Valentina.

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Me llevé otra fritura a la boca y la mastiqué con fuerza para que él me escuchara. Había pasado una semana desde que habíamos visto a la gitana, habíamos llegado a un pequeño acuerdo, una semana en casa de él y una semana en mi casa, aunque esperábamos que esto no pasara a más de dos semanas.

–Deja de llenar mi cuerpo con esa comida.

Lo ignoré mientras escuchaba como seguía corriendo en la caminadora, llevaba una semana entera ejercitándose y todas las veces se quejaba de que mi cuerpo no estaba en forma, y en toda esa semana a la misma hora en la que comenzaba a ejercitarse yo sacaba toda la comida chatarra de su alacena y comenzaba a comerla frente a él.

–Sabes, esto de ser tú no es tan malo.

Dije mientras me llevaba otra fritura a la boca, escuché como dejó de correr.

–¿A qué te refieres?

–Sí, porque si alguien me hubiese dicho que algún día sería un hombre, delgado, rico y un HOMBRE, hubiese dicho que sí.

–¿Qué tiene que sea hombre?

–¿Bromeas?

Me reí un poco y me puse de pie de un brinco, el negó con la cabeza y el rostro lleno de confusión.

–Bueno, para los hombres todo es más fácil. Sobre todo para hombres como tú.

–Define esas facilidades.

–¿Tienes hermanas?

Asintió dudoso.

–¿Recuerdas cuando una vez al mes ellas se ponían histéricas o les dolía el estómago?

Abrió la boca con una enorme “o” y miro hacia su estómago, no pude evitar estallar en una carcajada.

–¡No es gracioso!

Chillo y me señaló con el dedo.

–Eso no puede ser posible, Va-Valentina, no puedo tener…

Reí de nuevo.

–Como sea, esa será una cosa que definitivamente no extrañare.

–Así que por eso estabas siempre enojada.

Negué con la cabeza y lo empuje haciéndolo caer al suelo.

–Lo siento, lo siento.

Me apresuré a decir y lo ayude a levantarse.

–Tengo más fuerza de la que crees, ¿no es cierto?

Negué de nuevo y caminé hasta la habitación de invitados. ¿Cómo haríamos para librarnos de esto?

Pasaron varias horas en las que estaba mirando la televisión hasta que me vi interrumpida por él, jamás pensé que mi voz pudiese ser tan irritante.

–Valentina, ven a cenar.

Me puse de pie con demasiada pesadez, no quería comer, no quería levantarme de la cama, quería despertar y ver esta pesadilla terminada, volver a mi vida normal y olvidar que todo aquello había pasado.

La cena estaba servida en la mesa, Tom ponía los últimos cubiertos y se sentó frente a mí.

–Oye Tom…

–¿Qué pasa?

Preguntó mientras seguía sirviéndose una pieza de pollo.

–¿Crees que esto dure mucho?

–¿Crees que agradarnos tarde mucho?

Bufé con frustración.

–¿Por qué lo preguntas? Pensé que te gustaba ser yo.

Tú cuerpo, mi cuerpo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora