Tom.

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No puedo terminar de explicar la emoción que siento cuando comienzo a ver Napoles a través de la ventana mientras el avión aterriza. Regresó a ver a Tina y ya luce nerviosa, no puede desabrocharse el cinturón de seguridad debido al temblor que le agarra en las manos. Le ayudo a quitárselo y ella me mira con una sonrisa que le correspondo de inmediato.

–¿Podría tomarme una foto con usted?

Pregunta una hermosa azafata con acento, Tina sonríe y asiente. Un pequeño sentimiento de envidia me cruza por el pecho, no quiero sonar como un vanidoso pero extrañaba un poco de aquella atención, ¿a quién engañaba? Esa fue una de las razones por las que elegí ser actor, la adrenalina que corre por las venas mientras escuchas los aplausos de un público que se pone de pie apreciando tu trabajo. ¿A quién no le gusta que le reconozcan lo que hace, y sobre todo lo que le encanta hacer?

En cuanto la azafata termino con las fotografías, bajamos del avión y fuimos por nuestras maletas, no quería admitirlo pero mientras caminábamos podía sentir que yo también ya comenzaba a ponerme nervioso.

Valentina se encargó de todo a la salida del aeropuerto, entendía y hablaba el italiano a la perfección lo cual era algo que no me podía explicar, pero dada la situación en la que me encontraba ya no buscaba razones lógicas ni maneras de explicar nada. Nos subimos a un taxi y me sentía como un pequeño perro sacando la cabeza por la ventanilla.

– ¿Por qué no estás emocionada?

Pregunté prácticamente con toda la cabeza afuera de la ventanilla del taxi.

–Porque no hay nada que no haya visto ya.

La mire con el ceño fruncido. ¿Quién no volvería a emocionarse una y otra vez al ver tantas maravillas como aquellas? Regresé a ver a Tina y ahí estaba mi respuesta. Ahí estaba probablemente la única persona en el mundo que parecía no emocionarse con nada, y el amor me tenía tan extrañamente loco que en lugar de encontrar algo como aquello irritante, lo terminaba encontrando extremadamente excitante, como si aquello fuese un reto hecho especialmente para mí, volver a darle vida y emoción a su vida.

–Llegamos.

– ¿Cómo que ya llegamos?

La mire atónito.

–No sé en qué venías pensando en los últimos cuarenta minutos pero me venías viendo muy raro, hasta parecías un asesino en serie.

–Bueno ya. ¿Dónde estamos?

–En el puerto Molo Berverello.

Nunca había visto un mar tan cristalino en toda mi vida. El sol se reflejaba sobre el agua, tocando las puntas que parecían atrapar cada rayo de sol en un hermoso destello.

– ¡Tom!

Regrese a ver a Tina, quien lucía más irritada de lo normal.

– ¿Qué pasa? ¿Ya nos vamos?

Negó con la cabeza y cruzó los brazos de una manera alarmantemente femenina.

–Dice que se descompuso el maldito hidroplano y el idiota dice que no lo va a poner a andar hasta mañana. Maldito idiota hijo de...

– ¡Hey!

Las groserías en italiano sonaban aún más crueles de lo que uno podría imaginarse. La tome de la mano para tranquilizarla y aquello sorprendentemente funciono. Se calmó y comenzó a respirar como le había enseñado.

– ¿Podemos quedarnos en un hotel?

–Claro que no Tom, estamos en vísperas de fiestas, la ciudad está completamente llena. ¿Y cómo vamos a andar para todos lados con las maletas?

Tú cuerpo, mi cuerpo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora