VIII - Prueba de vida.

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- Da vértigo, ¿no crees? - Preguntó una voz a mi espalda. Fuera quien fuera había llegado silenciosamente hasta mí, cómo hacían todos en ese lugar, cosa a la que empezaba a acostumbrarme, aunque aún me molestaba ser tremendamente más ruidoso que ellos. Miré a mi lado y vi a William Miles situarse a mi lado, pero no me miraba a mí. Dirigía su mirada hacia lo que yo había estado mirando hasta hacía medio segundo, la estatua de Altair. - Ser consciente de que eres el descendiente de tantos grandes hombres y mujeres del pasado imprime mucha presión. - Continuó. Yo sólo asentí. Habían pasado horas desde que el funeral de mi madre había acabado, pero yo seguía allí, parado junto al ataúd. Por la mañana, se lo llevarían para enterrarlo en un mausoleo privado y seguramente oculto. Me había dedicado durante horas a contemplar las imponentes y sobrecogedoras estatuas de mis antepasados que se alzaban en aquella sala ante un ser tan diminuto como yo. Altair, con la cabeza agachada como si fuera un monje; Ezio, con las manos a los costados y sus dos hojas ocultas desplegadas, sin dejar ver sus ojos, como un verdadero Asesino, pero con una leve sonrisa tunante en su rostro; Connor, con su característica hacha en la mano. Sólo ver su rostro medio oculto podías sentir el poder de una fuerza superior, como si todos los dioses de su tribu le acompañaran; Arno Dorian, con una postura recta y altiva, portando con elegancia su espada de caballero francés; Iskender, el egipcio, otro de mis antepasados y de los que se sabe poco; Ah Tabai, de México... y varios otros, a algunos de ellos, ni siquiera reconocí. - Se siente abrumadoramente pesado. ¿No te parece joven? - Me encogí de hombros, no sabía bien que decir. - Después de tanto tiempo resulta ser un agobio aplastante para algunos. - Le miré sin comprender a qué se refería. ¿Qué quería decir con "para algunos"? ¿Acaso se refería a mi madre?

- No lo sé. - Dije finalmente. - A mí me resulta sedante. - Me miró sorprendido.

- ¿Sedante? ¿A qué te refieres, hijo?

- Al leer los diarios de algunos de ellos... y al revivir sus recuerdos... - Atesoraba las historias que ellos mismo contaban en sus diarios con gran fervor y cada detalle de los fragmentos de sus vidas que me dejaban vivir. Estudiaba su carácter y me encantaba saber que me quedaba muchísimo por leer, saber y comprender. - ...saber que tuvieron las mismas dudas que yo me hace sentir menos estúpido. No... - Rectifiqué. - ...me hace sentir acompañado. Como si fueran parte de mi familia realmente, como si estuvieran más cerca de mí, aunque hace mucho que no están aquí. Casi puedo sentirles, como si me estuvieran sosteniendo ahora mismo que apenas me quedan ánimos para continuar, ahora que lo he perdido todo.

- Suena como si les adoraras como a Dioses. - Me dijo con un tono que sonaba inquieto.

- ¿Dioses? No. - Respondí. - Son...fueron humanos. Pero humanos extraordinarios. - Miré una vez más la estatua de Altair y me invadió una sensación de calidez, no de calor, sino de calidez interna, como si intentara aliviar el dolor que yo sentía que se había instalado en mi pecho para siempre. - Lucharon y entregaron su vida por el bien de la humanidad, siempre en las sombras y sin buscar fama ni recompensa ninguna. Eso tiene más mérito que nacer con el poder de un Dios. Nacer como hombre y marcar la diferencia, ese poder es el que me sostiene. Puedo sentirlo, sé que su espíritu sigue con nosotros. Quizá... - Dudé por estar sonando como un psicótico, pero no me importó. - Seguramente, sólo nos sigan acompañando metafóricamente, pero no importa. Ese espíritu, ese poder del que hablo aún nos acompaña, en las enseñanzas y palabras que nos dejaron. - Temí mirar a William, por miedo a que me estuviese mirando como yo fuera un loco.

- Siento no haber traído a tu padre aquí también. - Dijo de repente. - Pero... lo entiendes, ¿verdad?

- Creo que sí, señor. - Respondí.

- Padre. - Me estremecí al oír la voz grave del mentor. - ¿Acaso buscas en él lo que no encontraste en mí? Deja al chico en paz.

- Tenías razón, Desmond. - Juró que Desmond casi se cayó de espaldas al oír esas palabras. - No sé si es por ser uno de los descendientes de Altair, pero tiene potencial. Puede verse a la legua. - Tras ese comentario casi soy yo el que se cae de espaldas. Desmond y yo le vimos marcharse sin decir una palabra más.

Assassin's Creed: El legado del águila.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora