V - El primer día del resto de mi vida.

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Desde ese día, y puesto que soy un descendiente de Altair, y por tanto se esperaba mucho de mí, Desmond me designó para estar bajo las órdenes de Orel. Ella me enseñó la verdadera vida del asesino, y me entreno para mi prueba. Para ser un simple aprendiz aún necesitaba saber muchas cosas. Según Orel debía demostrar lealtad, sumisión y capacidad para tomar decisiones rápidas, correctas y propias. Además, debería ser capaz de cumplir las misiones que se me encomendarían, por lo que no podría dudar a la hora de arrebatar una vida culpable.

Aun siendo un buen deportista y teniendo la capacidad en mis genes era incapaz de seguir el ritmo a mis compañeros, incluso a los que eran más pequeños que yo. La mayoría de ellos habían nacido en la Orden y se entrenaban desde que tenían memoria. El gimnasio inferior tenía unas dimensiones descomunales y era tan alto que casi no se veía el techo. En él, había cantidad de obstáculos de distintos niveles. Paredes de distintas alturas y a distintas distancias. Cuando entré, esperé poder lucirme un poco con mis saltos, pero nada más lejos de la realidad. Yo veía volar a mis compañeros de una pared a otra y algunos parecían no necesitar esfuerzo alguno. Además, muchos de ellos eran sólo aprendices en la Orden.

Tuve que aprender rápido a quien dirigirme y de qué manera hacerlo. Puesto que ya había conocido a otros descendientes de Altair, podía hablar con ellos de manera normal, pero no todos los altos cargos de la Orden eran como ellos. Existen varios niveles en la Hermandad. Los más bajos, a lo que en ese momento quería aspirar yo, eran aprendices. Ni siquiera eran Asesinos de pleno derecho y siempre hacían las misiones acompañados. Luego estaban los Asesinos como tal, los soldados. Conforman, por supuesto, la mayoría de la Orden y son poderosas máquinas de matar. Unos tienen más experiencia que otros y son los años y las habilidades lo que hace que unos tengan más rango que otros. Por encima de todos ellos están los Maestros, esto ya son palabras mayores. Hay un maestro por unos cien asesinos, más o menos. Los lideran y les guían, están más cerca de ellos que ningún otro. Kartal Cox era uno de los más admirados. Incluso antes de que yo llegara, Kartal pudo haber ascendido aún más, pero había rechazado el puesto varias veces. En un escalón más arriba tenemos a los Líderes Asesinos como Orel, Adelaar y el hermano de Kartal. En el mundo hay únicamente unos veinte Líderes Asesinos. Y por último, el Mentor. Esta figura no siempre ha existido, hubo épocas en las que sólo había un consejo. De hecho, Desmond es el primer mentor en muchos años.

Cuando el aire no me entraba ya en los pulmones, Orel decidió dejarme descansar. Me senté asfixiado, ignorando a la gente que me miraba y cuchicheaba, seguramente burlándose de mí. Yo no iba a ofenderme, pues estaba en muy buena forma, lo suyo era inhumano. Desde esa posición observé las paredes y lo que podía ver del techo de la sala. No era una habitación grande y poligonal como la de un supermercado, era un hueco escavado en la roca. Algunas habitaciones tenían paredes extras y estaban perfectamente acondicionadas, pero esa no. Ya era un lujo tener calefacción allí abajo. A pesar de que casi siempre había alguien entrenando allí, el aire nunca estaba viciado debido a la amplitud del lugar. Pero las antorchas repartidas por la sala hacía que el oxígeno fuera menor de lo que sería normal, como cuando se está a mucha altura. Por esa razón, lo que los entrenamientos se hacían más pesados y difíciles al principio, pero al salir de esa estancia tenías la sensación de flotar, si saltaban de aquella manera en esa sala, ¿de qué serían capaces en el exterior? El exterior... hacía varios días que no veía la luz de Sol pues al estar bajo tierra no había ventana alguna en toda la guarida. Al principio creí que me volvería loco por ello, luego te acostumbras, como a todo. Enfoqué la vista y vi que al otro extremo de la habitación había una apertura de la que entraba y salía gente, pero que no había visto antes debido a la lejanía y a que las paredes, al ser del mismo color, la camuflaban. Me levanté y caminé hacía allí, atraído por la curiosidad. Miré a Orel, como esperando a que me detuviera, pero ni si quiera me estaba mirando y hablaba con otro aprendiz señalando uno de los salientes de una de las paredes. Pasé el umbral del arco que separaba ambas estancias y sentí una ráfaga de aire frío y húmedo. Resultaba purificador y refrescante. Me encontré de frente con que había una gran poza natural y la piedra resbalaba por la humedad. El agua era cristalina, pero no se atisbaba el fondo, por lo que debía ser tremendamente profunda. Había gente en la orilla de la poza y todos miraban hacia arriba. Vi a Adelaar entre los presentes, que como todos los demás, guardaba silencio. Antes de poder mirar también, escuché el graznido de un águila y me tuve que apartar cuando el agua me salpicó. No había visto a nadie tirar a mí alrededor, pero un segundo después vi el pelo rubio de Kartal saliendo del agua. Me saludó alegre. Los aprendices que le observaban aplaudían y yo estaba realmente confundido.

Assassin's Creed: El legado del águila.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora