11. ♪Mirada de ángel♪

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Las semanas transcurrieron y conforme avanzaban los días, cada vez más se acercaba la fecha del dichoso concierto, al cual Sarah se había visto obligada asistir debido a la insistencia de su amiga Noelia

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Las semanas transcurrieron y conforme avanzaban los días, cada vez más se acercaba la fecha del dichoso concierto, al cual Sarah se había visto obligada asistir debido a la insistencia de su amiga Noelia. Ella sabía que no le perdonaría el hecho de que no asistiera. Sarah no se mostraba interesada por su música, no porque no le agradará. Lo mucho que los había escuchado eran unas... dos, tres veces y eso porque Noelia cada que subía a su cacharro, se apoderaba de la radio y no había forma que pudiera evitarlo.

Sarah se encontraba trabajando en el bar, como todas las noches. Sabía que su padre desconocía el hecho de que trabajase, después de todo con la cantidad de dinero que el mismo se aseguraba de enviarle cada semana, Robert, consideraba que no tenía razón alguna para hacerlo y mucho menos, vivir situaciones que la llevarán a pasar penurias.

El dinero era suficiente, Sarah perfectamente podía costear el pago de los cuatrimestres en la Universidad y aún le sobraría. Eso sin contar el hecho de que Sarah se rehusaba hacer omiso su ayuda. Ella misma había decidido, que lo mejor era donarlo a algún centro de ayuda que lo necesitara. No podía dejarlo en su cuenta, de ese modo más rápido su padre se daría cuenta, que no hacía uso del dinero. Así que optó porque lo mejor era donarlo, de ese modo estaría haciendo una obra caritativa y al mismo tiempo, no se arriesgaba en hacer explotar el enojo en su padre.

—Sarah la mesa ocho, requiere tu atención —la armoniosa voz de Amelía, su compañera de trabajo, hizo que se sobresaltará.

Era una chica de cabello rojizo, curvas pronunciadas y mirada coqueta. Sarah, miró con una mueca implantada en su rostro la mesa ocho y logró visualizar a un grupo de universitarios ruidosos. Suspiró con alivio, reconfortada porque esta vez, no se tratarán de ancianos hormonales entrados en la etapa de la menopausia. Pero eso no quitaba que aquellos jóvenes alocados no fueran a hacer lo mismo.

Temerosa miró a Amelía, rogando interiormente porque tomara su lugar. Amelía comprendió su mirada al instante y rodó los ojos. No comprendía como es que Sarah, podía seguir trabajando en aquel lugar si tanto lo odiaba. A simple vista, no parecía una chica que lo necesitara, al contrario se veía que había crecido en una buena familia, sin carecer de nada.

Y así era, a Sarah no le había faltado nada material mientras crecía, pero lo que ella creía más importante jamás lo tuvo. Jamás contó con el amor de un padre que la abrigara y la acogiera en las noches lluviosas, mientras ella se encontraba en su cama, echa un manojo de nervios, por causa de los relámpagos que alumbraban su ventana. Jamás contó con una madre que acariciara su mejilla, besara su frente y susurrará palabras tranquilizadoras en su oído que la ayudarían ahuyentar el miedo que la atenazaba y no le permitía respirar con tranquilidad.

— ¿Cuándo vas a enfrentar tu miedo? —la pregunta de Amelia, la sacó de su propia ensoñación. Ladeo la cabeza y la miro.

—No lo sé. —respondió Sarah. —Solo sé que no será hoy. —afirmó, haciendo su mejor puchero.

—Eres insufrible —resopló Amelia con diversión, mientras emprendía el recorrido hacia la mesa ocho.

—Te compensaré, lo prometo —le gritó de vuelta Sarah a sus espaldas.

Caminó hacia la barra y se ocupó de atender los pedidos, junto a Alec, el barman. Le agradaba permanecer escondida detrás del mostrador, de ese modo evitaba ganarse miradas pasadas de tono, debido a la notable escasez de tela que vestía. Su uniforme estaba conformado por: una falda negra a punto y un mini top, que apenas alcanzaba a mantener sus senos en su lugar. Tampoco es como si tuviera mucho que mostrar y aunque lo hiciera, Sarah odiaba cada momento, en el que debía obligarse a vestir su cuerpo con aquel espantoso uniforme.

Odiaba sentir que parecía una puta, pero Francis, la dueña del lugar, no opinaba lo mismo. Solía decir, que entre más expusieran su piel a la vista de todos, llamarían la atención de los clientes y su paga sería mayor a final de mes.

— ¿Otra vez persuadiendo a Amelia para desobligarte de tus deberes? —la voz de Alec a sus espaldas, hizo que Sarah girara a verlo y dejara de preparar chupitos.

Se encontraba de espaldas a ella, preparando una bebida para un cliente, que esperaba ansioso en la barra, como si fuera el premio mayor lo que le entregarían.

—Sabes que prefiero permanecer aquí en la barra, odió involucrarme con los clientes. —respondió, posicionándose a su lado, de modo que se le fuera más fácil a Alec escuchar su respuesta por sobre la música que tronaba en los parlantes del bar.

—No se aún que haces trabajando aquí. Una princesita como tú no pertenece a un lugar como esté. —aseveró él con voz dura, plantando sus lagunas azules en la mirada triste de Sarah.

Alec era un tipo directo a la hora de decir lo que pensaba, no se andaba con rodeos y eso era algo que a Sarah le agradaba. Además, debía admitir que era guapo, aunque ella no tuviera ojos para nadie más que no fuera, aquel chico que había jurado confiarle una vida segura a su lado.

Aún en sus recuerdos, se encontraba atada de manos y pies a él. No lograba hacer que su corazón dejara de latir desbocado, al rememorar aquella tarde en que la había besado. O las mañanas que compartían uno al lado del otro, abrazados, bajo la sombra y la calma que les brindaba aquel árbol. Su árbol. La cálida sensación, del roce de sus labios sobre los suyos, conociéndose, amoldándose... aún permanecía latente. Y no había nada ni nadie que pudiera hacerla olvidar.

—Necesito el dinero. —Sarah se sorprendió diciendo, Alec enarcó una ceja agitando su cabeza en el proceso. Él sabía que eso no era más que una vil mentira. Sarah al notar en su rostro, que no había creído ninguna de sus palabras vociferó: —Bien, no me importa el hecho de que me creas o no. Ese es tu problema. —dicho esto, intentó alejarse de su lado y continuar con la labor, que hacía unos minutos había dejado en el olvido.

—No te enfades. —el aliento de Alec, rozo su cuello, cuando esté se inclinó a susurrar en su oído: —Solo no creo pertinente, el que trabajes aquí. Tengo una hermana de tu edad y estoy más que seguro que no me agradaría el hecho de que se desenvolviera en un ambiente como esté. —confesó, colocando un mechón rebelde, detrás de la oreja de Sarah.

—Lamento informarte que no soy tu hermana. —le dijo Sarah, poniendo distancia entre sus cuerpos. Sabía que Alec no haría nada en contra de ella, que le faltara el respeto, pero aun así prefiero trazar una distancia.

—Créeme, tampoco es como si deseara qué lo fueras —dijo él, retomando la tarea que había postergado. Sarah hundió el ceño notoriamente confundida, no sabía cómo debía tomar sus palabras.

¿Acaso estaba coqueteando con ella o la suposición de que pudiera ser su hermana le desagradaba del todo?

Alec percibió por el rabillo del ojo, como el hombre, que se encontraba a un tramo de Sarah se la comía con la mirada, sin que esta fuera consiente del todo. Sintió la sangre hervir sus venas, al ver como este repasaba su cuerpo de manera lasciva. Empuñando su mano libre, hasta que sus nudillos se tornaron blancuzcos y sosteniendo la copa con mucha más fuerza de la necesaria, caminó a entregarle su Dry Martini al tipo.

Se obligó alejar los sentimientos desenfrenados que bullían en su interior, con la sola mirada de aquel ángel.

Su ángel personalizado.

En su lugar se apresuró a concluir su trabajo, y combatir las ganas de tomarla del cuello y estampar sus labios, en un apasionado beso. Sarah, no le pertenecía y jamás lo haría, podía verlo en su mirada, y en la forma en la que se retraía ante su cercanía, siempre imponiendo una distancia. Por esa misma razón, se conformaba con deleitarse con su belleza a la lejanía, enterrando sus verdaderos sentimientos en lo más recóndito de su alma.


Alma Perdida ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora