cuando alguien mencionaba los dominios de su padre.

En otros tiempos, Percy se habría reído de ella. Estaban hablando del reino de su padre, no de los océanos o del Inframundo, sobre los que reinaban otros dioses, y, no obstante, Percy había visto a Thalia entrando al reino de Hades y al de Poseidón, y la ligera preocupación de la joven al hacerlo no se comparaba con el auténtico pánico que se mostrara en sus facciones cuando se había subido al Carro del Sol.

Entonces, Percy lo había encontrado irónico, ¿cómo era posible que le temieras a la misma esencia de tu progenitor divino?

Sin embargo, ahora lo entendía.

Desde que había salido del Tártaro, Percy no podía borrarse de la mente la imagen de Aclis, los enormes ojos salidos de sus órbitas, el aspecto del más puro terror extendido por sus facciones. Al momento de hacerlo, Percy había pensado «Ja, una cucharada de su propia medicina».

Ahora estaba avergonzado. Había estado a punto de ahogar a una diosa con veneno. Había manipulado el líquido oscuro de manera consciente, lo había moldeado con su mente y durante una terrible milésima de segundo antes de que Annabeth lo trajera de vuelta a la realidad había mirado a la miserable figura de la diosa con sorna.

Había estado a punto de asesinar a una diosa a sangre fría, casi con premeditación; a una diosa, no a una empusa si nombre o a un lestrigón troglodita, sino a una diosa con sentimientos y conciencia.

Desde entonces tenía miedo.

Nunca le había temido al agua, nunca le habían parecido imponentes los ríos ni las intimidantes cascadas de decenas de metros de altura. Quizás tenía algo que ver con el hecho de que él no podía ahogarse, pues poseía la capacidad de respirar bajo el agua; más aún, si no quería, ni siquiera debía mojarse. No tenía por qué temerle al agua.

Sin embargo, podía temerle al ahogo.

En teoría, tampoco había razón para temerle a algo así; no podía ahogarse, así se hundiera el barco en el que viajaba, así acuatizara su avión ―al que, en realidad, no tenía por qué haberse subido en primer lugar―, así resbalara y cayera a un río peligroso.

Sin embargo, Percy sabía que podía ahogarse con muchas otras cosas. Podía ser que no fuera veneno, pero algo tan inocente como un vaso de jugo de naranja o una lata de refresco se volvía pronto en una potencial arma asesina. La misma sangre que circulaba por sus venas, ¿no era un líquido peligroso, si se encontraba con alguien que pudiera manipularlo?

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