Sabiduría y omnisapiencia

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¡Hola! Aquí estoy, actualizando después de sólo una semana.

Quiero desearles a todos una feliz Navidad. Cenen rico y pasen estos días con sus familias. También, en caso de que sean judíos, ¡feliz Hanukkah!

No voy a hacer ningún especial ni de Navidad ni de Año Nuevo porque... no se me dan los especiales pero, como disculpa por mi desaparición, trataré de publicar un capítulo por semana hasta que se terminen mis vacaciones y... este es el primer capítulo.

Sabiduría y omnisapiencia

Para los miembros de ambos campamentos una de las primeras sorpresas con las que se encontraban ―fuera ya del hecho de que los dioses antiguos existieran y pudieran procrear― eran las personalidades de esos mismos dioses.

Y es que resultaba ser que los dioses no necesariamente eran criaturas sabias y sosegadas, sino que tenían defectos, arranques de ira, de celos, de desesperación; resultaba ser que los dioses no eran confiables ni misericordiosos ni clementes.

Para resumir bastante, los dioses no eran sino inmaduros seres de varios milenios de edad que no habían aprendido a controlar sus emociones.

En conclusión, no era bastante memorizar los nombres de los mil y un dioses ―ahora dos mil dos, por existir también el panteón contrario―, sino que había que recordar también la personalidad de cada uno de ellos y tener cuidado de no ofender a alguna deidad por accidente.

Palas Atenea, se viera por donde se viera, no era una diosa fácil de complacer. No, de eso nada; era seria, fría, calculadora y distante; Atenea era implacable, testaruda, tempestuosa y el claro ejemplo de que existía una diferencia entre ser sabia y poseer inteligencia e ingenio.

O al menos eso era así en opinión de los semidioses que habían tenido la fortuna ―buena o mala se dejaba a su propia discreción― de conocerla.

No era para menos, quizás, que al haber sido bautizada con un nombre tan pomposo como el de "diosa de la sabiduría" se diera ella grandes aires y se creyera superior a cualquier mortal e, incluso, a sus compañeros divinos.

El problema con ella no era ese ―para nada, los semidioses ya estaban por demás acostumbrados a que los dioses los miraran hacia abajo―, lo que verdaderamente los hacía detenerse y pensar en la diosa con recelo era que, por más sabia que fuera, no podía ser omnisapiente... ¿o sí?

¿Sabía ella del próximo invento de la humanidad? ¿Había sabido ya del teléfono cuando el proyecto de la máquina de escribir aún estaba en pañales? Es más, ¿era ella la que, sabiendo ya que cierta creación era posible iluminaba la mente de algún afortunado mortal y lo convertía en su inventor?

¿Funcionaban así las cosas? ¿Los otros dioses estaban al tanto de lo que se hacía concerniendo a sus áreas de dominio? ¿Hermes, por ejemplo, tenía conocimiento de todos los paquetes que se enviaban y recibían diariamente alrededor del mundo? ¿Hécate estaba al tanto de todos los "magos" callejeros del planeta, podía decirse entonces que en realidad eran protegidos suyos? ¿Dionisio recibía una notificación cuando estaba lista una nueva cosecha de vino?

Cuando, incapaces de contener más su curiosidad los semidioses se acercaron a Malcolm, de la cabaña de Atenea para preguntarle acerca de su madre, éste no pudo evitar recordar una paradoja acerca de Dios ―con mayúscula, por tratarse del dios católico― que decía «Si Dios es realmente omnipotente, ¿es o no capaz entonces de crear una piedra tan pesada como para que no pueda cargarla?»

Por supuesto, los semidioses no entendieron muy bien a dónde quería llegar el chico con eso, pero como el propio Malcolm explicó más tarde, no tenía por qué haber una respuesta correcta, no tenía ni siquiera que existir una respuesta en realidad, pues había muchas cosas que los mismos dioses no se explicaban, aunque lo cierto es que en tres mil años los miembros del panteón olímpico no se habían hecho tantas preguntas sobre su existencia como un puñado de adolescentes en algunos meses.

Al final, dijo Malcolm, no importaba, porque, en principio, Atenea no necesitaba tener conocimientos acerca de las próximas invenciones de la humanidad, pues ella nunca había declarado saberlo todo ni ver el futuro.

Atenea era la diosa de la sabiduría, de las artes, y como tal se ostentaba. Algunas veces, la sabiduría no se trataba de saberlo todo o de haber memorizado enciclopedias enteras de conocimientos, sino de hacer con esas sapiencias lo más prudente que, en algunas ocasiones, ni siquiera era divulgarlo, sino callar.

Y, por otro lado, si todos ellos sabían lo que les convenía serían prudentes y dejarían de cuestionar el alcance de los poderes de los dioses.

Eso, claro estaba, en la muy honesta opinión de Malcolm.

Muy bien, ¿qué les pareció?

La idea para este capítulo fue donada por alisopsie, así que... ¡muchas gracias, linda!

Espero que les haya gustado y... ¡nos leemos dentro de una semana!

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